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'Coco Chanel e Igor Stravinsky'

Esta película destapa el romance que mantuvieron la diseñadora que reinventó la elegancia del siglo XX y el compositor ruso que transformó la idea de tocar el piano.

Angélica Gallón Salazar
24 de noviembre de 2011 - 11:33 p. m.

Es 1913. En el teatro Champs Elysées de París no hay una silla vacía. Todos han asistido a ver el estreno de La consagración de la primavera, del compositor ruso Igor Stravinsky. Esperan presenciar la rareza de esa música que ha elevado la fama del compositor. Sin embargo, serán testigos de uno de los escándalos artísticos más recordados del siglo XX. Entre la audiencia, asistiendo a su primera gala de ballet, está la diseñadora Coco Chanel. Puede distinguirse entre las invitadas no sólo porque lleva con gracia un vestido negro, cuando la elegancia iba siempre de colores pastel, sino, además, porque es una de las pocas que sonríen durante toda la velada y se mantiene al margen de los vituperios y gritos de burla de la audiencia.

El telón se abre, los bailarines del coreógrafo Vaslav Nijinsky aparecen en el escenario para hacer de sus cuerpos los objetos de un ritual pagano en un tempo que reta cualquier comprensión del ritmo, mientras que una audiencia que no entiende esa pieza moderna, radical, se larga en gritos ahogando el sonido de los violines. Así, con una escena imponente, introduce el director holandés Jan Kounen a los espectadores en el comienzo de la historia de amor que se tejerá entre la diseñadora francesa que revolucionó la forma como las mujeres entendían y vestían su cuerpo y el compositor que fue reconocido como el mejor pianista de su época. Es la recreación del encuentro entre Chanel y el lenguaje desconcertante de Stravinsky en el que ella intuye algo de su propia existencia.

“Conocí a Stravinsky a través de su música. Ya conocía su pieza La consagración de la primavera, pero, con la intención de entender su interior un poco más, me encerré en un cuarto oscuro y la escuché treinta veces sin parar. Coco Chanel, por su parte, se me reveló después de pasar un día entero en su apartamento; toqué sus objetos, leí sus libros. Fueron momentos muy conmovedores, porque sentía que tenía la responsabilidad con los ausentes, los muertos, de ser capaz de traer de vuelta sus genialidades”, explica el director, quien contó con el beneplácito del diseñador Karl Lagerfeld, director creativo de la marca Chanel, para usar algunas de las piezas del vestuario original de la diseñadora.

En una película de pocos sucesos que sacuden —aparte del concierto de Stravinsky—, en la que la fotografía, los escenarios y, sin duda, los vestuarios se roban a veces toda la atención, se muestra a una Chanel siempre extraña, diferente al resto de las mujeres, convertida, gracias a su fortuna, en una mecenas de las artes al ofrecerle a Stravinsky su villa, a las afueras de París, para que sobrelleve el exilio y pueda vivir con su esposa y sus cuatro hijos sin interrumpir la creación de su obra.

A su merced, ocupando su espacio, el impenetrable Stravinsky, el hombre de familia, se convertirá en un amante que perderá la compostura de su camisa y su pelo siempre estirado hacia atrás. Chanel será testigo cotidiano de esas manos que hacen del piano un instrumento trastocador y bulloso y para entenderlo lo someterá con seducción debajo de sus sábanas. “Intenté describir en ambos casos la compenetración de un artista con su obra, entre la personalidad, la psicología y la creación. También la habilidad del artista de trascender los dramáticos eventos de su vida, pero a la vez sus obsesiones y el sacrificio que hace por la misma enfermedad de su arte”, explica el director Kounen.

La caprichosa Chanel, en busca de obtener la completa adoración del compositor, se embarcará en la fabricación de un perfume y hará de la creación de su fragancia no sólo un éxito comercial, sino una nueva ética para la seducción femenina: “Una mujer sin perfume, es una mujer sin futuro”.

Es así como, en 1921, el perfumero francés Ernest Beaux recibe el encargo de hacer “un perfume de mujer que huela a mujer”. Después de cientos de pruebas y de mezclas imposibles, Beaux le muestra una selección de cinco fragancias finales a la diseñadora, quien después de olerlas todas decide quedarse con la número 5. Ochenta ingredientes, entre los que predominan las esencias de rosas y jazmines, darán origen a una leyenda de la perfumería que vestirá en su desnudez a famosas del siglo XX como Marilyn Monroe, quien en una entrevista, a la pregunta de cómo se vestía para dormir, respondió: “Con Chanel Número 5, por supuesto”.

La película continuará adentrándose así en esas expresiones artísticas que en cada uno de los casos nacen del romance que los contraría y terminará por desentrañar, tal como lo buscó el escritor Chris Greenhalgh en la novela que sirve de base a la película, esa especie de vidas paralelas que mantuvieron los amantes a pesar de su distancia: el juego del blanco y el negro, de las teclas del piano y de los vestidos de Chanel, el nombre que le dio la crítica a Stravinsky, “el vodka con toques de perfume francés” y las muertes de ambos que se sucedieron en un año.

Por Angélica Gallón Salazar

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