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Un discurso histórico para no olvidar a Nelson Mandela

En el aniversario de la muerte del recordado líder africano, recordamos sus palabras al asumir, el 10 de mayo de 1994, como el primer presidente negro de Sudáfrica.

Nelson Mandela / Especial para El Espectador

05 de diciembre de 2024 - 11:00 a. m.
El entonces presidente del Congreso Nacional Africano (ANC), Nelson Mandela, saluda a sus seguidores en un mitin electoral el 15 de marzo de 1994 en Mmabatho. Mandela nació el 18 de julio de 1918 y murió el 5 de diciembre de 2013. Su llegada a la Presidencia de Sudáfrica, puso fin a 342 años de dominio blanco y a 46 de régimen de discriminación racial conocido como “apartheid”, durante el que Mandela estuvo preso por 27 años.
Foto: AFP - WALTER DHLADHLA
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En el día de hoy, todos nosotros, mediante nuestra presencia aquí y mediante celebraciones en otras partes de nuestro país y del mundo, conferimos esplendor y esperanza a la libertad recién nacida. De la experiencia de una desmesurada catástrofe humana que ha durado demasiado tiempo debe nacer una sociedad de la que toda la Humanidad se sienta orgullosa. (Recomendamos: Quince enseñanzas de Mandela que nos hacen mejores personas, por Nelson Fredy Padilla).

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Nuestros actos cotidianos como sudafricanos normales deben producir una realidad sudafricana actual que reafirme la creencia de la Humanidad en la justicia, refuerce su confianza en la nobleza del alma humana y dé aliento a todas nuestras esperanzas de una vida gloriosa para todos.

Todo esto nos lo debemos a nosotros mismos y se lo debemos a los pueblos del mundo que tan bien representados están hoy aquí. Sin la menor vacilación digo a mis compatriotas que cada uno de nosotros está íntimamente arraigado a la tierra de este hermoso país, igual que lo están los famosos jacarandás de Pretoria y las mimosas del Bushveld.

Cada vez que uno de nosotros toca el suelo de esta tierra, experimentamos una sensación de renovación personal. El estado de ánimo de la nación cambia a medida que lo hacen también las estaciones. Una sensación de júbilo y regocijo nos conmueve cuando la hierba se torna verde y las flores florecen.

Esa unidad espiritual y física que todos compartimos con esta patria común explica la profundidad del dolor que albergábamos en nuestro corazón al ver cómo nuestro país se destrozaba a por un terrible conflicto, al verlo rechazado, proscripto y aislado por los pueblos del mundo, precisamente por haberse convertido en la sede universal de la ideología y la práctica perniciosas del racismo y la opresión racial.

Nosotros, el pueblo sudafricano, nos sentimos satisfechos de que la Humanidad haya vuelto a acogernos en su seno; de que nosotros, que no hace tanto estábamos proscriptos, hayamos recibido hoy el raro privilegio de ser los anfitriones, en nuestro territorio, de las naciones del mundo.

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Damos las gracias a todos nuestros distinguidos invitados internacionales por haber acudido a tomar posesión, junto al pueblo de nuestro país, de lo que es, al fin y al cabo, una victoria común de la justicia, de la paz y de la dignidad humana. Confiamos en que continuarán ofreciéndonos su apoyo a medida que nos enfrentemos a los retos de la construcción de la paz, la prosperidad, la democracia, la erradicación del sexismo y del racismo.

Apreciamos hondamente el papel que para llegar a este punto ha desempeñado el conjunto de nuestro pueblo, junto a los líderes democráticos y religiosos, los jóvenes, los empresarios tradicionales y muchos otros hombres y mujeres de nuestra nación. De entre todos ellos, mi segundo vicepresidente, el honorable F.W. de Klerk, es uno de los más significativos.

También nos gustaría rendir tributo a nuestras fuerzas de seguridad, en todos sus niveles, por el distinguido papel que han jugado en la salvaguarda de nuestras primeras elecciones democráticas así como de la transición a la democracia, protegiéndonos de las fuerzas sedientas de sangre que aún se niegan a ver la luz. Ha llegado el momento de curar las heridas.

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Ha llegado el momento de salvar los abismos que nos dividen. Ha llegado el tiempo de construir. Al fin hemos logrado la emancipación política. Nos comprometemos a liberar a todo nuestro pueblo de la opresión continuada de la pobreza, las privaciones, los sufrimientos, el maltrato y otras discriminaciones. Hemos logrado dar los últimos pasos hacia la libertad en relativas condiciones de paz.

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Nos comprometemos a construir una paz completa, justa y duradera. Hemos triunfado en nuestro intento de implantar esperanza en el seno de millones de personas que conforman nuestro pueblo. Asumimos el compromiso de construir una sociedad en la que todos los sudafricanos, tanto negros como blancos, puedan caminar con la cabeza alta, sin temor en sus corazones, seguros de contar con el derecho inalienable a la dignidad humana: una nación irisada, en paz consigo misma y con el mundo.

Como muestra de este compromiso de renovación de nuestro país, el nuevo gobierno interino de unidad nacional, como asunto de urgencia, decretará una amnistía para varias categorías de personas que en este momento están cumpliendo condenas de cárcel. Dedicamos el día de hoy a todos los héroes y heroínas de este país y del resto del mundo que se han sacrificado de muchas formas y han entregado sus vidas para que podamos ser libres.

Sus sueños se han cumplido. La libertad es su recompensa. Nos sentimos humildes y enaltecidos por el honor y el privilegio que vosotros, el pueblo sudafricano, nos habéis conferido como primer presidente de una Sudáfrica unida, democrática, no racista y no sexista, para conducir a nuestro país fuera de este valle de tinieblas. Somos conscientes de que el camino hacia la libertad no será sencillo. Sabemos muy bien que ninguno de nosotros podrá lograr el éxito actuando en soledad. Por eso debemos actuar juntos como un pueblo unido, para lograr la reconciliación nacional y la construcción de la nación, para alentar el nacimiento de un nuevo mundo.

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Que haya justicia para todos. Que haya paz para todos. Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos. Que seamos conscientes de que nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras almas se han liberado para que podamos realizarnos.

Nunca, nunca jamás, debe ocurrir que esta hermosa tierra vuelva a experimentar la opresión de los unos sobre los otros, y sufrir la indignidad de ser la escoria del mundo.

Que reine la libertad. ¡El sol jamás se pondrá sobre un logro humano tan esplendoroso! Que Dios bendiga a África.

Muchas gracias.

Por Nelson Mandela / Especial para El Espectador

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