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La difícil retoma del Bronx

En medio de disturbios se desarrolló un operativo social ordenado por el alcalde en una de las zonas más conflictivas de la ciudad.

Camilo Segura Álvarez
19 de febrero de 2013 - 10:41 p. m.
Cerca de 850 personas fueron sacadas del Bronx por un día. / Luis Ángel
Cerca de 850 personas fueron sacadas del Bronx por un día. / Luis Ángel

Una de las banderas políticas del alcalde Gustavo Petro ha sido convertir a los habitantes de la calle hacinados en el sector del Bronx en sujetos de derecho. Con tal fin, un equipo de funcionarios se desplegó ayer alrededor de la zona para hacer acciones de salubridad y asistencia humanitaria. Pero, ¿por qué una acción humanitaria integral terminó con más de 60 detenidos y choques entre la Policía y los habitantes de la calle?

A las 7 a.m. comenzó el operativo. Los medios de comunicación llegaron para transmitir en las primeras horas la palabra de los funcionarios, explicando qué era lo que iban a hacer. De fondo, decenas de personas salían, como en una procesión, de las calles que componen el Bronx. Dejaron atrás sus cambuches y pertenencias para someterse a chequeos médicos, duchas express y consultas psicológicas. Salieron 270 de los 850 humanos que la Secretaría de Integración considera que viven allí.

La primera etapa fue exitosa. Pese a que las personas se intimidaron cuando las autoridades llegaron acompañadas de las chaquetas resplandecientes de la Policía para despertarlas y llevarlas a “las duchas”, recibieron con aprecio, o resignación, la ayuda. Y luego, casi que en ánimo de fiesta, abordaron los buses del Distrito y se fueron a pasar el día en albergues públicos, bajo la promesa de que en la noche llegarían a un Bronx remozado y limpio.

“Para nosotros es imposible hacer este tipo de intervención sin el acompañamiento de la Policía”, le dijo a este diario la secretaria de Integración Social, Teresa Muñoz. Pero ese factor fue precisamente uno de los que desataron los disturbios.

Hacia las 10 a.m., Saúl Cañón, quien se autoproclama líder comunal de ese sector deprimido, interpeló a Teresa Muñoz: “Secretaria, esto no se puede hacer así. No pueden llegar a despertar a mis ñeros a bolillazos a las 7 de la mañana. Esto necesita ser concertado. ¿Para qué traen un comedor comunitario? Aquí hay gente que vive de vender almuerzos de $500. Aquí hay gente que tiene sus talleres o depósitos de reciclaje y estos operativos les arruinan la vida”, dijo.

La secretaria buscó conciliar con el autodenominado “empresario del reciclaje”, aunque le advirtió que él no estaba revestido por ninguna autoridad como una junta de acción comunal y que, además, y por lo tanto, las calles del Bronx no estaban vedadas para las autoridades distritales. Sin embargo, le pidió a Cañón que entrara a los cambuches que permanecían habitados y les pidiera a los habitantes de la calle que salieran voluntariamente para poder limpiar el espacio público y mejorar sus propias condiciones de salubridad.

Pero no fue así. Pasaron tan sólo 10 minutos entre esta conversación, la partida de Cañón hacia los confines del Bronx y la primera piedra. De repente, más de 20 personas se acercaron a los agentes antimotines y desplegaron una lluvia de piedras, sillas, madera y latas contra los uniformados. Ni cortos ni perezosos, los agentes del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios) entraron en formación, alzaron sus escudos y, fortalecidos por las tanquetas, dispararon gases, chorros de agua a presión y bombas de aturdimiento.

Por cerca de diez minutos continuó la confrontación. Pero los habitantes de la calle se replegaron y por otra de las salidas del Bronx intentaron sacar lo que cargaban y prolongar una pelea que ya llevaban perdida. Por allí llegaron las tanquetas y nada cambió. Intentos desesperados por evitar la entrada policial terminaron con los agentes, las retroexcavadoras y volquetas de Aguas de Bogotá y las mismas tanquetas limpiando lo que a lado y lado de la calle encontraron.

“Me tumbaron el ranchito. No niego que está muy bien el Camad (Centro de Atención Médica a Drogodependientes) y que nos traigan médicos y almuerzos. Pero mi vida estaba ahí. Toda mi herramienta para reparar bicicletas, la otra muda de ropa, hasta mi sofá, se lo llevaron todo como si fuera basura”, le dijo a El Espectador Amparo, una habitante de la calle que aseguraba que a su pareja se lo llevaron a la Unidad Permanente de Justicia (UPJ) por defender lo que tenían.

Dejaron de sonar los estruendos, de mojar las mangueras y de volar los ladrillos. Una tensa calma se sentía en el lugar, mientras el teniente coronel Carlos Meléndez, quien estaba a cargo del operativo, les decía a sus subalternos: “Lo que encuentren llévenselo a la UPJ, que allá la Secretaría de Integración les explique en una charla qué es lo que vinimos a hacer hoy y que mañana vuelvan, cuando esto ya esté limpio”.

Al final de la jornada el parte de la Secretaría de Gobierno fue, sin embargo, positivo. Las calles lucían limpias, 754 personas habían sido atendidas y se preparaba la instalación de carpas en la zona para que sirvieran de refugio a quienes allí quedaron.

No se sabe cuál es la esperanza de los habitantes de la calle. Si someterse a la asistencia en salud del Distrito o conservar lo que tenían, por poco que eso parezca. Pero la del Distrito, que era convertirlos en sujetos de derecho, quedó enmudecida, por lo menos ante los ojos de los habitantes del Bronx, en un operativo que debió ser más humano.

Por Camilo Segura Álvarez

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