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Torre de Tokio: sombras elogiadas

Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

24 de octubre de 2022 - 05:22 p. m.
Máscara usada en teatro tradicional Noh y que puede cambiar de expresión según el ángulo de las sombras.
Foto: Gonzalo Robledo
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Aunque los críticos literarios subrayan el fino erotismo subyacente en gran parte de su obra, el libro más recordado del escritor Junichiro Tanizaki trata sobre la luz y es un evangelio para arquitectos, técnicos de iluminación, decoradores, filósofos y todos aquellos interesados en la importancia de las sombras en la vida diaria. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

Se titula El elogio de la sombra, fue publicado en 1933 y a primera vista parece el reclamo de un impaciente japonés ofuscado por las inevitables transformaciones en la vida tradicional que ocasionaron inventos occidentales como la electricidad, el agua corriente y el gas.

“Qué penalidades deberá afrontar un amante de la arquitectura que pretenda hoy en día hacerse una casa de puro estilo japonés”, dice la frase inicial en la traducción directa del japonés de Francisco Javier de Esteban Baquedano que llega a mis manos. Al gusto por las sombras que tienen las culturas orientales, el autor contrapone la afición de los occidentales por lo nuevo y resplandeciente, lo diáfano y lo blanquecino.

Para crear misterio en un espacio vacío, basta aislarlo y privarlo de luz, afirma Tanizaki en una recomendación practicada a diario por fotógrafos, iluminadores o pintores acostumbrados a manipular ambientes o imágenes con luces sugeridas, recortadas o tamizadas.

Tanizaki compara la penumbra de la arquitectura doméstica nipona con la oscuridad del teatro no, una representación escénica llena de penumbras y colores apagados que contrasta con el colorido casi circense del kabuki.

En un panegírico de las tinieblas no podían faltar los fantasmas. El autor contrapone a la “transparencia de vidrio” de los espectros occidentales los espantos japoneses, que solo se diferencian del resto de los mortales por carecer de pies.

Uno de los pasajes más singulares tiene lugar cuando el autor habla del retrete japonés, situado, como tantos inodoros de campo, a cierta distancia de la casa. Está hecho de maderas oscuras, se mantiene meticulosamente limpio y al estar dotado de una banda sonora natural de trinos de pájaros y zumbidos de insectos, y permitir contemplar la Luna y otros “conmovedores momentos de las cuatro estaciones”, Tanizaki lo considera la fuente de inspiración de los poetas haiku.

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El libro es un manual invaluable para lectores de literatura japonesa ambientada en habitaciones de tatami, recovecos oscuros y puertas correderas cubiertas con papel de arroz. A muchos les remite a la metáfora de las sombras de Platón, al claroscuro de Caravaggio y a las tinieblas de Drácula y Nosferatu. También invita a fijarse en el recorrido del Sol en una habitación o en la penumbra estática que crea nuestra lámpara favorita; dos formas sublimes de robarle minutos a Twitter.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * @RobledoEnJapon / Especial para El Espectador, Tokio

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