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El último residente del Bronx

El único edificio habitado en la "olla" de droga más grande de Colombia será desalojado en los próximos días. Esta es la historia de Jairo Silva Cortés, uno de los residentes que se acostumbraron a caminar entre tumultos de cuerpos.

William Martínez
03 de junio de 2016 - 04:23 a. m.
Jairo Silva Cortés duerme en un pequeño cuarto, que comparte con Chispa, la mascota que lo ha acompañado por años.  / Óscar Pérez
Jairo Silva Cortés duerme en un pequeño cuarto, que comparte con Chispa, la mascota que lo ha acompañado por años. / Óscar Pérez
Foto: OSCAR PEREZ

“Hoy me duele este edificio”, dice el carpintero Jairo Silva Cortés, de 67 años. En el sitio de hospedaje, que se levanta digno pero sin gracia, en la carrera 15 con calle 9ª (en pleno corazón del Bronx), vive en arriendo desde hace 25 años. Silva puso los brochazos de pintura que hay en los cuatro pisos de la construcción. También cambió los vidrios rotos. Lo blindó del deterioro, que volvió ruinas buena parte de las edificaciones del sector, a pesar de que no es su propietario. Por orden de la Fiscalía, esta será su última semana allí, pues las autoridades quieren desalojar por completo la zona para continuar las inspecciones. (Vea el video)

El edificio, de 20 piezas, cuenta con servicios de agua, luz y gas. Sólo cinco de ellas estaban ocupadas de manera permanente por residentes como Silva, que llevan décadas viviendo allí, pagando $300.000 al mes. Las otras 15 las alquilaban a $4.000 por noche a quienes buscaban un lugar para consumir droga. Silva sostiene que, pese a ello, su edificio nunca fue expendio de drogas o de armas ni sitio para asesinar gente.

Por sus corredores pasaron abogados, periodistas y psicólogos, y era, según Silva, uno de los edificios mejor cuidados del Bronx. Al salir cada mañana al rebusque —además de trabajar la madera pintaba casas y cuidaba carros— se encontraba con el mismo paisaje: tumultos de cuerpos recostados en los muros o andando a paso lento.

Ese paisaje, 10 años atrás, era otra cosa: los niños jugaban fútbol en las vías pavimentadas, rodeados, sobre todo, de viviendas. A partir de la demolición de la calle del Cartucho para construir el parque Tercer Milenio, el Bronx se pobló de drogas, delincuentes y habitantes de calle. Silva intentó irse de la zona, pero no consiguió quién le arrendara por su adicción a las drogas. “La gente piensa que, en esas condiciones, uno roba y mata”. El único lugar donde podía consumir marihuana y bazuco sin acoso era ese edificio.

Llegaba de trabajar a los 8:00 de la noche, buscaba la taquilla de costumbre, soplaba y luego se iba a dormir. “Doña Pilar, la administradora, siempre me recibió con buena cara. Nunca me dañó el corazón, como suele hacerlo la gente con la mirada”. Los capos y los jíbaros nunca se metieron con él. Silva espantaba el miedo con un breve saludo y evitando la charla. Él, así como muchos habitantes de calle, sentía en la olla el alivio de no ser señalado por un dedo acusador.

Hoy, consciente de que tendrá que dejar lo que ha sido su hogar por años, se llena de nostalgia. Entra a su pieza y acaricia la puerta, en la que cuelga un afiche de la Virgen de Santa Marta. En la cama, dice, está su adoración: una perrita criolla, llamada Chispita, que lo alertaba con su ladrido cada vez que afuera había tropel.

“Estas sillas de madera las fabrico yo. Estas repisas y estos carritos los hago yo. También pinto mis propios cuadros. El Distrito me pide que me salga. Me salgo hasta que me reubiquen. Hace seis meses dejé el vicio y me estoy recuperando, pero ahora no tengo a dónde ir. No se han acercado funcionarios de la Alcaldía ni de la Defensoría del Pueblo para hacer un arreglo. No es justo dejar este edificio tirado. Son 25 años aquí. Mi vida está aquí. Sacarnos así es un pecado”.

Hoover Penilla, director de la Policía de Bogotá, dice que funcionarios de la Alcaldía inspeccionan inmueble por inmueble. Explica que la Alcaldía de Los Mártires podrá ordenar la demolición de aquellos que amenacen ruina. Por su parte, las propiedades que sirvieron de expendio de droga podrían ser objeto de extinción de dominio, para luego demoler.

En caso de que se encuentren inmuebles legales y que no se usaron para actividades ilícitas, la administración los podría comprar. “Los sopladeros (sitios para consumir drogas) son tan ilegales como los puntos de expendio”, agrega el general Penilla. La apuesta del Distrito para recuperar esta zona es tumbar y restaurar todo el entorno arquitectónico.

El futuro de Silva es incierto. Lo único que él tiene claro es que será el último habitante en salir del Bronx. Con un hilo de voz dice: “Cuando regrese no me va a encontrar. Si nos volvemos a ver, seguramente será en la calle”.

Por William Martínez

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