Una biblioteca sobre ruedas en Bogotá

Una familia bogotana, que se mudó a la zona rural, vio los las dificultades educativas y convirtieron su Renault 4 blanco en una biblioteca ambulante. Ahí dictan talleres, comparten libros y actividades culturales con los niños.

Yorley Ruiz M.
28 de abril de 2018 - 03:00 a. m.
En el libro “Viajes de campo y ciudad. Bibliocarrito R4”, recopilaron las experiencias de sus viajes. / Cortesía
En el libro “Viajes de campo y ciudad. Bibliocarrito R4”, recopilaron las experiencias de sus viajes. / Cortesía

Buscando escapar del trajín de la ciudad y de perseguir la idea de que la vida en el campo es mejor, Laura Acero y Arco González, después de tener su primer hijo, se mudaron a la vereda El Verjón, en los cerros orientales. Desde mayo de 2015, este apicultor y esta literata, convirtieron un Renault 4, en una biblioteca ambulante y desde entonces, no solo lleva libros a zonas rurales, sino también música y teatro. (LEA: Bibliotecas públicas de Bogotá, un referente en Suramérica)

Su vivienda, hecha de madera y materiales reciclables, está sobre la vía que conecta a la capital con Choachí, en plena zona de conservación ambiental. Sus vecinos son árboles, cultivos y una que otra vaca. Del paisaje caótico y gris del centro de Bogotá pasaron a una zona donde el aire es fresco y helado, y predominan diferentes tonalidades de verde. Es imposible, estando ahí, no idealizar el campo.

Laura Acero, una madre de 28 años, es literata y promotora de lectura. Luego de trasladarse al campo, descubrió los problemas sociales que se esconden en ese territorio: la falta de acueducto, de luz permanente, de centros médicos y, especialmente, de centros para el fomento de la cultura, la hicieron, dice, poner los pies sobre la tierra.

Fue ahí donde comprendió que su campo de acción sería la vereda a la que había llegado. “Los chicos tienen que ir a La Candelaria a buscar un café internet para hacer una tarea. En el colegio hay una biblioteca, pero permanece cerrada. Una vez, una de las madres, me dijo: ‘¿pero cómo les vamos a dar los libros a los niños si los dañan?’ Ante eso, me pregunté: ‘Si el material no se presta, ¿qué se puede pedir?’ Los niños no tenían una relación con el libro y nosotros fuimos los primeros promoverla”, indica Acero.

El “Bibliocarrito R4”, como le llaman, lo dotaron inicialmente con su biblioteca personal y comenzó su travesía el 17 de marzo de 2015. Desde entonces esta pareja ha recorrido zonas rurales de Chapinero, Usme, La Calera, Choachí, Ráquira y Villa de Leyva. También algunas localidades como Teusaquillo, La Candelaria, Los Mártires y Suba. En medio de sus recorridos, el trueque y las donaciones han permitido fortalecer la oferta.

“A las bibliotecas ya casi no está entrando la gente y si entran no es a leer, sino a los eventos y a las salas de cómputo. Me siento muy feliz de ser una promotora no convencional. Los libros hay que ponérselos en las manos a las personas, no esperar a que los cojan por iniciativa propia”, dice la literata.

El proyecto alcanzó tal acogida que el Acueducto de Bogotá los dotó de nuevos títulos y equipos en 2016; el colectivo Vaca Bacana les donó otros recursos, con los cuales pudieron dictar talleres, y en 2017 ganaron una beca distrital para el fomento de la lectura, con la cual fortalecieron sus procesos comunitarios en Sumapaz.

Pero, a pesar del éxito de su iniciativa, esta familia vio la necesidad de crear puntos de lectura y encuentro en la vereda, ya que el “Bibliocarrito”, al ser ambulante, no permitía leer un libro completo en un encuentro ni la posibilidad de leerlo “más tarde”. Por ello, crearon espacios fijos en los que los usuarios pudieran dedicar más tiempo a la lectura. Hasta el momento hay uno en funcionamiento y hay otro que están adecuando.

“Los puestos de lectura surgieron porque los libros del bibliocarro no los intercambiamos y son prestados solo por cuatro horas. Entonces utilizamos una caseta de vigilancia que no tenía uso y allí pusimos los libros. Además, uno de los habitantes donó otra casetica, que estamos organizando. Estos espacios se convirtieron en nuevos puntos de encuentro para los niños, cuyas madres se han apropiado de los espacios limpiándolos y conservándolos”, explicó Acero.

Músicos y talleristas de otras zonas de la ciudad se han unido a esta propuesta que, además, busca una apropiación ambiental, al impulsar el cuidado del páramo. Así, pues, estos “excitadinos”, desde la comprensión de las problemáticas que se deben enfrentar en el campo, han encontrado su propia forma de transformar, desde adentro, el lugar que escogieron como su nuevo hogar.

Por Yorley Ruiz M.

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