El Magazín Cultural
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Encuentros del tercer tipo

Algunas reflexiones de género en Latinoamérica en el Encuentro Internacional de Arte de Medellín MDE 15.

Sol Astrid Giraldo
21 de marzo de 2016 - 01:42 a. m.

Una mujer morena, con rastas, desnuda, sale de alguna calle. Según vemos en el video Pasarela feminista, un fragmento de la película 13 horas de rebelión, llega al atrio de una iglesia y gimnásticamente se para en la cabeza. Entonces extiende sus piernas, de par en par, al igual que las puertas del recinto sagrado. Imagen subversiva. No por la desnudez erótica explotada al máximo por el canibalismo mediático del ojo masculino. Sino, precisamente, porque está desnuda incluso de erotismo. Ella abre sus piernas, no para parir ni seducir, sino para liberarse. Ha subvertido también la anatomía piadosa: esa que desde las vírgenes barrocas que atiborran esa iglesia y los imaginarios latinoamericanos han dictaminado que la parte de arriba de los cuerpos es sagrada y la de abajo, maldita. Esa que ha dictaminado que, como la madre de Dios debajo de sus pesados mantos, las mujeres no deben tener cuerpo. Y de tenerlo, de ninguna manera podría ser negro o indígena. Esta mujer, sin embargo, tiene un cuerpo: atlético, fuerte, saludable, mestizo. Pleno y trastrocado: la zona maldita se asoma al cielo, la bendita le da un beso a la tierra sucia. Se ha quitado los mantos, los controles. Su cuerpo ya no es para otros. Las Mujeres Creando, de Bolivia, proponen la idea de ser mujeres para sí mismas.

En otra sala de la Casa del Encuentro sí hubo una invitación para el manto mariano… Está colgado como una reliquia, ostentoso, recargado. Barroco. Es un vestido-mandato. Un vestido-mascarada que arrastra en sus hilos de plata los más feroces interdictos sobre los géneros. Esos mantos han construido su diferencia desde la Colonia. Entonces, se posaron sobre los cuerpos andróginos de los indígenas como una nube negra. Con su pesada textura partieron violentamente en dos partes irreconciliables lo que era una unidad. Se inventaron lo femenino para decidir los predios de lo masculino. Y condenaron lo que no se acomodara a la zona gris de la exclusión. Este manto teatral de La Dolorosa que está aquí no ha sido usado por un cuerpo con vientre de mujer, sino por uno con genitales masculinos. Por el cuerpo de Giuseppe Campuzano, peruano, mestizo, sin género definido, activista, artista. Paria de la guerra de los mundos, Campuzano husmeó en la historia de Latinoamérica el momento en que los géneros se inventaron como un instrumento de control más poderoso que los arcabuces. Estruendoso colapso de cuerpos y en los cuerpos, cuyas esquirlas recogió en el paródico Museo Travesti del Perú. Allí registra la resistencia desde el cuerpo a la pretendida pureza étnica y sexual, para reafirmar a éste como un continente andrógino y mestizo.

Así como Giuseppe se travestía de La mujer con el manto mariano, en esta línea curatorial del Encuentro, otro hombre, un presentador de televisión de una cadena internacional, también lo hizo colgándose una barriga de embarazada. En la década de los 80, las artistas mexicanas Maris Bustamante y Mónica Mayer se inventaron un vientre falso que podían usar los hombres: la idea era que experimentaran en sus propios cuerpos qué se sentía estar embarazados. Un juego en apariencia inocente, pero absolutamente transgresor. En una sociedad tan machista como la mexicana, conseguía poner a los hombres en el lugar del otro, es decir, de la otra que inventaron como su límite. Y así, lograron abrir el debate sobre la maternidad, no como un acontecimiento biológico, sino como una compleja cuestión ideológica. La maternidad les había sido secuestrada a las mujeres por los hombres, pero estos también habían perdido en esta expropiación. La maternidad, la feminidad, la masculinidad eran sobre todo un asunto de roles, de máscaras, en un baile que dirigía el poder patriarcal. Sin embargo, el arte muy bien podía hacer allí una contradanza, como la de este colectivo artístico llamado Polvo de Gallina Negra, un hito en la historia del feminismo latinoamericano que trajo a Medellín algunos de sus trabajos emblemáticos.

Cuatro jovencitas durante estos últimos meses también han estado mirando esas formas viejas y tiránicas de la maternidad y los géneros, en los mundos inflados de Fernando Botero. Allí, en el Museo, santuario sagrado y salvaguarda de los significados de las imágenes que guarda y vigila, ellas se han paseado con libertad. Y sus ojos iconoclastas vieron al emperador desnudo. Es decir, las espinas de las rosas del plácido mundo boteriano. La artista Nuria Güell fue la propiciadora de esta aventura en el mar de las formas cansadas y mudas, una intervención llamada La feria de las flores. Allí quiso propiciar un espacio donde niñas que han sufrido el abuso sexual pudieran tomar la palabra acerca de sí mismas a través de las fábulas de Botero. Y al igual que aquella mujer boliviana patas-arriba, trastrocaron estos brillantes cuadros. En las perturbadoras visitas guiadas que realizan descubren el veneno allí destilado. Bajo su visión ya no se puede seguir idealizando a las prostitutas de Lovaina, a quienes se alimentan de sus pieles, a las sirvientas ni a sus amos. La venta de los cuerpos femeninos infantiles es el lado oscuro de la ciudad innovadora y no un simpático cuento costumbrista. Aquí tiene la realidad de las caras de estas niñas que parecen preguntarle al espectador: “El tráfico de mujeres sucede en sus narices… ¿y usted qué está haciendo mientras tanto?”.

A pesar de sus diferencias de estrategias, lenguajes, momentos históricos, todas estas obras tienen en común poner en cuestión términos como mujer, hombre, género, raza, cuerpo, que ya no son asumidos como naturales, fijos, neutros, universales y atemporales. Al contrario, la reflexión sobre estos términos aceptados sin discusión por las historias canónicas del arte se vuelve aquí el punto de partida para plantear un continente híbrido en todas sus dimensiones. Y un reto conceptual y expositivo que supo llevar a buen término el MDE15, en una de las exposiciones sobre género más contundentes que se haya hecho en Colombia, donde todavía muchas veces poner en escena la relación arte y género se resuelve pintando de rosa las paredes y las invitaciones.

 

Por Sol Astrid Giraldo

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