El Magazín Cultural

Amanda Baeza y las canciones dibujadas

Su obra, de narraciones autobiográficas, se comunica desde las imágenes y la emoción.

Gabriela Blanco
19 de septiembre de 2017 - 04:44 a. m.
Amanda Baeza.  / Cortesía de la autora
Amanda Baeza. / Cortesía de la autora

Amanda Baeza, una de las invitadas de honor al 8º Festival Entreviñetas, tiene 26 años y el poder de desestabilizar la norma con historias dibujadas. Nacida en Chile a principios de los 90 y residente en Portugal desde los nueve años, Amanda ha desarrollado una voz original —y en evolución— que nos habla de la memoria, la vida misma y la situación fronteriza de quien pertenece a ninguna parte. Su obra, compuesta en su mayoría por narraciones autobiográficas, da cuenta de una preocupación por comunicar desde las imágenes y la emoción; un lenguaje muy cercano a la poesía y a la música, que también estudió desde muy pequeña.

Hija de un padre dibujante y una madre bailarina, Amanda siempre fue cercana al arte como un medio de expresión de aquello que se vive y de lo que se siente necesario hablar, y también de lo que no se entiende o apenas se intuye. Dice ella: “En una conferencia de José Muñoz, en Helsinki, lo escuché decir que el dibujo nos ayuda a resolver conflictos internos. Y yo aún tengo cosas en mí que no entiendo o que me duelen o me enojan, y es en el papel donde las saco para poder verlas y darles un sentido”.

Una de ellas es la xenofobia: a la corta edad en la que Amanda y su familia se mudaron a Portugal tuvo la experiencia de encontrarse envuelta y señalada con las palabras y los actos que reproducen el discurso de discriminación racial, como lo plasma en Los niños desvelan lo que los adultos esconden, fragmento de su libro Nubes de talco, obra que la autora presentará en el marco del festival. Y es desde allí que parte la construcción de un lenguaje propio, que intenta desligarse de la tradición escrita y dibujada para narrarse a sí misma, porque es el mismo discurso de la tradición el que transcribe y encubre la violencia hacia el otro: “No es algo que para mí haya sido completamente consciente, pero sí es un impulso y una necesidad, no jugar el mismo juego, no tener que representar a las mujeres como cuerpos de pelo largo que se visten de rosa y se relacionan con hombres, por ejemplo, o ponerles una nacionalidad específica para poder hablar de ellas o ellos”.

Sus primeros relatos dibujados están reunidos en los fanzines Mr. Spoqui, que hizo con sus hermanos desde muy niños hasta el 2013. Y también está su primer cuaderno de dibujo: un diario (con candado) que le regaló una de sus mejores amigas a los seis años y que Amanda no sabía cómo se usaba normalmente: “Ella me lo regaló y me dijo: aquí vas y pones las historias del día, comenzando siempre con la frase ‘Querido diario’. Pero yo no entendí que eran las historias reales del día, sino las que a la gente se le ocurrían (risas). Así que allí empezaron mis primeras historias compiladas. Aún lo guardo”. En esos espacios, Amanda pudo explorar formatos y encontrar el camino a la concepción de su universo gráfico: uno que responde a la ambigüedad como una renuncia al absoluto.

Sus historias son fragmentadas, alejadas de la estructura secuencial y más cercanas a la simultaneidad, y lo son porque responden a una representación de sus recuerdos, desde adentro, sin inicio, nudo y desenlace ordenados, así como recordamos todos. Su intención es lograr hacer sentir al lector lo mismo que ella sintió en aquellos instantes, ponerlo en su lugar. Le importa más el qué representó para ella que lo que realmente sucedió. Y es en ese punto donde Amanda emerge como vanguardia: cuando modifica las formas convencionales para contar historias y las reajusta a lo que realmente le interesa contar, porque cree en la empatía como un recurso más poderoso de conexión con el otro que la ficción misma.

Así, sus viñetas no corresponden a copiosos globos de textos, sino a las escenas y a las formas, y a los colores. Amanda crea en las páginas una reproducción de su mente y nos invita a entrar. No hay espacios reconocibles porque son los que hay en su cabeza, donde todo flota. No hay personajes comunes; hay seres sin forma definida, sin raza, ni género. No hay colores puros; hay tonos vibrantes, incluso si cuentan situaciones tristes, porque es su forma de mostrar los contrastes que guarda la vida. “Cuando pasa algo horrible, la música no viene, ni la luz cambia y se pone azul. Simplemente pasó y nada alrededor cambió”, explica la autora.

Cuando Amanda se pone de rodillas y empieza a dibujar como si estuviera jugando con barro, no hay andamios técnicos, geográficos o temporales. Sólo hay emociones o momentos encapsulados por los que va más allá de sí misma para traerlos hasta nosotros. Son canciones dibujadas. Amanda es, sin lugar a dudas, uno de los puntos de partida para la historia del cómic que queda por venir.

* Editora de la revista Larva y coordinadora de los proyectos editoriales de la plataforma cultural Entreviñetas.

Por Gabriela Blanco

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