Marchas estudiantiles: más poesía, menos policía

Desde la academia, una reflexión de un experto sobre la importancia del movimiento universitario y el cambio cultural.

Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador
06 de diciembre de 2018 - 04:11 p. m.
El movimiento estudiantil anunció esta semana que sus marchas se mantendrán durante todo el mes de diciembre. / Óscar Pérez - El Espectador
El movimiento estudiantil anunció esta semana que sus marchas se mantendrán durante todo el mes de diciembre. / Óscar Pérez - El Espectador

Este nuevo movimiento juvenil y estudiantil que se toma las calles y plazas de Colombia demandando recursos para la educación pública gratuita y diciendo no a la educación a través de préstamos para endeudar a la juventud y esclavizarla al sistema bancario, revela, con sus acciones, propuestas y argumentos y con sus modos de relacionarse, un cambio cultural, una nueva juventud, algo que no conocíamos o latía adormecido en el alma juvenil colectiva. 

Ese nuevo horizonte de cambio cultural, se ve en el cuerpo sensible del movimiento estudiantil y juvenil que está conmocionando a la sociedad colombiana: más poesía y menos policía -como dice el antiguo grafitti- podría ser de nuevo el lema que condense sus acciones y propuestas. Porque es un movimiento que propone su actuar desde la acción poética: arte acción, pensamiento sensible, acciones estéticas, poético-políticas-culturales: música, teatro, performance callejero, marchas festivas, danza, plasticidad, poesía en vivo. (Le puede interesar: Motivos de las marchas en 2018).

Y los cambios que reclama, en recursos para la Universidad, los hace desde el análisis realista, con cifras, con memoria, con conocimiento técnico. Desde 1993 la universidad pública tiene congelado el presupuesto y la planta docente. Hoy debe funcionar casi con la misma plata de inversión del Estado que hace 25 años. Pero ha crecido de 170.000 estudiantes en 1993 a casi 650.000 hoy. Por ello la universidad pública acumuló un faltante de inversión de 18 billones de pesos, que ha cubierto a medias vendiendo servicios y precarizando el trabajo de sus docentes. Hoy cerca del 70% del profesorado está contratado a destajo, con contratos de 8 meses anuales. Es como si durante cuatro meses no vivieran. Contratarles de manera digna vale un billón y medio por año. Pero, además, cubrir este año el faltante presupuestal para inversión y funcionamiento, exige un billón cuatrocientos mil millones de pesos. Más, a pesar de este estado crítico, la universidad pública colombiana hace el 70% de la investigación que realiza la universidad colombiana. Estos son datos publicados por los rectores del Sistema Universitario Estatal.

En 1993, el promedio que el Estado aportó de nuestros impuestos por cada estudiante fue de 10 millones de pesos. Hoy es de 3.600.000. Y aún así, hoy, ciertos políticos, y ciertos técnicos y medios de comunicación, dicen que la Universidad Pública es muy cara. -Un barril sin fondo- dijo la latifundista y congresista Cabal. Hablan así ante la demanda del movimiento estudiantil y del profesorado universitario de volver al menos a la inversión estatal de 1993. Pero la falsedad de este argumento -de que la universidad pública es muy cara- se puede demostrar al mirar cuánto invierte hoy el Estado en soldados y policías: el presupuesto para el año 2019 del Ministerio de Defensa es de 31 billones de pesos; los integrantes de las FFMM en Colombia son 550 mil (el mayor número de Latinoamérica), gastamos de nuestros impuestos 56 millones 636 mil pesos por cada soldado y policía al año!!! ¿Cuál es el barril sin fondo? (Más: ¿Por qué las universidades públicas están en la olla?).

También revela la inconsistencia del argumento que la universidad pública es muy cara para el Estado, hacer las cuentas con políticos como la señora Cabal: sumar sus salarios y primas de congresista, sus gastos de representación, viáticos y pasajes, más el costo de sus escoltas, para saber cuánto ella nos cuesta de nuestros impuestos. O hacer esto mismo con los presos en las cárceles. Y veremos que cada soldado, cada congresista, o cada prisionero sale mucho más caro al Estado que un estudiante; que el ejército y la policía, el Congreso y las prisiones, exigen más dinero de nuestros impuestos que el que reclamamos hoy estudiantes y docentes y la sociedad colombiana para el sistema de universidades públicas. Una inversión que tiene la formidable ventaja humana de ser la educación el camino a compartir y acrecentar las potencias sensibles de crear y de pensar, de construir una sociedad del conocimiento y la creatividad, una sociedad pacífica, que resuelve con humanidad sus conflictos, y un camino cierto y generoso para superar las pobrezas económicas y espirituales. 

El movimiento juvenil y estudiantil no sólo demanda del Estado la inversión necesaria para la Universidad Pública con razones técnicas, políticas y éticas. Lo hace también con la creatividad y la poesía, con la emoción y la sensibilidad. Le habla así al alma profunda de cada ciudadano, de cada ser humano. Aviva este movimiento su acción con la llama poderosa del cambio cultural juvenil, una fuerza que nos puede también llevar a arraigar la paz y las transformaciones sociales que detengan la deriva demente y sangrienta del naufragio social y cultural al que arrastraron a esta nación unas élites mezquinas e incapaces. (Marchas continuarán durante diciembre).

Este cambio cultural juvenil viene fermentando, quizá, desde el anterior movimiento estudiantil de la MANE, cuando hicieron la marcha del “ruanazo”, para apoyar al paro campesino. Marcha que atacó la policía con violencia criminal, como atacan a las de hoy. Destejieron los y las jóvenes estudiantes en la acción performática político-cultural de la marcha del ruanazo, la vieja idea de que ser campesino e indígena era ser montañero, ñuco, frondio, ignorante, bruto, pati-rajao, de mal gusto. Visión vergonzante y racista que quería devaluar y ocultar con vergüenza nuestra raíz de nación campesina e indígena, afro y mestiza, de familias desterradas y despojadas y vueltas urbanas a fuerza de sucesivas violencias. Así, en esa acción callejera, levantó la juventud estudiantil el velo de una de las falsedades culturales de nuestro establecimiento simulador: negar la belleza y la fuerza y la hondura de la raíz campesina en nuestra vida personal y colectiva, en nuestras comidas, en nuestra música, en nuestra cultura: una tradición que se condensa en esa prenda indígena y campesina: la ruana.

Son numerosos los ejemplos del corazón artístico, festivo y de cambio cultural en este nuevo y vital movimiento juvenil y estudiantil: los conciertos organizados por estudiantes y docentes de las facultades de música de tres universidades públicas en Bogotá: la multiorquesta que llamaron El baile de los que estudian y que tocan en las plazas publicas de la ciudad. La reciente versión de Carmina Burana en la Universidad de Antioquia. Las consignas festivas y cantadas y danzadas de las marchas. Las comparsas, los bailes, las canciones. O el notable ejemplo de la semana de acciones poéticas que organizaron para recibir a las numerosas delegaciones de estudiantes que vienen caminando de todas las universidades públicas del país al campamento de la Universidad Nacional en Bogotá. Viajan a pie a la capital para salir a la gran marcha del miércoles 28 de noviembre y para participar en el Encuentro Nacional Estudiantil de Emergencia del 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre. Juventud caminante que nos recuerda y revive la marcha campesina de Tecla Atencio, y las marchas por la tierra y los derechos de la naturaleza del movimiento campesino y de las mingas de los pueblos indígenas; pero también el filosófico viaje a pie del gran poeta del pensamiento, Fernando González. 

Pero la dirección de la Universidad Nacional les impidió la fiesta cultural: temieron que los conciertos con más de 200 músicos solidarios con el movimiento estudiantil no tuvieran la logística de prevención de emergencias e higiene necesaria para recibir a una posible multitud. E imaginaron las directivas de la UN una catástrofe. E impidieron la semana de conciertos y poesía viva. Mas sin brindar una alternativa artística diferente. 

Pensamos que ha debido sustituirse el concierto por otras actividades artísticas y sensitivas, poéticas. Pero no por el vacío que pretendieron dejar, no sea que ese vacío lo aprovechen los ingenuos del tropel y la violencia policial. Así que con la representación profesoral y junto con ASPU, el sindicato del profesorado, y nuestros estudiantes, los y las artistas hemos propuesto a la organización del campamento estudiantil rehacer la programación de arte y poesía, y los chicos y las chicas lo han acogido con alegría. Lecturas de poesía, danza, teatro, música, cine bajo las estrellas, danza, con los y las estudiantes que han llegado a pie desde todas las latitudes de la nación. Una programación artística permanente que también enrumbe a los ingenuos del tropel y la capucha, que están siempre a la espera de las provocaciones policiales para empezar los enfrentamientos: la policía les usa para justificar su violencia desmandada y la criminalización infame del movimiento universitario. 

Pero este nuevo movimiento estudiantil, por su organización, creatividad y diversidad, está más allá de la ingenuidad tropelera, casi siempre infiltrada por la policía. Y también está más allá de las viejas disputas de las diferentes corrientes políticas de la izquierda tradicional, aunque se manifiesten en él y quieran los medios publicitar a alguna de esas corrientes como la dirigencia juvenil moderna y pacífica que se opone a las tomas y a actuar por fuera de los protocolos y los permisos. Hacen eso los medios al mismo tiempo que le dedican el mayor tiempo de pantalla y de comentarios a los enfrentamientos con la policía de los pequeños grupos de capuchos y de infiltrados policiales; ocultando la violencia criminal con que esa especie de grupo parapolicial estatal llamado ESMAD ataca siempre las marchas estudiantiles. 

El pasado jueves 22 de noviembre los enfrentamientos con los encapuchados tuvieron una rara simultaneidad en varias universidades del país: Bogotá, Cali, Medellín, Popayán. Esa simultaneidad y la violencia infame de la policía, parecieran corresponder a un plan. No sucede algo así por azar. Revela un plan organizado por aquellos a quienes les sirve mostrar en los medios masivos de comunicación, la violencia irracional y no la originalidad y creatividad del nuevo movimiento juvenil estudiantil. Hay quienes necesitan con urgencia demostrar que este nuevo movimiento estudiantil y juvenil está dirigido por el terrorismo: a la misma policía, a su "inteligencia" militar. Y así hacerle el favor al comerciante y señor ministro de la Defensa, para quien la protesta social es poco menos que subversiva. Hay también muy pequeños grupos, émulos aparentes del ingenuo heroísmo que reduce los objetivos culturales y políticos del movimiento estudiantil y juvenil al goce del tropel, al placer loco de darse con una piedra en la cabeza; y así le sirven, quizá sin pensarlo, sin darse cuenta, a la propaganda de la seguridad y de la necesidad de mano fuerte, de policía: a los engaños de los que dicen que este movimiento está dirigido por el terrorismo. 

Pero, en realidad, lo que uno puede ver y concluir de los modos de actuar y compartir, de discutir y marchar de esta juventud universitaria, es que aquí estamos no solo frente a una nueva inteligencia política y social, sino también ante un cambio cultural de nuestra juventud. Marchan al norte de Bogotá, a los barrios de la clase media alta y alta y no a la Plaza de Bolívar; y marchan a las 6am, a la hora que va la gente para el trabajo; y caminan el país al antiguo modo campesino e indígena. Y se organizan y hacen sus análisis y construyen acuerdos alrededor del debate colectivo: de la asamblea; en ella participan no sólo los tradicionales líderes de los grupos políticos, sino todo el colectivo: jóvenes sin filiación ni militancia, pero sí con lucidez e imaginación estética y con la decisión de construir sus vidas de otro modo: de cuidarnos mutuamente, con amor: de reconocer lo sagrado en la naturaleza; de ver en nuestros cuerpos la diversidad humana, los diversos géneros y modos de habitar el cuerpo propio y vivir la vida personal y la vida colectiva; una juventud con la decisión de reinventar nuestra humanidad: nuestros modos de amar y relacionarnos con la vida y el medio ambiente; con la feminidad y con la necesidad de invención de un nuevo mito no patriarcal; la necesidad de cultivar la memoria colectiva y de cuidar la construcción de la paz; de defender el sentido de justicia; y la raíz mestiza, indígena y afro y de todas las herencias de las sangres que conforma la memoria íntima de nuestros cuerpos: una juventud visionaria, vidente, y, como diría el joven Hamlet, consciente de que algo está podrido en esta sociedad y en esta cultura, y por eso camina: para reinventar la dignidad humana.

Es una nueva generación y un nuevo movimiento estudiantil y juvenil que no van a detener con montajes policíaco-mediáticos de falsa violencia; al contrario: va a crecer cada día el contagio a la ciudadanía con su nueva inteligencia política, estética y social para cambiar la sociedad: con la belleza de su rebeldía; con su nuevo horizonte estético y poético: de humanidad y sensibilidad; con su deseo activo de transformación cultural colectiva y personal: de un cambio humano, profundo, radical; una juventud con una nueva mirada sensitiva y pensante, que hace suya la verdad de que sólo poéticamente habitamos entre cielo y tierra, y por ello teje y nos invita a tejer con ella, en las calles, en las marchas, en su viaje a pie, en su vida diaria, nuevos modos solidarios, amorosos, poéticos, de relacionarnos, de pensar, de actuar, de estar, de ser...

* Profesor asociado Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes. Director de la Maestría de Escrituras Creativas. Investigador del Centro de Pensamiento y Acción para las Artes, el Patrimonio Cultural y el Acuerdo Social. Poeta, dramaturgo, escritor. Premio Nacional de Poesía a Obra Inédita 2012.

 

Por Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador

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