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El arte vivo de Negret

Horas después de su cumpleaños 92, un cáncer se llevó al escultor colombiano Édgar Negret. El artista caucano inundó las calles del país con su obra. Su historia, construida con yesos y bronces en tres dimensiones es la del hombre esforzado y solitario, más no huraño, que poco se desvivía por los reflectores de los medios de comunicación.

Daniela Franco García
12 de octubre de 2012 - 02:07 p. m.
Foto: Archivo
Foto: Archivo

El jueves sus amigos más allegados le celebraban a Édgar Negret sus 92 años de vida, un día que sintetizaba casi un siglo de arte. Simbolizaba esos primeros yesos que luego se fueron convirtiendo en bronces, bronces de tres dimensiones cuyo arraigo en el país siempre estuvo vigente y al que hoy se le rinde homenaje con motivo de la muerte del artista en la madrugada del viernes, como consecuencia de un cáncer.

Pasaron pocas horas después del festejo para que la enfermedad apagara su luz, una triste coincidencia para el mundo de la cultura y el periodismo, que también despedía horas antes a Bernardo Hoyos.

Las obras de Édgar Negret hablan de lo que él mismo era, como si fueran el retrato de su alma, una fotografía tomada después de los años 50, cuando el escultor payanés encontró el aluminio, que sería para él, el más noble de los materiales.

El Sol, La Cascada, Dinamismo, todos nombres de sus obras, hablan de él, de sus días en su taller creando las piezas que hoy adornan al aeropuerto José María Córdova, de Rionegro o el Parque el Virrey, de Bogotá.

Rodolfo Buitrago, uno de sus asistentes más allegados, ese que le ayudaba haciendo los huecos y curvando láminas en forma artesanal, habla de Negret como su familia y cuenta que él hacía lo mismo con ellos y de hecho así los presentaba. Dice que el artista estuvo ausente de los medios varios años, pero no porque quisiera, sino porque estos en cierta forma se olvidaron de Negret, al que no le quedaban más que sobrinos y, por supuesto, los amigos que hizo en torno a la escultura.

Como su fiel asistente lo acompañó hasta el último momento en su casa en Santana, en Bogotá, un lugar que Buitrago describe como un pequeño museo, que entre esculturas y yesos alberga cerca de 111 piezas.

Hace un año Buitrago contaba que Negret ya venía sufriendo de la tensión, de la tiroides y de un alzhéimer, que para él no era confirmado, pues aún lo reconocía y parecía hablarle con la misma claridad y brevedad de siempre. Pero lo cierto era que el tiempo sí le había arrebatado la memoria, y hoy un cáncer que ya había hecho metástasis, le arrebata su vida.

La ministra de cultura, Mariana Garcés, cuenta cómo desde hace algún tiempo al interior de la institución resolvieron darle una vez más la gran orden del ministerio de cultura “un reconocimiento más que merecido” tal como señala ella misma.

Pasó bastante tiempo, y distintas circunstancias no permitieron darle el galardón a Negret. Curiosamente, como si tratara de una premonición, el día de su cumpleaños, ese día poco antes de su muerte, después de muchos intentos, pudieron concretar el encuentro y el Ministerio de cultura logró darle el reconocimiento a tiempo, muy a tiempo. “Se nos fueron dos grandes que le harán mucha falta a la cultura en Colombia y también al periodismo, en el caso de Bernardo Hoyos” resalta Garcés.

Este pionero de la abstracción geométrica le deja a Colombia y el mundo un legado de arte, ya Jorge Oteiza, el maestro vasco que escribió sobre el escultor en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, decía: “el artista que termina cuelga el teléfono del lenguaje y marca el número del silencio”, ese que queda hoy después de su muerte.

El abogado de Edgar Negret recordaba en una entrevista para la revista Cromos lo que el maestro decía repetidamente, palabras que dejan eco el día de su muerte: “para hacer lo que yo he hecho tuve que nacer en 1920 en Popayán, ser el cuncho de 11 hermanos y el hijo del general Negret y de una mujer que me llevaba a la iglesia. Tuve que oír durante dos años al organista Marcelo Dupré en el templo gótico Saint Sulpice de París. Tuve que vivir 15 años fuera y tuve que regresar a Colombia en 1964. Tuve que sentir la soledad de mis 10 hermanos, todos muertos. Y tuve que toparme con un ancestro americano”.
 

Por Daniela Franco García

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