El Magazín Cultural
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El Goce Pagano: Una descarga de cuarenta años

Presentamos un homenaje al bar bogotano.

Hugo Ávila Baquero
30 de noviembre de 2020 - 09:16 p. m.
La casa colonial en la que se ubica el Goce Pagano data de 1745. Allí se alojaron temporalmente Simón Bolívar y Manuelita Saenz.
La casa colonial en la que se ubica el Goce Pagano data de 1745. Allí se alojaron temporalmente Simón Bolívar y Manuelita Saenz.
Foto: Instagram El goce pagano

1978. Bogotá danzaba y bailaba salsa en especie en bailaderos, asì mismo de especie, antes del Goce Pagano. Era una capital de pocos sitios de tal especie para su población, comparada su noche continua con las de Barranquilla, Medellín y Cali. Sus bailes habían pasado por la entrañable temporada de los grilles (Colombia, Europa…), con las orquestas vivas del árbol en donde Lucho Bermúdez, Pacho Galán y Rafael Campo-Miranda mandaban la bailada, y José Barros escribía poemas- canciones con la fluidez de sus orillas al Río Magdalena, “que pasas por tantos pueblos…”.

Era otro baile tomando fuerza, aprendiendo de una generación con ritmo en las venas y acierto en los temas. Su grupo máximo llegó a serlo Fruko y sus tesos llegados con esas brigadas doradas y alucinantes con sus Arroyos, sus Saokos, sus Piminetas y sus cracks en plena cosecha de estrellas.

Escenas cada vez más nacionales se metieron a las fiestas de casa y bailaderos más populares con grupos de nueva época en donde el carisma lo empezó a dominar Fruko y sus tesos, y surgieron decenas de conjuntos formando un nuevo cielo con estrellas de nuevos ritmos y claves en urbanización y modernidad rumbera…

…Y entonces llegaron los conquistadores y se encontraron en la calle 24 con 13-A, entre San Diego ySanta Fe, y en la tonalidad de Serrat, “nos metieron entre cuatro paredes azules, donde íbamos a vernos los amigos, los militantes, los compañeros (de universidad, de empresa, o de desempleo), los visitantes, de dos en dos, de montón en montón, de semana en semana, de 9 a 3”.

Le sugerimos leer De tanto en tanto y siempre el cuento

Era un sitio máximo en un espacio mínimo (rondando los 40 metros cuadrados), haciendo de playa del encanto del continente de la rumba de origen cubano e implantación portorriqueña en un New York en clave latina, hacia la mar de la vida de los mundos mejores, pero alegres. Con mareas siempre altas, con oleajes de charlas, canciones, ritmos, cerveceadas, borracheras e inolvidables cadencias. Toda la embriaguez del fluído de la mejor música rumbera que le tocó al mundo en el Siglo XX, entre los principios en el oriente cubano y los finales en Nueva York, pasando por su zenit en el concierto de la Fania All Stars en el Club Nocturno Cheetah, la noche del jueves 26 de Agosto de 1971, cuando se le cantó a los que estaban el

“quítate tú pa’ ponerme yo”,

porque había llegado

“Ana Caona, india de raza cautiva”

Entonces, en aquel 1978, alguien nos dijo aquí y allá, ayer, hoy y mañana “¿No ha ido al Goce Pagano?” … y comenzó la diversión, llegó la noticia y mandó a bailar.

“¿Y quiénes están bailando en tal Goce?,

Era de las primeras preguntas del cuestionario de un “también se hace camino al bailar”.

Todos los del nosotros: primero los revolucionarios, los rumberos de existencia, los gozones de conciencia, los estudiantes -especiálmente de las sociales y las artes-, desde los propios de La Nacional, los duros de La Distrital y la Pedagógica, los nuevos de INPAHU y La Central, y los raros de las universidades de matrículas altas. Y sindicalistas, y activistas, y en busca de empleo, y en goce de desempleo, y otros comenzando la pensión sin salirse de lo suficiente y necesario para vivir a la altura del corazón inteligente y de la razón cordial. Y claro… todos afinando el ritmo con los duros que venían con sus trastos desde los espacios-tiempos de “El Tunjo de Oro”, “La Montaña del Oso”, “Mozambique”, “Paladium”, “El Escondite”, “La Jirafa Roja” “La Quintrala”, y desde las tiendas gozonas y bares de barriadas de los puntos cardinales de una ciudad creciente en la rosa de los vientos “con el tumbao que tienen los duros al trasnochar”.

¿Y quiénes más llegaron, otras lunas después?

Dicen que por allí pasaban los Samper-Pizano, los Santos-Calderón, los Antoniocaballero…, y el resto de los de “Alternativa” (atreverse a pensar es empezar a luchar), la revista magna de la historia de una Colombia de pensamiento y lucha y goce.

Y entonces en El Goce Pagano el atreverse a rumbear era continuar el luchar.

Se izaron entonces en la noche banderas en donde ondeaba la nueva rumba en “Pedro Navajas” (Blades), “El Periódico de Ayer” (Lavoe), “Las Tumbas” (Rivera), “Vámonos pa´l monte…” (Palmieri)… y una que hace rato sacaba a todos a la pista, “El Carretero” (Portabales)…

Y crecía la audiencia. Bastaba con tener alguna conexión del sentir-pensar-practicar: aristotélicos, epicúreos, thoureauistas, camusianos, cheguevaristas, freudianos, nietzscheanos, nadaístas, comunistas, socialistas, elenos, emes…), para buscar aquella estación del recargar baterías: el gran Goce Pagano, El Nuestro, el sitio de calle nocturnal, insuperable en el tiempo-espacio-rumba de los propios en Bogotá, puesto que El Goce era de época y ésa época ya no volvería.

Allí llegaban a la noche de encanto los profesores-ras y maestros-as al salir de clase (arrastrando estudiantes), las gentes teatreras después de su función, los músicos, los artistas, los busca-rumbas, a bailar lo más sonado. Llegó gente de una zarzuela de España; maestros de la Sinfónica y de la Filarmónica; pintores, cineastas, fotógrafos, novelistas, cuenteros, poetas, arquitectos, trotadores, futboleros… en una especie de jam sesión, a, ante, con, de, desde, en, entre, para, por,,, trans la rumba, y todo el mundo preposicional de la fiesta de los que se entienden y abarcan los todos creativos y combativos.

Y los del panteón también bajaron a la tierra en El Goce. Por allí llegaron, se sorprendieron con el lugar tan íntimo-total, bebieron de lo suyo, se sintieron en un sitio de barriada universal y vieron bailar “salsa” como sólo la bailan los bogotanos de una cultura allí convergente y divergente. “Distinto y diferente” (Ray-Cruz). En una Bogotá de un modo de producción cultural capital. Más los que llegaban a Bogotá en un principio de parasiempre, sabían que no hay sino una ciudad caribeña llegando a los 3.000 metros hacia el cielo. Así lo dijo, en un concierto en el Jorge Eliécer Gaitán, el también único Daniel Santos. Y así pasaron por El Goce, de la 13-A con 24 de Bogotá, maestros de la salsa como Charly Palmieri. Y allí entró desarmado y vuelto a armar, el piano de Teresita Gómez, que pintó con sus notas blancas y negras las bellas paredes azules que así mismo la veían (común y corriente) bailar con su sonrisa y bondad reinantes.

En la leyenda, un bogotano en una de las discotecas legendarias de Cali, bailando gritó: “¡Aquí se baila salsa tal vez mejor que en toda Colombia, ¡pero nunca se baila como en El Goce Pagano De Bogotá!”. Ni se bailaría, porque esa Época ya pasó.

Hubo sitios de “Salsa” que nacieron con el primer toque de la aguja de diamante en un Long Play. Fueron sitios de salsa. Pero el Goce Pagano no fue un Sitio de Salsa… y algo más... Entonces, se podría corear en algún concierto en homenaje a nuestro Espacio-Tiempo llamado El Goce Pagano de Bogotá:

Porque Épocas como aquellas de cosecha única, tampoco tendrán una segunda oportunidad sobre las baldosas.

OOO

Allí, en El Goce que en la realidad del tiempo era “el de Gustavo” (César Pagano había migrado en los primeros años hasta anidar, clonar y sembrar en el Salomé Pagano de la Zona Rosa), todos nos fuimos haciendo a la idea de que al llegar los viernes o los sábados desde de las 11 (después del teatro, del cine, del restaurante, del bajón depresivo, del desamor, de una batalla revolucionaria perdida, del último muerto… o antes del puente de la migración a las fincas), Gustavo estaba, pleno de amabilidad, serio, seguro y bigotudo tras el mostrador, sonriendo ni-más-ni-menos, con las manos puestas en la tabla como conduciendo una gigantesca motocicleta de los caminos de la noche, haciendo más carismáticas las luces de aquel bar abierto en sus paredes a las puertas caribeñas en las fotografías icónicas de Alberto Saldarriaga, y en su foto-habitación de todos los años, la negra que se vivió todas las noches del Goce. Y desde el llegar hasta el irse un Kafka sin metamorfosis a la entrada.

Gustavo Bustamante estaba con los que fueron creciendo en edad, dignidad y encantos en el Goce. Y muchos que desde allí salieron a ser conocidos y buscados como músicos, filósofos, escritores, artistas, cineastas… Gustavo bajaba la mano debajo de aquella tabla de todos los años y sacaba para ti, para tí y para tí sus “Papeles del Goce”. Escrituras que venían desde los clásicos, los premios internacionales, y algunos -aún mejores- sin premios; o desde artes nacientes. Y escritores alimentados en su arte en El Goce, allí presentes, como Tomás González, ayudando a destapar las cervezas y las conversadas, de vida, de política, de todas artes, y de literatura; sonriendo y diciendo con su actitud: “somos los de El Goce”.

Horas más adentro, para muchos, la noche mejor de Bogotá, a todo lo largo, lo ancho y lo profundo de su pensar y sentir, bailaba en todo el cuerpo de tantos que se hicieron famosos a su paso, con el ta-ta-tá… ta-tá de Caveto en su baldecito plástico; la cadencia inigualable de negros como Rafael Moreno cantando el “ya me dejó… la negra que tanto amaba” de De León, la llegada directa al centro del arrebato de Watusi en el “Aguanile mai mai” de Lavoe ; la del manicero que con la trompeta de Chocolate Armenteros, voceaba en vivo “maní… maní… maní con sal… y salsa”; el arrebato de Bailaó, costeño adorable que bailaba para después empeñar el código de su estudio en el Derecho en La Nacho, porque “se me perdió la cartera… ya no tengo más dinero”; Hugo soplando la botella “con el faisán no se meta nadie”; TarAntía coreando por los rincones porque “de cualquier malla sale un ratón…”

Para muchos de los de la generación fundacional de El Goce, la nostalgia vital de época tiene la efigie cimera de Héctor Lavoe, que escuchan en el centro de la noche, de El Goce y de La Época:

Yo,

soy El Cantante,

que hoy han venido a escuchar,

lo mejor del repertorio

a ustedes les voy a brindar

Y les grita:

Mi Gente,

¡Lo más grande de este mundo!

Y con todos corea:

… de ser antes de mi muerte,

seguro que mi suerte cambiará

Allí todos con El Cantante se encontraban en la dirección precisa:

Calle Luna-Calle sol

…Y allí en El Goce Pagano, de uno a cuarenta años de social-veteranía, hacían la noche bella, las bellas más bellas; porque eran las propias del Goce: creadoras como éllos los del Goce, amadoras como éllos, profesando como éllos, militando como ellos. Amándolos como éllos a éllas. Volviéndose mierda como ellos sin éllas. También sintiendose éllas sin ellos, pero como ellos, que nunca lo pudieron sin éllas. Como ellos creando y laborando como artistas del pintar, del esculpir, de lo arquitectónico y del fotografiar; artistas del actuar y del filmar; sociólogas del primer frente; antropólogas enmochiladas; abogadas de lo justo sin los 40 ladrones… Y todos saliendo encima y debajo de todos a meterse “por la esquina del viejo barrio…”, hasta que caminar con tumba’o por las calles ya sabedores “y sabedoras” de que “sorpresas te da la vida”. Todo mirado desde el ojo de “Cilka”, en la pared del parqueadero del frente, que se veía por la miniventanilla, al lado de la salida del aire caliente del ventilador.

El Goce Pagano de la 24 con 13-A, sitio de reposo del guerrero. Allí llegaban los de “El Partido” de sus brigadas de Voz, los Elenos de la INCA, los EMES desde sus militancias de una guerra que lo fue corta y verdadera, inteligente y creativa, hasta la inmolación del Palacio de Justicia, 24 noches antes del séptimo año del goce, en donde murieron varios de los habitantes del Goce, entre ellos el simpático, bello y transparente Alfonso Jacquin. Y tantas historias de militancia, resistencia y existencia que tantos deben saber después de vivirlas al sol de todas las formas de guerra y reposarlas en las noches viernes-sabatinas, en todas las fases de luna en los 40 metros cuadrados alucinantes de El Goce Pagano.

ooo

Gustavo Bustamante muere en los días en que de gente en gente, de tanto en tanto, se está yendo para siempre una época en donde él fue el vigía en uno de las naves-musas: la de las noches bogotanas de rumba pagana. Propiciaba los entendimientos rompedores de prejuicios, incluyentes, admiradores y cultivadores, combatientes contra elitismos (aún de izquierda); favorecía las reuniones de sus consentidos de conciencia, con los cuales hacía caminatas de gran marcha por Bogotá. Conocía a éste, a ése y a aquél de La Revolución, y claro, dejaba llegar a sus playas de amor total a tantas que lo admiraron y amaron. Y tal vez lo fue de final algo feliz, con el apoyo de su amada hija en su viaje final.

“Lo que me han de dar que me lo den en vida” se canta en el mundo del goce pagano, y hoy lo cantamos en nuestro retiro de época por Gustavo Bustamante, y por César Pagano, Henry Martínez, Eduardo Taseche, los Gaviria (fundadores), y por todos los que detrás de la barra de un bar, como vigías-navegantes en la noche eterna de las felicidades antes del sol, ponen aquella época inmortal en los archivos circulares de elepés, cidís, usbs y similares, para que la vida crea que es eterna porque según Goethe y César Pagano Dios hizo dos mundos, y el de la noche es inmortal, aunque muera como el sueño del conde al salir el sol.

Gustavo Bustamante y sus congéneres

“…lo llenan todo con su presencia”

Por Hugo Ávila Baquero

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H. Callejas(4167)01 de diciembre de 2020 - 02:35 a. m.
El mejor sitio de Bogota, que maravillosos tiempos
Usuario(51538)01 de diciembre de 2020 - 12:56 a. m.
3. Tito PUENTE. A esos lugares no se iba a hablar de política ni a planear la revolución: se iba a danzar y a gozar, como decían los temas clásicos rumberos de la época, de los 70s, en sitios como El Faisán y El Sol de Media Noche, primero en Chapinero y luego en Lunapark cerca al barrio Restrepo. Son los coleccionistas bravos de hoy en día, pues la Salsa para ellos no fue una moda sino una pasión
Usuario(51538)01 de diciembre de 2020 - 12:41 a. m.
La rumba intelectual nunca será igual a la verdadera rumba salsera, la de Sigifredo Farfán en su Tunjo de Oro, apenas a unos 70 metros del Goce Pagano. La del mocasín blanco, los pantalones de terlenka, las camisas de cuellos grandes. No tenía ni el mismo sonido ni el mismo swing. En discotecas salseras mucho más antiguas como el Palladium de Camilo Torres (no el cura guerrillero, sino el caleño)
Usuario(51538)01 de diciembre de 2020 - 12:49 a. m.
2. sobresalía el sonido, uno que hacía temblar la pista de baile, y sus disc jockeys importados de Cali: El negro Alberto y El duende, Benicio el Grande, sabían muy bien cómo picar en sus tornamesas y sus finos amplificadores, algo que se echaba de menos en sitios como El Goce o Quiebracanto, famosos por su pésimo sonido. No es "Pedro Navajas" sino "Pedro Navaja". Igual, no es Tito PUENTES, sino
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