Después de una travesía digna de un guion de película de acción, con escapes de retenes policiales, viajes en barcos pesqueros, disfraces y vuelos transatlánticos, María Corina Machado apareció en plena madrugada de Oslo vistiendo solamente una chaqueta negra y reflejando en su rostro todo lo que le costó llegar hasta allí. Pero lo consiguió, y horas más tarde la vimos con el Nobel de Paz otorgado por el Comité Noruego. Llegó y su discurso partió de una promesa: volver a Venezuela y volver con su premio en mano. “No diré cuándo ni cómo se hará, pero haré todo lo posible para poder regresar y también para poner fin a esta tiranía muy pronto”, afirmó en la rueda de prensa que dio durante el día. El problema es cuándo caerá ese momento adecuado al que se refirió la opositora de 58 años.
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Es una decisión de impacto político interno, riesgo personal, que afecta a la misma oposición y que, como lo fue su llegada, tiene un inmenso cálculo internacional. Después de casi un año en clandestinidad ahora ya sabemos dónde está y qué está haciendo, con una agenda que parte desde lo político hasta asuntos personales, como reunirse por primera vez con sus hijos en más de 16 meses y pasando por chequeos médicos “porque, ya sabes, más de año y medio con cosas que debería ocuparme”, dijo. Machado también afirmó que volver a Venezuela “no depende de la salida o no del régimen. Será lo antes posible”, pero ahora es tan incierto determinar cuándo se darán esas condiciones propicias como lo era en su momento dar con su paradero.
Este contexto, sin embargo, abre un mundo de interrogantes frente al liderazgo de Machado, cuyo punto cúspide es el reconocimiento del Comité Noruego del Nobel, pero que se construyó a pulso en Venezuela, cuando recorrió todo el país haciendo campaña y consolidándose como figura fuerte de la oposición. Esa cúspide la tiene en lo más alto de lo internacional y, según Txomín Las Heras, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, en el interior de Venezuela han buscado “generar una imagen de heroína, por parte de ella y su equipo y, en buena medida, creo que lo han venido logrando”.
El problema es que esa labor heroica partía de la base de retar desde adentro al régimen, de escaparse de su aparato de control y enfrentarse a la represión por la que existen decenas de opositores encarcelados, incluso colaboradores cercanos a su campaña. Cinco de ellos estuvieron atrapados en la embajada de Argentina en Caracas desde las elecciones de 2024 hasta hace un par de meses, cuando pudieron exiliarse con la ayuda de Estados Unidos. Ahora, Machado camina en una línea muy delgada, conviviendo con el riesgo de convertirse en una líder exiliada más, como le ocurrió en su momento a otros opositores como Julio Borges, Leopoldo López, Antonio Ledezma y más recientemente el mismo Edmundo González Urrutia, el candidato que enfrentó a Maduro en las elecciones de 2024 y con quien se reencontró la lideresa en Oslo. El espejo de las dos caras de la oposición: adentro queda una porción importante de dirigentes que, en disenso con la doctrina de Machado, optan por participar en las reglas que permite el régimen.
Para Eglee González Lobato, doctora en Ciencias y consultora internacional, la unidad que se logró para los comicios de 2024, que ya se venía perdiendo, quedó más golpeada con el Nobel porque Machado, desde la no participación en las elecciones parlamentarias de este año, fue perdiendo incidencia y ahora, “ella ya no tendría planes de incidir en el ámbito nacional, sino de hacerlo desde la política internacional, casi como una forma de oposición al estilo cubano. Una oposición que termina siendo instrumental para la política interna de Estados Unidos”. Afirma también que la decisión de irse puede que tenga mucho que ver con un eventual techo de lo que Machado puede hacer desde la clandestinidad, desde adentro. “Es muy probable que ella sienta que, desde el punto de vista interno, doméstico, que es donde se ha afincado, no va a lograr los objetivos que había propuesto a la sociedad, a su grupo de lectores o a su grupo de base. Ella pierde mucha fuerza. Y entonces pareciera que se va. Fíjate que ahora está tomando la bandera de decirle a Estados Unidos que prácticamente es ella quien tiene la bandera de proveerle seguridad nacional en estos países incómodos”, explica la analista.
Entender si puede volver dependerá también de cómo salió. Lo que sabemos de la salida de la dirigente de Venezuela es netamente por versiones de prensa. Desde el Washington Post, El País o el Wall Street Journal han dado los detalles que formaron el relato casi de fantasía. Machado, en su rueda de prensa, dio más detalles como que en realidad contaron con apoyo de Estados Unidos y que no cree que desde Miraflores supieran en dónde estaba, pero González opina, con seguridad, que ni el régimen ni el equipo de Machado serán completamente transparentes al respecto. Incluso, va más allá y cuestiona que todo haya ocurrido a espaldas de Maduro.
“Es difícil imaginar que una figura como ella pueda salir del país sin autorización del gobierno. Eso simplemente no pasa. Hablamos de un gobierno que se planta frente a EE. UU. con firmeza, te guste o no, y que mantiene una cohesión interna fuerte, con unas fuerzas armadas sin quiebres, sin un solo soldado, ni siquiera en los rangos más bajos, fuera de línea. Pensar que no tiene control sobre el liderazgo opositor, y en especial sobre el de ella, es algo delicado”, sentencia. Con este panorama volver no solo es peligroso, sino que representa un riesgo para todo el liderazgo y visibilidad que ha conseguido.
El costo incluye darle la oportunidad al régimen de capitalizar esa captura. Por ahora su liderazgo, aunque fortalecido, está en transformación y su rumbo, al igual que el de Venezuela, es proclive a seguir cambiando. Es una ecuación con demasiadas incógnitas: del régimen, de la oposición y de su liderazgo, que ya no es el mismo que dejó cuando subió a aquel barco con destino a Curazao.
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