Con las denuncias de fraude frescas en la memoria colectiva y el aparato represivo llevándose a más figuras de la oposición —ahora, y de nuevo, visiblemente fragmentada—, Venezuela se prepara para presenciar este domingo unas elecciones legislativas, municipales y de gobernadores, que, en medio del desencanto, no dejan de ser importantes para entender de qué manera se puede atornillar en el poder un movimiento —como el chavismo— en un país.
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Cada ciclo electoral es, en realidad, un ejercicio de ensayo y error para el chavismo. Lo que alguna vez fue una simple manipulación del conteo de votos, hoy se acompaña de ajustes tecnológicos, rediseño de papeletas, control absoluto del árbitro electoral y, sobre todo, un clima de intimidación que no deja espacio a la disidencia real.
Lo ocurrido en Barinas en 2021, cuando el oficialismo fue sorprendido por una derrota en el feudo natal de Hugo Chávez, sirvió de advertencia: no podían volver a subestimar el poder del voto. Pero en lugar de corregir irregularidades o abrir el sistema, la lección fue otra: ajustar aún más el diseño para que eso no se repita. Desde entonces, no solo han restringido la observación independiente, sino que han afinado los mecanismos de control.
Uno de los ejemplos más simbólicos es la eliminación esta semana del código QR en las papeletas para estas elecciones, que en comicios anteriores (como los del año pasado) permitió a los observadores contrastar y verificar actas. Aunque el Consejo Nacional Electoral (CNE) nunca publicó los resultados de manera completa, ese mecanismo permitió alguna fiscalización externa. Su desaparición es un retroceso premeditado.
“Tradicionalmente, los votos que entraban en las urnas eran los votos que se contaban en el sistema. Eso dejó de ser así el 28 de julio de 2024”, sostuvo Carmen Beatriz Fernández, consultora política y especialista en elecciones, ante la alianza de medios La Hora de Venezuela, de la cual participa El Espectador. “Las elecciones no volverán a ser lo que fueron. Es decir, habrá muchos procesos electorales y muchas votaciones, pero serán mucho menos transparentes, mucho menos auditables. Esa es la lógica con la que, desde el poder, se pretenden alentar procesos de votación en Venezuela”, añadió.
Esto, además, ocurre en un contexto de creciente represión. El Gobierno no solo ha detenido a opositores y activistas —el viernes detuvo a Juan Pablo Guanipa, luego de muchos intentos—, sino que ha instalado un ambiente de sospecha permanente: se denuncian conspiraciones externas (como ocurrió el lunes de esta semana, pero como ha pasado también en otros comicios), se cierran aeropuertos y se militarizan las calles. El mensaje es claro: hay un enemigo dentro y fuera del país, y solo el chavismo puede controlarlo.
Aun así, el chavismo insiste en organizar elecciones. Porque si bien no busca legitimidad internacional —ya la ha perdido en buena parte del mundo—, sí necesita una fachada interna de estabilidad. Un país que vota, aunque no elija, es más fácil de presentar como democrático.
¿Qué camino debe tomar la oposición venezolana?
En medio de ese panorama desolador, el debate en la oposición vuelve a ser el mismo que el de otros años: participar o no. ¿Cuál debe ser la dirección? Los representantes de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), como María Corina Machado, fueron tajantes al decir que no, mientras otros, como Antonio Ecarri y Henrique Capriles, se la juegan por hacerlo. ¿Por qué?
“La abstención es un error, siempre. Acá hay que mantenerse firmes. Organizados y articulados, pero con una agenda de cambio muy clara para los venezolanos. Esta campaña ha sido muy importante para captar líderes locales y nacionales que no solo nos permitan ganar las elecciones, sino gobernar, que parece una tarea más compleja que hasta cobrar las elecciones”, le dijo Ecarri a Connectas.
Captar líderes locales y acercarse a los problemas de la gente en campaña son buenos argumentos para no apartarse de la ruta electoral. Por otro lado, Eglée González Lobato, consultora política y especialista en procesos electorales, le dijo a El Espectador que, “tras casi un año de haber tenido el mayor capital político, la oposición cedió los espacios completamente. En vez de transitar por una vía de fortalecimiento y acumulación de fuerzas con esa base tan importante, el llamado fue a no hacer nada sin ningún otro plan. Hacer campaña permite poner en perspectiva los problemas de la gente y tiene incidencia”.
Por eso, la experta considera un error haber perdido el impulso que con tanto esfuerzo se ganó en julio de 2024 y acusa de “colaboracionismo pasivo” con el chavismo no participar en los comicios. También apunta a que Machado se ha quedado solo en eslóganes sin dirección política, lo cual lastima a la oposición porque además la divide entre quienes sí quieren participar y quienes no, a quienes termina encasillando abruptamente como colaboradores del chavismo.
Esta vez serán elegidos 24 gobernadores, 260 legisladores estatales y 285 diputados a la Asamblea Nacional, controlada por el chavismo. “La gente siente que su voto no cuenta, que su voto no se respeta”, explica a DW Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello. Por eso mismo, el abstencionismo podría llegar al 80 %, siendo la expresión más fuerte de esta jornada.
“La situación del lunes en Venezuela no será de recobrar la esperanza. En la medida en que no se sienta que hay una especie de estrategia, de propuesta de país para destrancar la situación política, será difícil mostrar una victoria de la oposición”, analiza Luis Peche, consultor político, en la alianza de La Hora de Venezuela. Es decir, incluso si hay un gran nivel de abstencionismo, esta difícilmente podría ser presentada como una victoria para la oposición que dirige Machado.
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