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Cien años de Paul Celan: la noche carente de sueños

Hoy es el centenario del nacimiento del gran poeta de origen rumano, víctima de los nazis y considerado uno de los mayores líricos de la lengua alemana. “En Colombia necesitamos mirar de frente la realidad, remover las máscaras y confiar en los misterios de la poesía”, invita el autor de este artículo.

Azriel Bibliowicz * / Especial para El Espectador
23 de noviembre de 2020 - 12:22 p. m.
Paul Celan (seudónimo de Paul Anzcel) nació el 23 de noviembre de 1920 en Rumania y se suicidó el 20 de abril de 1970, lanzándose al río Sena en París, Francia.
Paul Celan (seudónimo de Paul Anzcel) nació el 23 de noviembre de 1920 en Rumania y se suicidó el 20 de abril de 1970, lanzándose al río Sena en París, Francia.
Foto: Archivo

Quisiera hablar de una gran obra en donde el pensamiento se coloca bajo el imperativo visible de la muerte y cuyas páginas caminan sobre el filo de la navaja. Me refiero a la poesía de Paul Celan.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el poeta se encontró cara a cara con lo incomprensible, lo inaccesible, y en sus palabras, se enfrentó al “lenguaje de la piedra”. Y tengo la impresión que es la experiencia de todo poeta después de pasar por una guerra. (Recomendado: “No se puede glorificar la violencia”, entrevista a la artista Doris Salcedo, por Nelson Fredy Padilla).

Por ello, no es casual que Nelly Sachs, a quién Celan llama en uno de sus poemas: hermana, también recurra a estas imágenes. Oigamos por un momento a la Sachs:

Se tienden camas para el dolor

las sábanas son su íntimo amigo

luchan con el arcángel

que nunca abandona su invisibilidad

el aliento cargado de piedra busca nuevos caminos

pero la crucificada estrella

vuelve a caer como fruto maduro

sobre la mortaja del dolor.

La obra de poetas como Paul Celan y Nelly Sachs resultan emblemáticas y valiosa para un país como el nuestro sumido en un guerra fratricida por décadas. Para Celan escribir no era un juego, ni un experimento, ni siquiera un trabajo. Escribir, nos dice, significa poner la existencia al límite, empujar hacia las regiones de la mente donde se expone al cambio radical, al otro y su terror, a lo misterioso. Y aquel instante en que la existencia confronta lo intimidatorio y aterrador, cuando la respiración falla, cuando el silencio literalmente (aun cuando sea por un segundo) abraza la muerte, en ese momento, nace el poema. Y nos jala de un ya-no–más- a un volver al aire y a la vida. (El silencio de los poetas).

Este momento, ese morir en vida, cuando nos quitan el aire, y sin embargo torna y retorna para Celan es un “Utemwende” o cambio de aliento. Esta palabra crucial, acuñada por el poeta, se transformará en el título de uno de sus libros. Nos dice Celan:

De pie, en la sombra

de la cicatriz en el aire.

De pie-para-nada-y-para-nadie.

Irreconocible,

sólo para ti.

Con todo lo que pudiese contener,

aun sin lenguaje.

Celan comprendió cómo el lenguaje, en últimas, es un ente frágil, sensible y susceptible a padecer los golpes ocasionados por las mentiras, los odios y la violencia. Y tal vez él lo comprendió en toda su dimensión porque cuando lo perdió todo, cuando la guerra lo despojó de toda pertenencia, lo único que le quedaba, ante las ausencias, era el lenguaje. Pero, un lenguaje lastimado, un alemán anquilosado por los slogans y clichés de los discursos del Tercer Reich. Sin duda era el idioma de sus verdugos, pero también el suyo. Y aun cuando Celan pudo haber escrito en otra lengua, al fin y al cabo era poliglota y hablaba francés, rumano, ruso, inglés y alemán, y fue además un maravilloso traductor de grandes poetas como Osip Mandelstram, Apollinaire, Shakespeare y Emily Dickinson, se aferró a su lengua materna porque a pesar de ser la de sus victimarios, también era la suya y no se la podían robar sus perseguidores.

Celan nació en Czernowitz-Rumania, cuando esta ciudad pertenecía al Imperio Austro-húngaro. Sus padres fueron judíos alemanes y lo único que les quedó de la cultura con que se habían criado fue el lenguaje. Y ese lenguaje, adobado por grandes intelectuales y filósofos, se encontró ante el vacío y con la falta total de respuestas después de Auschwitz. Fue el lenguaje, el que a través de un terrible enmudecimiento, tuvo que pasar por las mil y un tinieblas del discurso asesino. Fue ese mismo lenguaje el que atravesó a Celan y este nos dice que no tuvo palabras para expresar lo que experimentó, pero no obstante, el lenguaje, lo cruzó, lo recorrió y pudo ver la luz del día “enriquecido por lo que había experimentado”.

Para Celan el lenguaje, producto de la experiencia, siempre cruza, está en camino en busca de algo inmaterial pero a la vez terrenal, algo circular, que vuelve sobre sí mismo a través de ambos polos y atraviesa incluso sobre los tropos y trópicos. Para Celan la lengua es un meridiano. Pero, entonces. ¿Cuál es el camino a seguir? El propio poeta nos responde: “Apóyate en las inconsistencias”.

Nos dice que cuando hablamos de esta manera estamos siempre preguntando por un de dónde y un hacia dónde y son preguntas que quedan abiertas, que no llegan nunca a su fin, que apuntan hacia un espacio abierto, vacío y libre; y estamos fuera, lejos. Por ello, todo poema debe buscar, ese lugar indescifrable.

Y aun cuando, Celan revitalizó el alemán, lo puso a tartamudear, demostrando que ante su recorrido este no podía sino dudar, trastrabillar de aquí en adelante.

“Atemwende”, un cambio de aliento, donde inhalar y exhalar, nos lleva a encontrarnos tanto con el aire como su ausencia. El lenguaje es un respirar y la vida tanto dirección como destino y el poema que nos quita el aire, sin embargo, nos lo devuelve y permite vivir.

En Colombia necesitamos, sin duda, un cambio de aliento. Mirar de frente la realidad, remover las máscaras y confiar en los misterios de la poesía, que como diría Stéphane Mallarmé es, “la música de su propio silencio, el guardián de la propia delicadeza.”

Debemos comprender que sólo la capacidad enigmática de la poesía revitaliza nuestro lenguaje, y nos liberará de la noche carente de sueños.

* Escritor y profesor. Fundador de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia y autor de novelas como ‘Migas de pan’ (Alfaguara) y ‘El rumor del Astracán’. Fragmento de un discurso en el I encuentro de Creación literaria y Escrituras Creativas de las Américas que organizó la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad Central en marzo 2015.

Por Azriel Bibliowicz * / Especial para El Espectador

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