El Magazín Cultural

El escritor de la esperanza

Ingeniero y diplomático, Long escribió el libro “La niña que miraba los trenes partir”, galardonado en el 2016 con la mención Libro de Oro.

Santiago Díaz Benavides
17 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.
El escritor uruguayo Ruperto Long, quien combina su carrera de ingeniero con la literatura. / María Fernández Russomagno
El escritor uruguayo Ruperto Long, quien combina su carrera de ingeniero con la literatura. / María Fernández Russomagno

Ruperto Enzo Long Garat, nacido en Uruguay en el año de 1952, es ingeniero de profesión y ha sido diplomático en más de una ocasión; actualmente se desempeña como ministro del Tribunal de Cuentas de la República del Uruguay, pero su pasión le pertenece a la literatura, de eso no cabe duda. Ha escrito, entre otras cosas, uno de los mejores libros del último año en su país, galardonado con la mención Libro de Oro 2016, una historia sobre el dolor de una niña, los destrozos de una guerra y la fuerza de la esperanza.

La niña que miraba los trenes partir, editado por el Grupo Editorial Penguin Random House, es la historia de Alter, Dimitri, Charlotte y Domingo, quienes deben cambiar sus estilos de vida a causa del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con un gran rigor investigativo y una pluma que nos hace saltar entre la realidad y la ficción, Ruperto Long ha logrado escribir uno de los retratos más conmovedores que se han hecho de este evento histórico. Se trata de una novela basada en hechos reales, un texto concebido a partir del testimonio y relatado con sumo detalle, como si de una película se tratara. A propósito de la promoción de este título en Bogotá, hablé con el autor acerca de un poco de todo.

Un diálogo sobre las emociones, la literatura, la vida, el fútbol y la historia de una niña que tuvo que luchar por la libertad, me permitió comprender que cuando se hace algo con el mayor de los cariños, no importa de qué manera se aborde, siempre saldrá bien. La charla con Ruperto Long me ha servido para darme cuenta de que, por más tormenta que caiga sobre el tejado, llegará el momento en que el sol salga para secarlo todo.

¿Cómo puede hablarse sobre este libro? ¿Es novela, crónica novelada, ficción histórica?

Sucede que es una novela basada en hechos reales. Los personajes principales existieron realmente, otros fueron inventados y algunos fueron apareciendo con el tiempo, mientras la historia se iba fortaleciendo. Si bien es ficción, todos los personajes tienen un trasfondo real. Charlotte, que es la niña que miraba estos trenes, es uno de los personajes que detonan la trama de la novela y me permite indagar al respecto. Al inicio, cuando le comento a ella que me gustaría escribir un libro sobre eso que me ha contado, se niega rotundamente a la idea, pero, como usted dice, le insistí de tal manera que la convencí, por suerte. Una vez que aceptó la idea, siempre me apoyó. Cuando el libro estuvo listo, se lo di y me dijo: “Bueno, ahora lo voy a leer”. Ese fue el fin de semana más largo de mi vida. El juicio de ella, para mí, era muy importante. Luego, me llamó y me dijo: “Ruperto, estoy fascinada”. Ya con eso, me di por bien servido.

Ahora hasta viajamos juntos para la promoción del libro. Me ha acompañado a Argentina y otros sitios. Está siempre atenta de lo que va aconteciendo. Y bueno, es un regalo bien bonito poder tener este libro, porque es una forma de recuperar una parte de la memoria que ella había decidido ocultar durante tanto tiempo. También es un homenaje a muchísima gente que vivió y no vivió estos acontecimientos. Creo que ese es un componente importante de la novela. Lo que el libro revela obedece a un precepto: nosotros enfrentados a situaciones de extrema dureza.

Hugo Burel realiza una lectura apasionada de esta novela y resalta mucho lo que ha logrado usted aquí. Tengamos en cuenta, además, que es uno de los libros más vendidos en Uruguay. ¿Cuántas ediciones lleva desde su publicación?

En Uruguay van ocho ediciones. Luego han salido ediciones en otros países, como Colombia, Argentina e Italia. Ha tenido una buena recepción. El 2016 fue el año de consagración del libro, pero el 2017 ha sido el de la salida. Espero que antes de que culmine el año pueda estar en todos los países de habla hispana.

Este libro parece ser un elogio a la esperanza. De alguna forma, los adioses de los personajes en esta historia, pues, se hacen eternos y los van llevando como por el borde de un riachuelo hasta llegar a un inmenso manantial. ¿Cuál era su propósito al escribir esta novela?

No fue intencional. De un modo o de otro, el final de la novela permite apreciar que todo lo vivido puede llevar a la contemplación de la esperanza. Este comentario certero que usted hace va de la mano con lo que días atrás me decía Alonso Cueto —gran escritor, dicho sea de paso—, cuando presentábamos el libro en Perú. Él me dijo: “Tú eres el escritor de la esperanza”, luego me lo escribió. Pero yo no tengo nada que ver. Así fue como salió la historia. Cuando se repasa ese episodio tan oscuro de la Segunda Guerra Mundial, hay tentación hasta morbosa de meterse una y otra vez en las crueldades que fueron, y siguen siendo, innombrables. Pero si hoy estamos haciendo esta nota es porque hubo respuestas en contra de todo aquello que ocurrió, y da la sensación de que el amor pudo más que el dolor.

¿Por qué, después de tantos años, seguimos hablando de aquel acontecimiento?

Pienso que estos aspectos innombrables que comentábamos hacen de la guerra un fenómeno mundial y transicional. Fue algo de una magnitud inmensa y aún hoy quedan vestigios de lo que aquello significó en su momento. Pero, lamentablemente, encuentro otra razón, y es el morbo con que vemos lo que sucede hoy en día. ¿Cómo es posible que con este antecedente hagamos caso omiso a lo que sucede en tragedias que, de alguna manera, son un eco de lo que pasó hace 70 años? ¿No hemos aprendido nada? Por eso seguimos hablando de la guerra, por eso se siguen contando estas historias que refieren a un ayer que no aparece a la vuelta de la esquina, por más repetitivo que se torne el tema.

Cambiemos de lado por un momento. ¿De qué manera logra vincular dos oficios al parecer distantes, como la ingeniería y la literatura?

Creo que no están tan distantes. No hay muchos ejemplos, lo reconozco, de gente que cruza esa frontera entre el arte y la ciencia. Yo siempre tuve la inclinación hacia ambas cosas, y aunque la mayor parte de mi vida me he dedicado a la ingeniería, no he dejado de lado lo que me gusta de las letras. Lo dice Rosa Montero: escribir requiere que uno vaya viviendo. Entonces, con una vida encima, en los últimos años la literatura ocupa un espacio muy grande y me he ido centrando en este tipo de historias que tienen un componente real y pueden tratarse a través de la ficción. Creo que se trata de un prejuicio la existencia de tal barrera. Sé que hay muchos jóvenes que se desempeñan como ingenieros o abogados, y también les gusta leer. Entonces, espero que casos como el mío puedan dar cuenta de que esto es posible. Ojalá un día estos jóvenes se larguen a escribir, que haya muchos más. No hay la tal barrera esa. Se me ocurre un ejemplo, pero no quisiera compararme de ningún modo: Leonardo Da Vinci iba para todo lado. Él hacía arte, ciencia, dibujaba, escribía, hacía números; podía hacer de todo. Y bueno, se enojaba porque no lo dejaban cocinar. Era buen cocinero. Yo no (risas).

¿Cuáles son las lecturas que más lo deleitan?

Es una pregunta difícil. Me gusta leer, por ende, me gustan muchos autores. Pero haré el intento de responder, dejando de lado al más grande de todos los tiempos, en cualquier lengua: Cervantes, quien fuera de los primeros novelistas de la historia… Se me ocurren los nombres de Roberto Bolaño, un autor cuya obra he disfrutado muchísimo; Sándor Márai, un autor húngaro que no es de los más conocidos, pero es apasionante descubrirlo; Marcos Aguinis ha escrito obras formidables; Enrique Vila-Matas, con esa mezcla suya de realidad y ficción, que no se sabe si lo que está contando es verídico o no. Me gusta mucho Cortázar, un autor que me impactó bastante; García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Javier Velasco, Eduardo Sacheri, Patrick Modiano, Hugo Burel; los padres de la literatura uruguaya: Juan Carlos Onetti, Horacio Quiroga, Mario Benedetti… Me cuesta recordar más nombres porque es muy difícil y, bueno, la lista se haría larga.

¿Cuál es el panorama actual de la literatura en su país? ¿Es difícil salir del mercado editorial local?

Se están haciendo las cosas bien. Hay escritores muy notables. Y bueno, es difícil salir de los países de América Latina, porque a pesar de todas nuestras similitudes, gracias a la letra ñ, funcionamos de manera independiente. Hay un buen escritor y le va bien en su país, aun así es difícil que salga. Mucho más difícil es pegar el salto a Europa o a los Estados Unidos. Yo creo que tendríamos que hacer un trabajo mucho más colaborativo entre nosotros. Que un buen escritor uruguayo pueda ser conocido y difundido en Colombia, en Chile o en Argentina, y del mismo modo, que los autores de las otras regiones puedan llegar a Uruguay. Es necesaria la unión entre los mercados editoriales del continente.

Después de este libro, ¿qué planea?

Estoy trabajando desde hace un tiempo en algunas cosas. Confío que el año que viene pueda tener algo ya formado, pero me reservo el tema porque, como buen ingeniero, soy un tanto cabalista. Entonces, si cuento algo, es probable que no se dé como lo tengo pensado.

Tres cosas para hacer antes de morir.

No… Es cruel pensar en eso. Pero supongo que haría cosas que no haya hecho todavía, y repetir algunas que sí: estar con la familia, prolongarse en los demás, encontrarme tranquilo en medio de aquellas personas a quienes les dedico mi tiempo, viajar —el dinero mejor gastado está ahí—, leer, escribir, poder entenderme con otros. Ya dije más de tres, pero bueno, estar aquí, hablando sobre literatura y las cosas que me apasionan, eso no se consigue en cualquier parte. Y claro, me gustaría que Uruguay gane la Copa del Mundo (risas).

¿La Navidad pronto estará aquí?

La Navidad puede llegar por países o regiones. Confío en que pueda llegar a América. Se han hecho esfuerzos muy grandes, se ha dado fin a ciertos conflictos. Me gustaría creer que el continente puede llegar a concebir la paz como estilo de vida, y así, pues, que la Navidad pronto este aquí.

Por Santiago Díaz Benavides

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