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Hace cinco años un grupo de psicólogos de la Universidad de Newcastle, en Inglaterra, decidieron llevar a cabo un sencillo experimento en una de las cafeterías universitarias. Junto a una pequeña caja, en la que los usuarios debían depositar el dinero correspondiente al café que consumían, instalaron diferentes imágenes. Algunos días los usuarios encontraban primeros planos de ojos humanos a un lado de la caja, otros días los sorprendían imágenes de flores.
El experimento se llevó a cabo durante 32 días, en los que se alternaban las imágenes. Tras analizar los datos recolectados durante ese tiempo, los psicólogos corroboraron lo que sospechaban desde el principio. Que los días en que la imagen al lado de la caja correspondía a dos ojos, los usuarios pagaron 2,76 más dinero que en los días en que las imágenes correspondían a flores.
Los científicos británicos pretendían entender un poco mejor la raíz de la cooperación entre humanos. Descifrar hasta qué punto el que una persona se sienta observada induce un tipo de comportamiento contrario incluso a su propio beneficio. Esta característica, la solidaridad, extendida en las sociedades humanas, ha resultado ser una pieza difícil de encajar en el rompecabezas de la evolución. Desde un punto de vista estrictamente biológico, no sido retador asociar el extraño rasgo de ayudar a personas desconocidas con algún sustrato genético o biológico.
En busca de nuevas respuestas a esta pregunta, un grupo de investigadores norteamericanos diseñó un experimento que involucró a 591 personas de ocho comunidades con formas de organización social muy variadas, desde cazadores-recolectores, hasta horticultores, granjeros, trabajadores urbanos y pequeños administradores. Todos también con diferentes creencias religiosas: cristianos, hindúes, budistas, entre otros. Los resultados, publicados recientemente en la revista Nature, nos acercan a una respuesta más convincente.
La sospecha del grupo, encabezado por Benjamin Grant Purzycki, de la Universidad British Columbia en Canadá, es que la religión y las creencias en dioses castigadores y que siempre están con un ojo puesto en nuestras acciones ha moldeado a lo largo de la historia la inclinación hacia la solidaridad humana.
A través de entrevistas en profundidad con habitantes de las islas Fiji, de la República de Tuvá, de Pesqueiro en Brasil, de Tanzania, de la isla Tana y en la diminuta República de Mauricio, a quienes también se les pidió participar en una serie de juegos para poner a prueba su capacidad de cooperación, los investigadores intentaron establecer una relación entre creencias y acciones solidarias.
Los resultados demostraron que aquellas personas que calificaron a sus dioses como seres “castigadores” y vigilantes de las acciones y pensamientos humanos fueron más proclives a la solidaridad con sus semejantes en los juegos desplegados por los investigadores. “Nuestros resultados apoyan la hipótesis de que las creencias en dioses moralistas y punitivos aumentan el comportamiento imparcial hacia distantes correligionarios y, por lo tanto, pueden contribuir a la expansión de la prosocialidad”, concluyeron los científicos.
La evidencia aportada por este grupo de científicos se suma a otras que apuntan en la misma dirección: las sociedades políticamente más complejas tienden a tener deidades más moralistas y castigadoras; existen análisis históricos en los que las creencias supernaturales preceden a la complejidad social; encuestas mundiales en las que se demuestra una relación positiva entre creencias en el infierno y dioses castigadores con varios comportamientos prosociales; además de asociaciones entre la pertenencia a grandes religiones como el cristianismo o el islam y mayor justicia en juegos económicos.
Juan Camilo Cárdenas, profesor de la Facultad de Economía de la U. de los Andes, señala que este y muchos otros estudios buscan entender los factores que confluyen para crear sociedades más o menos solidarias. En el caso colombiano, Cárdenas cree que uno de los datos más desalentadores que arrojó la Encuesta Longitudinal Colombiana, de la Universidad de los Andes, es que en el país la “prosocialidad”, es decir, los esfuerzos por contribuir a una comunidad con trabajo o otras formas de cooperación, son muy bajos.
Esta encuesta, que sigue de cerca la vida de 10.000 hogares colombianos desde 2007, demostró que menos del 3 % de los hogares dedican tiempo a actividades de este tipo, mostrando una gran debilidad social como país.
Otro síntoma preocupante de esa falta de solidaridad entre los colombianos se hizo evidente en la misma encuesta cuando se les preguntó a los líderes rurales y urbanos si los miembros de su comunidad “se ayudan mucho” o “se ayudan poco”. En la zona rural se observó un importante cambio negativo, “ya que en 2010 el 56 % de ellos respondieron que los habitantes de la vereda “se ayudan mucho”, mientras que este porcentaje cayó a 38 % en 2013 el porcentaje de quienes “se ayudan poco” aumentó de 37 a 59 %”. Algo similar, aunque en menor proporción, ocurrió en zonas de los hogares urbanos.
Esta debilidad en la capacidad de cooperación de los colombianos también se vio reflejada en la última Encuesta Nacional de Salud Mental, aplicada en 2015 en 15.000 hogares. “Estamos empezando a ser cada vez más individualistas y la construcción de capital social muestra bajos porcentajes, porque se están perdiendo las acciones de carácter comunitario”, apuntó en ese momento Fernando Ruiz, viceministro de Salud Pública.
Cárdenas señaló que es difícil con los datos actuales entender con precisión los factores que pueden estar jugando a favor y en contra de la capacidad de solidaridad entre los colombianos. Una de las hipótesis sobre la mesa, en su opinión, puede ser la creciente secularización de la población, un mayor número de personas no afiliadas a ninguna religión.