Ubú rey contra el Estado. ¿Un gobierno sin raciocinio? Los EEUU en riesgo de convertirse en dictadura
Hay gente, en EE. UU. y afuera, que todavía piensa que todo vaya a salir bien en Washington. Que haya un plan detrás del caos aparente de la administración Trump II, que la economía vaya a crecer, después de un momento de caída, y que América vuelva a ser fuerte y grandiosa. Es difícil sentirse arrepentido por un voto político, que es personal y secreto, pero que, de hecho, puede convertirse en un acto colaborador, responsable. Sin embargo, la mayoría de los analistas, expertos de economía y de política, en EE. UU. y afuera, tienen muy buenos argumentos para resaltar que el gran plan de Trump no va a funcionar. De manera más preocupante aún, se acumulan los indicios de que el plan ni siquiera existe, de tal manera como es presentado. (Recomendamos un ensayo de Gernot Kamecke sobre la guerra en Ucrania).
El Estado, para el trumpismo, es el Deep State, el enemigo sistemático, que hay que combatir y reducir lo más posible. Todo el discurso opositor violento que Trump expresó, durante la campaña electoral, contra el Estado del presidente Joe Biden y los demócratas se dirige ahora, después de haber ganado las elecciones, contra los fundamentos mismos del Estado. Están terminando los 100 primeros días del segundo gobierno de Trump. La gran cuestión del momento es saber si las instituciones del Estado federal –que de hecho necesitan muchas reformas– pueden defender el ataque contra la democracia americana, tal como la conocemos, o si el superhombre elegido se convierte en un dictador puro y duro.
No puede haber duda de que el gobierno de Trump II, en relación con el primer gobierno de 2017 a 2021, cambió en muchos aspectos. Se radicalizó la ideología y se agudizó el tono del discurso para imponerla. El presidente ha perdido su aura de estrella de televisión cool y se muestra como persona herida y rencorosa con un comportamiento sicopatológico más y más notable. Parece haber desarrollado un desdeño general por la democracia americana: la desprecia de igual manera como odia al Estado, como invención woke surgida de una moral de débiles y representada por el partido de los ‘demócratas’. Ahora que detenta los poderes de presidente, excesivos y en necesidad de reforma, también, combate a todas las instancias y personas que le pueden hacer resistencia, incluidos los tribunales de justicia y los jueces. La debilitación del poder judicial, por cierto, es la primera medida de una dictadura naciente.
Los decretos políticos de los primeros días de Trump revelan un accionismo brutal y devastador dirigido contra el Estado federal y su capital Washington. De un día a otro, mandó a parar la financiación de instituciones y proyectos indeseados que dependen de los fondos federales. Bajo la excusa de frenar gastos excesivos, para luchar contra el endeudamiento del Estado –que en teoría es un objetivo honorable– atacó un número inesperado y preocupante de supuestos enemigos ideológicos tachados de “extrema izquierda”: las universidades de Harvard, Yale y Columbia, por ejemplo, las instituciones de ayuda social para gente enferma o sin hogar, el periodismo investigativo en general, y la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), que suspendió de manera precipitada la casi totalidad de las ayudas financieras a países extranjeros en necesidad, no solamente para víctimas de guerras o de catástrofes.
Desmanteló ministerios enteros como el de Salud, para luchar contra el sistema de salud Obama-Care, o el de Educación, para desacreditar las universidades independientes, e instaló personas en los puestos directivos con la intención explícita de hacerles trabajar en contra del servicio que deberían prestar. Puso un antivacunas (Robert F. Kennedy Jr.) como ministro de salud, que ya disminuyó la lucha contra la epidemia del sarampión en Tejas, puso el CEO de una empresa petrolera especializada en el fracking (Christopher Allen Wright) como secretario de Energía, el cual ya se deshizo de varias agencias para la protección ambiental, y puso un comentarista de televisión (Michael Waltz) como Asesor de Seguridad Nacional, que provocó el escándalo de Chat de Signal con que dejó filtrar al gran público unos ataques aéreos contra el Yemen.
La idea del desmantelamiento del Estado se junta a una voluntad de destrucción general de las ciencias modernas, y entre ellas las más importantes para la supervivencia de la humanidad en el planeta. El presidente cortó los fondos públicos para las mayores Universidades e instauró un principio de compatibilidad entre los proyectos científicos y su agenda política. Por ejemplo, impidió financiar con fondos nacionales a todo proyecto científico que contenga la palabra ‘clima’ en su título. Con su campaña contra el discurso woke, crimen de pensamiento, ataca también a los valores humanos conquistados en los últimos 50 años. Ha empezado, en EE. UU., una época lúgubre para todas las comunidades políticas de identidad personal: negras y de color, feministas, musulmanas, LGTBI, etc.
La ideología de Trump es nutrida por dos mujeres que actúan como ‘influencers’ en la era de las nuevas religiones. La primera es Paula White-Cain, predicadora de televisión y líder del “Movimiento carismático independiente” que se convirtió en guía espiritual del presidente. Con ella comparte la convicción de que la riqueza, en contradicción con la ética cristiana, es señal de la gracia divina. Trump se siente elegido por Dios, por su riqueza. Esta sensación no es absurda completamente, por cierto, porque revela, en cierto sentido, la proveniencia maravillosa de esta riqueza hecha y heredada por su padre Fred Trump.
La segunda guía personal de Donald es Laura Loomer, teórica de la conspiración y activista de extrema derecha. Se resaltó como agente en las ‘guerras de información’ (Infowars) que había llevado el primer gobierno Trump contra grupos progresistas a base de falsas acusaciones. Con ella el presidente comparte la idea de que una guerra de ideología tiene que ser librada como una guerra de información y que esta guerra solo se gana con el poder de controlar la información, aunque sea falsa o no. Trump necesita imponer su visión sobre la historia, cuya contradicción solo aumenta la necesidad de su misión vengadora.
A base de estas ideas, Trump II ha forjado un discurso de supremacía humana que él mismo encarna, como mensajero elegido de Dios. Es difícil distinguir el contenido exacto, aparentemente contradictorio de la ideología de Trump que por naturaleza tiene que guardar un aura de secreto. El presidente pretende cosas tan absurdas que parecen más bien provenir de una estrategia de crear caos en el mundo: anexar Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá, desplazar Palestina a Jordania y convertir a Gaza en un campo de vacaciones (como Mar-a-Lago). Lo acompaña con otras declaraciones de choque: la posibilidad de una tercera presidencia, la suspensión de las próximas elecciones parlamentarias, la transferencia del presupuesto público a un fondo privado de criptomoneda, etc.
Estas pretensiones pueden pertenecer al panorama de un discurso dislocado. Trump dice cosas un día y su contrario el otro, sin preocuparse de haberlas dicho. “Dudo que dije que Zelenski es un dictador”, dijo un día después de haber escandalizado a todo el mundo con esta misma declaración, que proviene de la propaganda de Putin. Las contradicciones, por cierto, ayudan a la gente a escoger la versión sobre los asuntos que más les gusten, sin tener que reflexionar, y a los funcionarios del presidente de determinar quiénes son y siguen siendo los seguidores verdaderamente leales: los que sostienen cada vuelta del discurso con la misma vehemencia. Un discurso dislocado, sin embargo, puede entrar en crisis cuando sea confrontado con la realidad, como en la guerra de Ucrania –que consiste en una agresión rusa y no ucraniana– o cuando una idea obviamente insensata esté puesta en práctica como, por ejemplo, el proyecto económicamente devastador de poner aranceles excesivos o las importaciones extranjeras.
El filósofo Jason Stanley, gran experto del fascismo del siglo XX, comparó la situación de 2025 con la de 1938. Lo hizo en Toronto, Canadá, a cuya universidad se marchó, para dejar la de Yale, preocupado por el nuevo fascismo naciente en EE. UU. ¿Es exagerado convocar la analogía del hitlerismo en Alemania? No lo creo. Las similitudes con los comienzos de Hitler son preocupantes. La palabra ‘fascismo’, que viene del italiano fascio “ligación” (“haz”), define un tipo de gobierno estatal formado por un ‘grupo’ restringido a una organización interna alrededor de una cúpula de poder representada por una persona fuerte y carismática, que mueve las masas –y los ejércitos– en una lucha ideológica, supuestamente nacional. El grupo gobernante alrededor de Trump no consiste en expertos técnicos con proyectos de reforma, sino en lealistas dóciles que le repiten las palabras del presidente y ponen en práctica las acciones políticas impuestas por la ideología del ‘duce’ (líder), que estas acciones estén ventajosas para el país o no.
Varios indicios de un fascismo naciente se hacen evidentes. Los primeros decretos presidenciales tenían como objetivo derribar o debilitar las instituciones previstas por la Constitución de controlar la actuación del presidente. Puso a personas sin criterio y sin experiencia policiaca o militar en las cúpulas del FBI, la CIA, el DIA y el Estado Mayor del Ejército, y eligió a una persona particularmente dócil e inepta en el puesto de Fiscal General. Dejó sin función el Office of Legal Counsel, que en teoría controla la constitucionalidad de los decretos del presidente antes de publicarlos; frenó la policía de defensa nacional contra ciberataques, para camuflar el impacto que tenían las falsas informaciones de los bots rusos en su elección; y desmanteló la agencia de gestión de emergencias provocadas por catástrofes naturales, las cuales, según él, no pueden ser tan graves, porque el calentamiento de las temperaturas globales, comprobado por las ciencias, le parece una mera invención de la izquierda.
Aparentemente el proyecto ideológico de Trump se arrima a los demás movimientos nacional-populistas xenófobos y revanchistas conocidos, como el Rassemblement National, de Francia; Vox, de España; Fides, de Hungría, o la AFD, el partido de extrema derecha de Alemania apoyado oficialmente por Elon Musk en las últimas elecciones generales. En surplus propone un ultraliberalismo económico antiestatal de tipo Federico Sturzenegger, que es el cerebro por detrás del desmonte de la economía argentina. Sin embargo, Trump II también se distingue de estos modelos por la particularidad de que su agenda política tiene aspectos simplemente erráticos. La imposición de aranceles, por ejemplo, no tiene ningún sentido económico, ni para los mismos EE. UU. Vivimos en una economía globalizada. Un solo ejemplar de los teléfonos modernos corrientes contiene componentes cuya fabricación implica movimientos de materiales y divisas entre docenas de países, entre ellos la China, que es el proveedor mayor en este mercado mundial.
La razón lógica más reconocible detrás de toda la actuación caótica consiste en una estrategia de desviación o de distracción del proyecto central: el de mantenerse en el poder, de manera dictatorial, después del desmantelamiento de las instancias que habrán dejado de controlar el poder ejecutivo. A través de su medio de comunicación “Verdad Social”, el presidente ataca personalmente a jueces que se ‘atreven’ a tomar decisiones en contra del gobierno. “Cualquier acción legal dirigida contra las políticas del presidente es inconstitucional”, dijo Karoline Leavitt, la secretaria de prensa de la Casa Blanca. Más allá de esta razón, es muy posible que todas las demás decisiones políticas del presidente, efectuadas por ‘decretos’ y sin control institucional previo, sean erráticas, de hecho, porque provienen del mero rencor de una personalidad herida que desarrolló una victimología durante los cuatro años en oposición, después de su derrota de 2020, que nunca reconoció.
Las medidas más llamativas de la política agresiva siguen la lógica de un arreglo de cuentas personales sobre derrotas o humillaciones sufridas durante el tiempo en oposición. Trump está obstinado en vendettas personales contra personas específicas, como Joe Biden, Hillary Clinton o Liz Cheney. La amenaza de anexión contra Canadá está relacionada con un problema personal que tenía con el ex primer ministro, Justin Trudeau, defensor de un multiculturalismo progresista en la Nación vecina bilingüe. La amenaza de anexión del canal de Panamá se debe a la quiebra del Trump Ocean Club en la Cuidad de Panamá, un negocio de bienes inmuebles investigado por sospecha de blanqueo de dinero y desmantelado públicamente bajo la presidencia de Juan Carlos Varela (ver el artículo de Thomas Hoffman y Fernando Carreño Arrázola en El Espectador, del 17 de marzo). La pelea con la Universidad Columbia de New York recurre a una acción de venganza por una decisión inmobiliaria en contra de la Trump Organization en los años 2000 (ver el artículo “Columbia, Trump, and $400 million: 25 years ago and now”, en el Columbia Daily Spectator del 31 de marzo). El corte anunciado de fondos federales se suma a la misma cifra que Trump había exigido, en la época, como indemnización en el pleito perdido contra la Universidad. El presidente ni se preocupa por camuflar los hechos o cambiar las cifras que demuestran la confusión entre los intereses políticos y sus intereses personales.
Una política revanchista, motivada por la xenofobia y un complejo de superioridad imaginada, monolingüe y pobre de espíritu, basada en ciencias ‘alternativas’ e incorporada por una personalidad humillada, comida por el rencor, que se siente elegido en una misión global: estos son los paralelos más preocupantes con los líderes fascistas del siglo XX. Trump odia a la diferencia, a la sabiduría, a los intelectuales, al multilingüismo. Sospecha de toda persona que no habla inglés, o más precisamente el inglés llano de tipo showbiz que habla él, con apenas 400 palabras diferentes, muchas de las cuales destinadas a la exclamación de sensaciones propias: bad, poor, sad, nice, cool, terrific, etc. El discurso de odio y de persecución personal contra fiscales, jueces, o cualquier persona pública toma un aspecto muy serio si está proferido por el comandante supremo del ejecutivo. Tachó de ‘cobarde’ y ‘extrema izquierdista’ incluso a Jerome Powell, el presidente del Banco Central (FED), cuando éste eligió no colaborar, por el momento, en la guerra de los aranceles y dejó la tasa de interés federal sin cambios.
Otro paralelo aún más preocupante con el fascismo del siglo XX es la voluntad de Trump de ostentar, de manera espectacular, una política rígida y violenta contra una minoría elegida de personas tachadas de ‘ilegales’. Todo ilegal es criminal, proclama el gobierno. Y en un paso, cualquier de estos criminales puede convertirse en un ‘peligro de estado’ o un ‘terrorista’, que ahora, a base de una ley reactivada del siglo XVIII, pueden ser enviados a las cárceles de alta seguridad del Salvador. Cualquier persona que no pertenece al mundo imaginado de la supremacía blanca, o que tenga publicado algún contenido problemático en sus redes sociales, puede encontrarse, aun por causa de un ‘error administrativo’, en un centro de detención. Los latinoamericanos constituyen el grupo mayor de los ciudadanos de EE. UU. sin permiso de permanencia. En ellos se está focalizando la xenofobia atizada por medidas políticas como el decreto de poner el inglés como única lengua oficial del país.
Sabemos históricamente cómo empiezan las dictaduras. La comunicación política se convierte en una escenificación de violencia, como demostración de poder. Se impone un discurso ideológico particular, con amenaza de castigo para todos los que sostienen lo contrario, aunque este contrario consista en una verdad obvia. Se forja un concepto común del enemigo del Estado, el extranjero ilegal, en la persecución del cual la mayoría se puede esconder y sentirse no afectada. ¡Opónganse a los comienzos! Este es el mandato del ahora, como en 1933, para que los ilegales no se conviertan en los judíos del nuevo imperialismo americano. La historia demuestra que, en ciertas constelaciones, el fascismo, si no alcanza a ser parado a tiempo, puede corromper las cúpulas de democracias económicamente muy fuertes y convertirlas en imperios poderosos con políticas exteriores agresivas, incluso con misiones de guerra, las cuales se presentan como ‘última ratio’ en situaciones supuestamente desfavorables. La política de Hitler, que no pudo ser parado a tiempo, condujo al Holocausto.
¿Cómo es posible salir de la situación? ¿Cómo prevenir que la democracia americana se convierta en un fascismo nazi? Se trata de un problema constitucional grave. Los padres de la Constitución de los EE. UU. no previeron el caso de un presidente que no solamente no defiende al Estado, sino “lo amenaza gravemente desde el interior”, como dijo el politólogo Steven Levitsky de la Universidad Harvard. La volubilidad del accionismo político del presidente tiene el aspecto de una ficción absurda, como Ubú rey de Alfred Jarry, que describe un dictador proteccionista que se vuelve loco. Esta apariencia no cambia el hecho de que ocurrió una radicalización política bien real en la transición entre Trump I y Trump II. Ya no estamos confrontados al sofista moderno, que presentaba su campaña electoral como un show de televisión y después dejaba gobernar a los tecnócratas. Ahora estamos confrontados a un demagogo que está convencido de poseer una libertad absoluta, en cuanto se cree el hombre más poderoso que existe, para crear e imponer su propia realidad personal al mundo entero. Y, como en la ficción de Ubú, en el entorno real de la Casa Blanca actual, ya se necesita mucho coraje para dejar de ser conformista, porque criticar a un rey irascible y rencoroso puede ser una cosa muy peligrosa.
Al considerar las reacciones internacionales, políticas y económicas, se impone la conclusión de que la crisis gubernamental de EE. UU. nos concierne a todos y todas, en el mundo globalizado. El orden del día, en EE. UU. y afuera, es de presionar a las fuerzas políticas para que las instituciones se deshagan del rey intruso lo más rápidamente posible. La Constitución prevé el mecanismo: la destitución (impeachment) del presidente por mala conducta. Sería el modelo sudcoreano, el ejemplo más fuerte de autocorrección política en la historia reciente. Dentro de EE. UU. ya empiezan a formarse oposiciones, también por parte de los ‘republicanos’ que ven amenazados los valores conservadores: la piedad cristiana, la prosperidad común, la grandeza de la cultura, la tranquilidad de la casa, una bolsa y un tráfico aéreo que funcionan, etc. Son indicios de que se pueden formar mayorías bipartidistas de urgencia dentro del Congreso y de la Cámara de Representantes. Sin embargo, no hay mucho tiempo que perder. El desmantelamiento de las instituciones democráticas puede conducir rápidamente a un punto de no retorno. Después de las instituciones jurídicas, son los parlamentos los que pierden sus funciones.
¿Qué se puede hacer desde afuera? Cada uno tiene la responsabilidad de considerar su propia relación con EE. UU. ¿Cuáles son los negocios no imprescindibles con empresas de EE. UU.? ¿Cuál viaje a EE. UU. es realmente necesario? ¿Cómo sostener las fuerzas de resistencia y los defensores de la democracia dentro de EE. UU.? El consumidor privado podría pensar, también, en ya no comprar productos estadounidenses. Esta ética, sin embargo, se va a imponer pronto de manera automática, a causa del aumento de los precios provocado por la propia política de Trump. Muchos países van a querer formar una coalición de sensatos para mantener la economía global sin el mercado de los EE. UU.
* Gernot Kamecke es un profesor y escritor de origen alemán. Es Licenciado y Magister en Filosofía y Filología Francesa y de Literatura comparada en la Universidad Paul Valéry de Montpellier (Francia). Doctor de Filología Románica en la Universidad Humboldt de Berlín (Alemania). Es traductor y profesor de literatura románica de lengua francesa y española en la Universidad Humboldt de Berlín. En Colombia ha sido profesor invitado en la Universidad Nacional, sede Bogotá, y la Universidad Central. Libros recientes: “El pensamiento literario. Consideraciones diacrónicas sobre la filosofía de la literatura”, Ediciones de Iberoamericana, 2024; “La prosa de la ilustración española. Contribuciones a la filosofía de la literatura en el siglo XVIII”, Frankfurt-Madrid, Vervuert, 2015, y “Condiciones e infinito. Una conversación con Gernot Kamecke”, Alain Badiou, Bogotá, Ediciones Uniandes, 2017.