El Magazín Cultural

Con licencia para matar o los James Bond del trópico (Opinión)

La esquina de América es uno de los focos de corrupción más poderosos del mundo. En Colombia ésta práctica dejó de ser un delito para consolidarse en una forma de pensar.

Mauricio Navas Talero
26 de enero de 2019 - 09:34 p. m.
Cortesía
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La compra de senadores para modificar La constitución y hacerse reelegir presidente, por ejemplo, es una herencia que impregnó el pensamiento criollo con un prurito: la ley es un sofisma que acomodamos para que sirva a nuestros intereses.  Desde este postulado hay ya dos generaciones de colombianos que crecieron “adobados” en la corrupción, para quienes  el capricho es la ley, y  un soborno es una “colaboración” y un asesinato, una acción de fuerza política “urgente para salvar la patria”.

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Crímenes de estado con nombres glamurosos como “falsos positivos” y groserías de cloaca como el caso Odebrecht rotulados como “conspiraciones de la oposición”. Aun así, los trabajadores y las empresas del Estado se saben vigilados, y aunque eso no es óbice para que cometan delitos, hay pequeñas satisfacciones como un nieto de Rojas Pinilla preso por ladrón, un amigo de NHM encargado de evitar la corrupción, preso en USA por corrupto y Uribito con grilletes en Miami.

¿Pero y la empresa privada?  La ética que se aplica en lo público se extingue al cruzar la frontera del sector particular y lo que es pecado para los organismos de control del Estado es invisible en la empresa privada.  Bajo el manto de la iniciativa del libre mercado hay  desmanes que afectan al país tanto como las que pululan en el sector público, pero por cuenta de la taxatividad de la ley, lo que en una institución estatal es delito, en lo privado es insignificante, una coima se vuelve “colaboración” y un soborno una “comision”,  lo que la ley pública rotularía como negligencia en el otro lado es “astucia”, porque en Colombia la ética dejó de ser obligatoria y se trocó en un obstáculo. 

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Son cientos de trabajadores de la empresa privada que se han quedado sin plataforma laboral y millones de ciudadanos que perdieron una gran ventana cultural por cuenta de la negligencia y el desgreño de funcionarios de la empresa privada. ¿Y eso a quién le importa?.  Probablemente a miles, pero la empresa privada en Colombia, a la manera de James Bond, tiene “Licencia para Matar”.  Y los damnificados cruzamos los dedos para que la sintonía que ha logrado Canal 1 no sea “flor de un día” porque la televisión colombiana está en peligro de extinción.

Por Mauricio Navas Talero

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