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Dos grandes de la medicina tropical del siglo XX

La Universidad de los Andes acaba de rendir un sentido reconocimiento a estos dos científicos que han hecho aportes claves para la salud pública del mundo.

Lisbeth Fog
20 de octubre de 2011 - 12:11 a. m.

Se los considera dos de los científicos más destacados en Colombia durante el siglo XX. Ambos médicos, uno holandés y el otro colombiano, recorrieron los lugares más inhóspitos del país, buscando respuestas a las enfermedades tropicales de las que poco se sabía. Sus historias coinciden por su curiosidad innata para encontrar en la naturaleza las causas de las enfermedades, porque sus estudiantes los recuerdan como docentes innovadores y entretenidos, porque describieron animales y microorganismos nuevos para la ciencia, porque sus aportes han sido claves para la salud pública del país… y del mundo. Coinciden también porque ambos recibieron un sentido homenaje en días pasados de parte de la Universidad de los Andes, a donde han estado vinculados desde hace varias décadas.

Hernando Groot

A sus 94 años, Hernando Groot tiene el mismo humor de siempre, y la picardía para responder con un aguijón sobre políticas de salud. Enterito, respetado por todos, con gran sensibilidad social, egresado de la Universidad Nacional y con grado cum laude de la de Harvard (Boston), nunca dudó en salir corriendo a los sitios que presentaban epidemias en el país. Ese interés por salvar vidas lo sintió desde que tenía 7 años, cuando en una visita a Villeta sufrió una fiebre que entonces diagnosticaron como ‘chapetonada’, término para referirse a las enfermedades que sufrían los europeos al llegar a América. Y aunque se mejoró rápidamente, surgió la pregunta que ha querido responder toda su vida: ¿Por qué se enferman las personas?

Experto en salud pública desde 1942, se vinculó al Instituto Carlos Finlay para apoyar la investigación de la fiebre amarilla, cuyas epidemias habían sido devastadoras en la región Caribe por décadas. Conociendo que el mosquito transmisor del virus que produce esta enfermedad, el Aedes aegipty, es el mismo que transmite el del dengue, y recordando sus síntomas de niño, resolvió desenmascarar la tal chapetonada y partió para Villeta de nuevo, 26 años después. Tomó muestras de sangre a quienes vivieron en esa población en 1924 y aún estaban vivos, y “encontré que el 25% de las personas de Villeta tenían anticuerpos contra dengue. Eso da la seguridad de que el dengue había estado allí”. Así que la chapetonada había sido, efectivamente, dengue.

Pero así como Groot realizó trabajos originales sobre éste y otros virus de importancia en Colombia, describiendo algunos nuevos como el de guaroa, al que llamó así por encontrarlo cuando se presentó una epidemia entre soldados asentados en San Carlos de Guaroa (Meta), también investigó enfermedades bacterianas y parasitarias, en épocas de laboratorios muy precarios, de pruebas de diagnóstico muy primitivas, en un país donde los medios de transporte poco desarrollados hacían interminables los viajes a los sitios donde se presentaban.

Avezado y curioso, no dudó en inocularse él mismo el Tripanosoma rangeli, un protozoo, para demostrar que cuando el insecto transmisor pica al humano sólo le produce una infección que es inocua, a diferencia de lo que ocurre con otros tripanosomas, como el cruzi, que transmite la enfermedad de Chagas. Claro, había realizado suficientes pruebas en ratones antes de tomar esa decisión, aclara, minimizando su osadía.

Como director del Instituto Nacional de Salud, en la década de los setenta, promovió la producción industrial de la vacuna contra la fiebre amarilla, lo cual responde a su filosofía de la prevención, que considera como la mejor política y la más barata.

Fueron muchas sus investigaciones en salud pública y sus publicaciones científicas, de nivel nacional e internacional, donde reportó sus hallazgos (son alrededor de 90). Hoy en día, reconocidas instituciones buscan su asesoría por sus siempre atinados aportes. Pertenece a varias academias científicas colombianas y mundiales y ha recibido numerosas distinciones, entre ellas la que promovió el biólogo Felipe Guhl, durante el XX Congreso Latinoamericano de Parasitología, realizado recientemente en Bogotá.

En sus palabras de agradecimiento, Groot recordó a todos los colaboradores que apoyaron su trabajo. Y no olvidó a sus padres, Hernando Groot y Custodia Liévano, a quienes ha admirado toda su vida. En especial a ella, que se encargó de su educación directamente. “No pasé por ninguna escuela primaria. Ella era una de las personas más educadas del país y la única que había obtenido un grado de educación a principios del siglo pasado”.

Fue Groot quien, por el año 1962, invitó a Cornelis Marinkelle a vincularse a la Universidad de Los Andes como docente de parasitología.

Cornelis Marinkelle

Este médico holandés de 86 años, llegó a Colombia a comienzos de los sesenta en una misión de ayuda técnica para países en desarrollo. Creía que se quedaría un par de años trabajando como médico e investigador, pero encontró el amor en Cali, se casó y se quedó.

Combinó durante su vida la aventura, la ciencia y la docencia. Graduado de la Universidad de Utrecht (Holanda), con estudios posteriores en varios centros educativos europeos, en Colombia trabajó inicialmente en la Universidad del Valle, Cali, y pasó por la de Cartagena, para aterrizar en los Andes en 1963, haciendo investigación en parásitos, insectos, hongos patógenos y mamíferos.

Aún vinculado con el gobierno holandés, aprovechaba las vacaciones de mitad de año para viajar en misiones cortas al Pacífico, al lejano Oriente, a países asiáticos, para continuar estudiando algunas enfermedades transmisibles, “buscando cómo era el desarrollo, cuáles las circunstancias, qué se podía hacer para tratar de disminuir la incidencia de las enfermedades”. Su foco de atención, explica, es la zoonosis, es decir, el paso de microorganismos al ser humano a través de un animal.

“Soy un investigador de los de antes de la Segunda Guerra Mundial, lo que quiere decir que investigábamos una cosa, y después otra, y luego otra”, cuenta con voz pausada, aún con acento, como en un susurro. “Empecé con anfibios, especialmente ranas, trabajé con lagartijas, algo en peces de agua dulce, culebras. Pero la mayor parte de mi investigación ha sido en mamíferos, los más importantes para las actividades humanas”, continúa, refiriéndose, por ejemplo, a los murciélagos —de los cuales colectó alrededor de 24 mil, con la ayuda de sus colaboradores—, que actúan como hospederos de microorganismos productores de enfermedades. Su consentido es una especie que encontró en una cueva del Caquetá, a la que la ciencia denominó Lonchorhina marinkelle, un murciélago con una nariz muy larga.

En sus incontables viajes por el mundo y por Colombia —recuerda haber visitado al menos 200 sitios diferentes en el país—, siempre en busca de la relación entre las especies que producen enfermedades y su ingenio para utilizar distintos animales como transmisores y conseguir entrar al organismo humano, se encontró con varias especies nuevas que describió para la ciencia. “He publicado sobre muchas nuevas especies de insectos, garrapatas y artrópodos como vectores”, dice. “Cuando llegué, se conocían en Colombia 3 o 4 especies de flebótomos (lutzomía) que transmiten la leishmaniasis. Yo pude aumentar el número hasta 120 y en este momento son 150, más o menos”.

Con su alumno y después colega, Felipe Guhl, en el Centro de Investigaciones en Microbiología y Parasitología Tropical, Cimpat, concentró sus estudios en la enfermedad de Chagas. “Gran parte de mis casi 300 publicaciones científicas son sobre Tripanosoma”.

Miles de estudiantes han pasado por las clases del profesor Marinkelle. Ya era docente incluso antes de estudiar medicina, cuando fue militar y combatió en la Segunda Guerra Mundial a los 17 años: “En ese tiempo, yo dictaba clases a los militares de las tropas comando sobre qué hacer para evitar mordeduras de culebra. Mis clases ya llevan más de 60 años”.

Actualmente dicta la cátedra de animales venenosos y de enfermedades parasitarias en la Universidad de los Andes y tiene una oficina donde recibe y orienta a todos los estudiantes que quieren su consejo.

Por Lisbeth Fog

 

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