El Magazín Cultural

Chucho Valdés y el compás del jazz afrocubano

El artista cubano, que llega a los 78 años este nueve de octubre, es uno de los referentes del jazz en América Latina. Su cercanía con el piano desde los tres años fue un don heredado de su padre, Ramón “Bebo” Valdés.

Jorge Andrés Osorio Guillot
09 de octubre de 2019 - 11:43 a. m.
Archivo particular
Archivo particular

Dionisio Jesús Valdés Rodríguez es el verdadero nombre de uno de los mejores pianistas del jazz afrocubano en la actualidad. Su nombre posiblemente habla de la intención (y también del conocimiento) de sus padres por darle una identidad que lo caracterice por la inspiración y la grandeza para la música y el carnaval a partir de la cultura y sus raíces.

Su afinidad con el piano fue prematura. Desde los tres años habría de iniciar ese camino que le indicó que su pasión estaba cerca de las teclas de aquel instrumento que heredaba por los dones naturales y artísticos de su padre, Ramón “Bebo” Valdés.

Su apuesta musical es tan variada como el jazz que interpreta. Con ayuda del rock y de la música clásica, Chucho Valdés ha logrado demostrar la trascendencia de sus clases de piano, solfeo y teoría musical, dictadas por grandes directores cubanos de la década de 1950, década en la cual Dionisio habría de tomar clases en el Conservatorio Municipal de Música de La Habana y también habría de recibir algunos consejos en clases privadas con personas como Zenaida Romeu, Leo Brouwer y Oscar Muñoz Boufartique.

Su entorno siempre estuvo rodeado de diversidad. Por supuesto, la diversidad que se encuentra en los polirritmos del jazz y en las personalidades de este género que el pianista llegaría a conocer gracias a los conciertos que su padre realizaba. Sarah Vaughan y Nat King Cole hacen parte de los artistas que pasaron ante los ojos y se quedaron en la eternidad de las notas y la memoria de Chucho Valdés.

Al finalizar la década de 1950, este artista cubano ya había conformado su primer trío de jazz y ya había logrado formarse en las filas de la orquesta Sabor de Cuba que, en aquel entonces, era dirigido por su padre. Este tipo de vivencias serían la fuente de conocimiento y de inspiración para que Valdés haya aprendido a merodear en los terrenos de la música y las tradiciones cubanas enlazadas al jazz y sus orígenes en la cultura africana y posteriormente adaptada en el sur de los Estados Unidos en el Siglo XIX.

En la identidad musical de Chucho Valdés ninguna tradición pesa más que otra. Tanto la cultura africana como la cubana lo han interpelado en su personalidad y han logrado mezclarse en medio de instrumentos y de idiomas. Una muestra de ello fue Irakere, una de las agrupaciones que más revuelo causó en la década de 1960 por su capacidad de innovación e improvisación para la música y la onda cultural de la época en Latinoamérica. Irakere es una palabra que significa vegetación y que proviene de la población indígena Yoruba, ubicada en el oeste africano, especialmente en Nigeria. De allí surge la intención del pianista cubano para realzar y purificar las raíces africanas y poderlas implantar en el son popular de Cuba. 

A partir de ese momento, Irakere se convierte en el símbolo del empoderamiento del Latin Jazz y de otros géneros como el rock progresivo y el funk, de manera que junto a artistas de gran nivel como Paquito D’ Rivera, Arturo Sandoval Jorge Varona, Carlos del Puerto, entre otros, Chucho Valdés habría de revolucionar la tradición musical en Cuba al incursionar con sonidos provenientes de tambores como el arará y el batá, instrumentos membranófonos bordeados por cueros y utilizados habitualmente en las tradiciones y cultos cubanos.  Infortunadamente, la banda se convirtió en un espacio que alejaba al pianista de su pasión, pues más allá de su vocación como músico capaz de componer, arreglar y dirigir una banda, para Valdés no hay nada más importante que su permanencia ante el piano y las teclas que dan vida y sabor a su inspiración. Debido a ello, en el 2005 la banda y el pianista bifurcaron sus caminos pero no sus ideales de seguir aportando al jazz a partir de la fusión e improvisación de sonidos latinos y africanos.

Canciones como El Manicero, La Sitiera, Sabor a mí o Rhapsody In Blue son muestras de la belleza que hay tras las interpretaciones en el piano de Chucho Valdés. Sus dedos se deslizan en las teclas como peces en el agua, en medio de las notas se diluyen la ansiedad y el hastío y cada sonido transforma la ignominia en la admiración del arte, de la música y de la habilidad para generar en los oyentes el placer y la inclinación por cerrar los ojos y bailar al ritmo de su música.

Debido a los pasos de gigante que se balanceaban al ritmo del jazz latino, Chucho Valdés ha sido reconocido en varios premios Grammy donde ha ganado cinco y tres pertenecientes a  los Latin Grammy.  Todos estos premios los obtuvo, en su gran mayoría, en la categoría de mejor álbum. Irakere, Habana, Live At The Village Vanguard y Juntos para siempre son algunos de los álbumes con los que se respalda y reafirma la capacidad del pianista cubano para ser reconocido como uno de los mejores del mundo en la actualidad.

Por su trayectoria y su identidad es que los organizadores de Jazz al parque decidieron integrarlo en este festival que cada año crece más gracias a sus invitados y a su ambiente cordial y siempre dispuesto a escuchar lo mejor del jazz en cualquiera de sus presentaciones. De modo que en esta oportunidad los asistentes al evento tendrán el privilegio de escuchar a uno de los exponentes y revolucionarios de la música cubana y del jazz en Latinoamérica.

Por Jorge Andrés Osorio Guillot

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