El Magazín Cultural

El picó: breve semblanza de un movimiento

Desde el inicio de la década de los cuarenta Barranquilla ha sido testigo del surgimiento de uno de los movimientos más controversiales de toda nuestra historia. Estigmatizado por unos y alabado por otros, los picós son manifestaciones culturales cuya fuerza, visual y auditiva, han logrado posesionarlos como un referente nacional y, recientemente, internacional, de nuestro territorio en el mundo. 

Yesid Torres
24 de junio de 2019 - 09:41 p. m.
En 2015, una veintena de picós viajó en barco hasta Italia por intermediación del colectivo artístico europeo "Invernomuto", para ser exhibidos en Milán. / Cortesía
En 2015, una veintena de picós viajó en barco hasta Italia por intermediación del colectivo artístico europeo "Invernomuto", para ser exhibidos en Milán. / Cortesía

Como todo buen costeño sabe, no hay cosa más barranquillera que sentarse en la puerta de la casa, destapar una cerveza y deleitarse con la programación musical de algún picotero entusiasta de la cuadra. Estos monstros audiovisuales reflejan la complejidad con la que se van estructurando los fenómenos en el Caribe colombiano, pues representan el multiculturalismo que nos caracteriza y la increíble capacidad que poseemos para mimetizar lo foráneo. En otras palabras: el universo picoteril da cuenta de la inevitable propensión del caribeño a sincretizar aquellos fenómenos que permean sus territorios, integrándolos como parte activa de su cultura. 

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Este tipo de manifestaciones, además, describen de buena manera la forma como los barranquilleros vivimos nuestra alegría. Detrás de esta subcultura se haya un entramado complejo de relaciones sociales. Conceptos como el de Globalización se hacen necesarios para explicar la vocación cosmopolita de esta cultura, pues su mayor mérito recae precisamente en haber logrado introducir sonoridades musicales de todo el mundo, como formas de expresión popular.  

Arte, pintura y picós 

El arte moderno abre la puerta a una variedad extensa de manifestaciones que tienen como base el uso de un diseño enmarcado bajo unos parámetros estéticos. La convergencia de diferentes profesiones a causa de los avances tecnológicos ha despersonalizado los trabajos artísticos y puede que los picós hagan parte de esta nueva franja. 

Para su elaboración se requiere una lista extensa de técnicos, artesanos, coleccionistas, pintores y ebanistas, cuya combinación de fuerzas productivas van dándoles vida a estas bestias del sonido. Su arte no se limita únicamente a la creación de un sistema de sonido, pues necesitan además la aceptación y el reconocimiento que la misma comunidad les va brindando. Una programación destacada, asociada a una colección de discos y un sonido de alta calidad, son necesarios para su posicionamiento. 

Si está interesado en leer más sobre Fora do jogo, ingrese acá: Clarice Lispector: “¡Se muere mi personaje!” (Fora do jogo)

Otro atributo que se destaca en su elaboración son los trabajos pictóricos que conforman su estética. En ella se despliega una paleta cromática cargada de fluorescencias y colores vivos, que hace fácil identificar sus pinturas. En estos lienzos sonoros el diseño es una invitación a conocer su carácter, su identidad, pues la intención con su pintura es crear una especie de ‘animismo simbólico’  que entregue elementos propios de una identidad. Solo basta echarle un vistazo a un picó como ‘El gran lobo’ para entender esta idea. 

Ahora bien, las constantes fricciones con los cánones dominantes en el mundo del arte (academia) provocó que se desconocieran generaciones enteras de artistas picoteriles durante años. Personajes de la talla de Bellimastth han sido sometidos al olvido a causa de los estigmas sociales relacionados con este fenómeno. Por fortuna esa no es la misma suerte que han corrido pintores como Edilberto de la Hoz, quien en el 2015 presentó su trabajo en Milán. Una veintena de miniturbos viajó en barco hasta Italia por intermediación del colectivo artístico europeo "Invernomuto", para ser exhibidos en la capital de la moda. El interés que han demostrado los extranjeros (principalmente del viejo continente), por esta subcultura, da muestras de su enorme valor y potencial como parte de la industria creativa.  

Más allá de la discusión que pueda abrirse en torno a si es arte o no, es imposible desconocer que la experiencia de bailar ‘pegaíto a un picó’ es única. No hay lugar en el mundo que pueda hacer experimentar mejor sus raíces a un barranquillero que vacilarse una verbena. Y la razón subyace en los orígenes de nuestra identidad. Hemos construido nuestra cultura a partir de la sumatoria y reorganización de múltiples identidades. Tanto los picós como los carnavales sintetizan esa condición originaria que poseemos como puerto, como metrópolis cultural anclada en las orillas del Yuma

La verbena, historia ritual para una fiesta

Durante años normalizamos la invasión sonora producida por los picós. En barrios como Carrizal, El bosque, Rebolo y Las nieves, era común encontrar en la época de los 90, a más de un picó sonando en sus esquinas. En muchos casos se trataba solo de apasionados que habían logrado construir una máquina tras años de esfuerzo, inversión y ahorro. Existían también bailes populares como el de Patio Grande, donde se hacían verbenas con los picos más reconocidos de la época.  

Estos encuentros picoteriles comenzaron a producir problemas de orden público. El crecimiento de los equipos hasta decibeles incontrolables, y las constantes riñas entre seguidores a causa del uso indiscriminado y belicoso del micrófono entre los animadores, abrieron un debate intenso frente al tema de su regularización. El  debate culminó con las disposiciones reglamentarias para su uso. El fin de los picós y las verbenas, tal como se conocían, había llegado. 

La intervención institucional produjo varios efectos. El primero fue que ayudó a transformar los bailes de verbena, pues los limpió de los estigmas sociales asociados a ellos (pandillas, microtráfico, hurto, etc.). Además permitió que renacieran los famosos Turbos (picós en cajones de los años 70) y con ellos toda la melomanía de la cultura picoteril. 

Si miramos en detalle el fenómeno de la verbena, podemos notar además que hay ciertos aires de performancia en esta actividad. Hay todo un culto que se celebra en torno a este tipo de festejos, donde el picó es el centro unificado de la alegría. Su fuerza se constituye a partir de una sinergia que va hilando un dialogo musical y dancístico, al que se les suma una composición plástica y luminotécnica que permite explorar toda la sabrosura del Caribe. Las verbenas han sido durante décadas teatros populares, museos musicales que hacen eco sobre nuestra esquina en el mundo, y claro, galerías ambulantes de todo el sabor de la rumba barranquillera.  

Por Yesid Torres

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