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El arte que no vuelve a casa

En las últimas semanas ha sido noticia el juicio por el robo de seis cuadros del Museo Kunsthal, en Holanda. Ligado a ello, una serie de instituciones buscan las obras de arte robadas en el mundo.

Juan David Torres Duarte
15 de agosto de 2013 - 10:00 p. m.
‘Mujer con ojos cerrados’ de Lucian Freud, uno de los cuadros robados del Museo Kunsthal en Róterdam.  / Flickr: deflam
‘Mujer con ojos cerrados’ de Lucian Freud, uno de los cuadros robados del Museo Kunsthal en Róterdam. / Flickr: deflam

El artista George Grosz visitaba en 1953 el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En su recorrido notó que allí estaba una de sus obras, El poeta Max Herrmann-Neisse. Entonces le escribió una carta a su hijo. Le dijo: “El Museo de Arte Moderno exhibe una pintura que me robaron (no tengo poder contra eso), ellos la compraron de alguien que, a su vez, la robó”. ¿Cómo llegó esta obra a manos del museo si Grosz jamás la había vendido? Sus herederos contaron años después su versión: los nazis los obligaron a venderlas luego de que el artista huyó de Alemania. Los nazis lo habían declarado “enemigo de Estado”. El museo defendió su propiedad; las obras no han sido devueltas a la familia Grosz. El artista, que se refugió en Estados Unidos, jamás reclamó.

Desde que 44 países firmaron en 1998 un convenio para entregar información sobre arte posiblemente robado, cientos de familias reclaman la propiedad sobre obras de arte robadas. Dichos robos, en su mayoría cometidos por nazis —aunque también existen casos, como el del Museo Kunsthal, donde en octubre del año pasado fueron robadas seis pinturas por una banda delincuencial—, producen una ruptura en la historia de la obra. Los museos, para defender su propiedad sobre ellas, han asegurado que es imposible conocer quiénes fueron los dueños de las obras en principio y cómo pasaron de mano en mano.

“El saqueo sólo se reducirá —dijo Neil Brodie, investigador del Centro Escocés para el Crimen y la Justicia, en una columna para Safe— a través de las políticas adecuadas de regulación del comercio a nivel internacional, centrándose en la demanda, no la oferta”. Ese tipo de saqueo “profesional” planeado por los nazis —una obra que perteneció al jefe nazi Hermann Göering, por ejemplo, fue subastada en Sotheby’s y la venta fue luego bloqueada— es el que compete a instituciones como National Archives, la Comisión por el Arte Robado en Europa y Arte Robado, una de las principales fuentes de registro de arte saqueado entre 1933 y 1945: justo el momento en que Hitler ordenaba tomar las obras de arte en manos de familia judías para crear un inmenso museo en Linz (Austria), su ciudad natal.

De modo que si hoy los investigadores de cada institución —algunos de ellos apoyados por las Naciones Unidas— deciden buscar pieza por pieza, el nudo se torna más grande: la pregunta sobre su paradero es reciente y tanto los culpables como las víctimas han muerto o no dejaron información verificable sobre la historia de las obras. La familia Cassirer, que vivió en Alemania por los tiempos del Holocausto, reclama una pintura de Camile Pissarro que le perteneció. La pintura, parte de la colección del Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid (España), no ha sido restituida a la familia por una razón sencilla: existe un certificado de compra del museo, mientras que los Cassirer sólo cuentan con los recuerdos de sus ancestros. Su propiedad aún está en discusión en una corte federal de Estados Unidos.

Otra esfera, aunque ligada a este saqueo sistemático, es la de los robos particulares. De nuevo, el ejemplo del Kunsthal es el más cercano: varios hombres entran al museo a las 3 de la mañana y en 90 segundos toman seis obras, entre ellas dos de Claude Monet y otras más de Paul Gauguin y Pablo Picasso. Intentan venderlas en Hungría; la transacción no es exitosa, entonces las trasladan a Rumania. Los ladrones fueron capturados hace más de un mes y el juicio en su contra comenzó esta semana. Una de las implicadas dice que quemó las obras; los demás prometen devolverlas a cambio de beneficios.

Los procedimientos policivos son distintos, pero la búsqueda es similar. Es difícil vender una obra de arte robada, pues la constante búsqueda y la exposición de dicho material harían evidente su ubicación. El 7 de diciembre de 2002, por ejemplo, dos obras fueron robadas del Museo Van Gogh, en Ámsterdam. Las obras no han sido encontradas; hasta el momento no hay ninguna pista de su suerte. Cinco cuadros más fueron extraídos del Museo de Arte Moderno de París en 2010; hubo tres detenidos, pero ninguna obra encontrada.

La suerte de estos cuadros es, pues, distinta. En el caso del robo nazi, los investigadores dedican días enteros a la búsqueda de posibles trazas históricas de la obra. ¿De dónde viene? ¿Quién fue el primer comprador? ¿En qué momento se perdió la pista? La obra, en cualquier caso, existe en alguna parte. Esta segunda esfera, en cambio, está ligada al mercado negro. ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de robar una obra de arte si no la puede vender o sacar algún provecho de ella? Esa pregunta, central para quienes investigan estos casos, es la más inquietante.

En otras situaciones las noticias son más benévolas. La restitución, en casos específicos, ha obtenido resultados. Arte Robado registró en junio de este año la restitución del cuadro La duquesa Ana Amalia de Brunswick, pintado por Angelika Kauffmann en 1789, cuya pista se perdió en la Segunda Guerra; sólo hasta 2011, cuando reapareció en una venta de Sotheby’s, el cuadro fue entregado a sus descendientes. El Museo Israelí, por su parte, entregó en mayo de este año un cuadro del impresionista Max Liebermann a los herederos de Max Cassirer, un reconocido hombre de negocios y miembro de una familia de vendedores de arte.

Un cuadro de Cézanne también fue restituido en 2010. En 1999 un abogado retirado intentó venderlo a través de una firma suiza; la pintura había sido robada en 1978. La obra fue recuperada; en la década siguiente seis trabajos más, extraídos también en 1978, fueron recuperados y entregados a sus dueños originales. Del mismo modo ha sucedido con esculturas y objetos arqueológicos: The Art Loss Register cuenta 10 casos de restitución alrededor del mundo en los últimos años.

Sin embargo, como aseguró el diario The New York Times en un artículo sobre este tema, los museos —por lo menos en Estados Unidos, a donde fueron a parar varias de las obras robadas por los nazis— no han colaborado con los trámites legales y algunos prefieren ser citados a la corte antes de llegar a un acuerdo personal. Dado que hay vacíos en la información, buena parte de ellos ganan los pleitos legales y son nombrados como los legítimos propietarios de las obras. Sean los nazis o sean bandas organizadas, el robo de arte se ha convertido en una modalidad para adquirir prestigio y dinero. La altísima demanda actual de arte es una de las causas de dicho fenómeno. Cada obra y cada artista recorre un camino tortuoso hasta el éxito. Luego, también, lo hacen sus herederos.

 

jtorres@elespectador.com

@acayaqui

Por Juan David Torres Duarte

 

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