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Mayo 10 de 2030

El Espectador, en alianza con el Aeropuerto Internacional El Dorado, publica hoy la columna del economista Marc Hofstetter, bajo el lema ¿Cómo se imagina el aeropuerto después de esto?

Marc Hofstetter*
19 de julio de 2020 - 02:00 p. m.
Marc Hofstetter, economista y Maestría y Ph.D en Economía de la Universidad Johns Hopkins.
Marc Hofstetter, economista y Maestría y Ph.D en Economía de la Universidad Johns Hopkins.
Foto: Cortesía

Gracias a todos por venir al Centro de Experiencias El Dorado—antiguo aeropuerto del mismo nombre. Nos complace mucho finalmente poner al servicio de la ciudad este nuevo Centro.

Un movimiento globalizador que parecía no encontrar techo los había ido calcando. Hablo de los aeropuertos. Para cuando llegó la pandemia y reversó ese movimiento, ya se habían convertido uno a uno en moles de cristal que parecían todas diseñadas por el mismo arquitecto. En su interior, tampoco había atisbos de personalidad. Sin importar la ciudad del mundo en que estuvieran localizados, sus visitantes, forzados a cruzar sus espacios, se topaban con las mismas tiendas, los mismos vinos, tragos y chocolates, los mismos accesorios, las mismas compañías de alquiler de autos que permitían a los viajeros llegar a las mismas compañías de hoteles. ¡Miles de kilómetros de viaje para sentirse como en casa!

Los cierres aeroportuarios de 2020 y 2021 fueron un símbolo de dos fenómenos que afectarían profundamente a muchas sociedades. El primero, el freno a ese intercambio frenético de bienes y servicios a través de países, reflejado en esas hordas de viajeros que atravesaban los aeropuertos a diario. Las expansiones planeadas de los terminales no parecían nunca dar abasto ante un número cada vez mayor de pasajeros. Pasada ya una década desde ese momento, parece claro que las secuelas sobre el número de viajeros fueron de largo aliento. Somos ahora, en muchas dimensiones, sociedades más parroquiales, pero también más auténticas.

Y el segundo fenómeno: el freno a las libertades. Difícil pensar en un sitio más asociado a las alas que este. Y difícil pensar en un lugar más común que la asociación entre libertad y alas. La pandemia fue un paréntesis imperdonable en la historia de las libertades en el país. Durante casi dos años nuestros gobernantes nos hicieron recordar las épocas previas a nuestra Constitución de 1991, cuando gobernar bajo Estado de Sitio parecía la única alternativa. Por fortuna, ese paréntesis se cerró: los ciudadanos retomaron el poder de decidir a dónde ir, cuándo hacerlo, en qué medio y qué tanto cuidarse.

El Centro que inauguramos hoy sobre la estructura del antiguo aeropuerto está construido para la sociedad que emergió de las cenizas de la pandemia. Sigue habiendo un aeropuerto operando, pero su espíritu no es despachar con la mayor eficiencia a los visitantes sino acogerlos. No se trata ya de que pasen el menor tiempo posible en los predios sino de ofrecerles una experiencia para que visiten el Centro. No es un lugar de paso, sino uno para pasar el día. No es un lugar al que los lugareños jamás irían excepto en caso de estricta necesidad, sino un destino deseado por los ciudadanos de toda la región.

A la entrada, detrás de la tela que bajaremos en instantes, aparecerá el Gran Grafiti, el que da inicio al tour de los grafitis en Bogotá. Representados en él hay dos viejos, con sus rostros separados por un tapabocas, el símbolo del distanciamiento social que imperó durante la gran pandemia y de las arbitrariedades cometidas en su nombre. Hacia el ala Sur, inauguramos hoy el Museo del Artesano con exhibiciones de artesanía colombiana desde la Independencia hasta la fecha. En el segundo piso, abren hoy doce restaurantes que rescatan lo mejor de la cocina y los ingredientes ancestrales de estas tierras. El ala norte, tiene desde hoy 100 puestos de ventas itinerantes de artesanos de todos los departamentos del país y 100 espacios de exhibición y venta de artistas jóvenes.

Hacia el oriente empieza a operar el Teatro El Dorado, que ya tiene aseguradas 100 funciones de música, teatro y danza en lo que resta de 2030. Sobre su tejado se abre la sede alterna del Jardín Botánico de Bogotá, un espacio para conectarse con la naturaleza. Sobre el antiguo parqueadero, ahora subterráneo, ponemos al servicio de la región campos deportivos para grandes y chicos. Estos cuentan con iluminación que permitirá usarlos las 24 horas del día.

Para terminar, quiero destacar algo que no hace mucho parecía imposible: la condición para asistir hoy a este lanzamiento era hacerlo sin carro ni moto. El 85% de los asistentes llegó en medios férreos que ahora enlazan a la ciudad con la región. El 15% restante en bicicleta.

A la señora Presidenta de la República, una de las que llegó en bicicleta, quisiera ahora pedirle que corte la cinta y baje el telón que tapa al Gran Grafiti.

(La Presidenta toma las tijeras. Suenan los aplausos. No son, lo confieso, atronadores. La razón es que casi todos los asistentes tienen las manos ocupadas con el teléfono que usan para retransmitir(se) en sus redes. Pocos realmente vieron el evento sin el filtro de esas pantallas. Entre estos, cae una que otra lágrima. Empieza a llover a cántaros. Alguien no encuentra su billetera. Mira para todos los lados como buscándola. Pero al final su vista se queda fija en el Gran Grafiti).

*Economista. Universidad de los Andes con Maestría en Economía de la misma universidad y, Maestría y Ph.D en Economía de la Universidad Johns Hopkins.

Contenido desarrollado en alianza con el aeropuerto El Dorado

Por Marc Hofstetter*

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