¿Serán medidas que llevan a algo más o solo son parte de una guerra psicológica? La advertencia emitida por la Administración Federal de Aviación de EE. UU. (FAA) sobre los cielos venezolanos ha alimentado la incertidumbre sobre lo que puede ocurrir en el país en los próximos días.
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Para amplios sectores de la oposición venezolana, esto solo tiene un significado: Washington sigue preparando una operación militar inminente en su territorio. Y los últimos movimientos militares, según estas personas, solo respaldan esta teoría.
“(El avión) de combate Growler (que se sumó este lunes al despliegue en el Caribe) podría usarse para interferir en los radares venezolanos y destruir zonas de misiles tierra-aire”, señaló el periodista de Fox News Lucas Tomlinson.
Pero para otros, también de oposición, la lectura es mucho más mesurada, sobre tanto lo que pasa en los cielos como lo que pasa en el mar. Las últimas no presentan nada nuevo ni urgente, sino que se suman a una estrategia de máxima presión estratégica sobre el régimen de Nicolás Maduro.
“Es un poco las dos cosas. Por una parte, este tipo de medidas le da mucha libertad táctica y estratégica a Estados Unidos para decidir qué quiere hacer en caso de que la Casa Blanca se decida por un ataque cinético en Venezuela. Pero, por otro lado, este es quizás el conflicto en el que EE. UU. ha hecho más públicas sus estrategias y despliegues”, explicó el analista internacional Carlos Rodríguez López, en conversación para este artículo.
“A diferencia de operaciones anteriores, como la de Irán a comienzos de año, donde no decían nada por semanas, aquí están anunciando despliegues de instructores, misiles y fuerzas anfibias casi en tiempo real. Incluso están dejando los transponders encendidos para que los rastreen”, señala el analista, quien añade que con eso “la Casa Blanca está apostando a ver si se quiebra al menos parte de la Fuerza Armada venezolana”.
El domingo, “The Washington Post” había reportado precisamente que la Casa Blanca estaba considerando lanzar panfletos sobre Caracas para presionar a Maduro en su cumpleaños, en otra acción de “operación psicológica para desmoralizar al líder venezolano y alentarlo a huir del país, según personas familiarizadas con la planificación”. Así, el futuro de Venezuela se debate todavía en un duelo de narrativas sobre cómo se lee lo que está pasando.
Sin embargo, en medio de tanta incertidumbre, hay una certeza única: los venezolanos resultan afectados por las medidas sobre el espacio aéreo, como ya ocurrió en el pasado. Y, como daño colateral, también quienes comparten fronteras con Venezuela.
Aislados, de nuevo
No es la primera vez que algo así pasa. En mayo 2019, EE. UU. suspendió todos los vuelos comerciales y de carga a Venezuela alegando riesgos para la seguridad, lo que generó una paralización significativa del tráfico aéreo. En esa época, la migración colombo-venezolana ya era un tema político de alto voltaje, y la medida estadounidense generó una reducción dramática de las opciones para entrar y salir del país.
La salida de las principales aerolíneas internacionales (muchas ya habían suspendido operaciones antes de 2019, pero la alerta de la FAA aceleró la decisión de otras) dejó al país con un número muy limitado de rutas internacionales. Las pocas aerolíneas que quedaron, principalmente de países aliados o con poca presencia estadounidense (como algunas aerolíneas nacionales y otras específicas), ganaron un cuasi-monopolio, lo que tuvo consecuencias directas en los precios. Y las vías terrestres se saturaron.
“El escenario posterior a 2019 fue complejo”, recuerda Rodríguez. “Hubo que rediseñar rutas completamente. En vez de vuelos directos, había itinerarios absurdos: EE. UU.–Panamá–República Dominicana–Caracas, con escalas de ocho horas. En muchos casos, el último tramo hacia Venezuela terminaban operándolo aerolíneas venezolanas asociadas a compañías más grandes. La más visible fue Laser, que se expandió mucho entonces. Pero durante el primer año los vuelos eran carísimos. A mí me salía más barato ir a España o Londres que a Venezuela, y con menos tiempo de viaje”.
La dinámica actual podría generar un escenario similar. La situación ya tiene efectos concretos en Colombia, aunque en la frontera terrestre se vive relativa calma. Según la Aeronáutica Civil, más de 1.500 pasajeros han resultado afectados por las cancelaciones de Avianca y LATAM. Rodríguez enfatiza que el costo más inmediato, como siempre, lo asume la población venezolana. En Venezuela ya empezó la Navidad en octubre.
“Mucha gente contaba con viajar en estas semanas. Esto los golpea directo, especialmente a una población que está dispersa por todo el mundo y para la que diciembre es un mes de reunirse”, señala.
Casos de pasajeros que no solo perdieron su vuelo, sino que “les cancelaron toda la aerolínea”, se multiplican en redes. Hay familias que no podrán viajar a bodas ni reuniones navideñas. Y por eso recaen preguntas sobre el ecosistema aeronáutico venezolano, donde la incertidumbre impide saber si las aerolíneas nacionales podrán asumir rutas adicionales.
“Depende del capital disponible, de si logran atraer inversión regional como antes. Pero mientras haya un portaaviones en el Caribe, nadie va a meter plata en Venezuela”, afirma Rodríguez.
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