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“Definición del horizonte”: una exposición que remueve la fragilidad que encarnan los cuerpos

Una conversación con la artista Libia Posada enmarcada en el contundente proyecto expositivo que se presenta en el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM). Las instalaciones de Posada nos confrontan con problemáticas que atraviesan los cuerpos más vulnerables de las sociedades contemporáneas.

Érika Martínez Cuervo*
18 de noviembre de 2020 - 06:39 p. m.
Libia Posada. Terapia Respiratoria Aguda. Instalación: Cilindros de oxígeno, sillas médicas, mascarillas, dibujo. Vista General. Dimensiones variables.  2003-2020.
Libia Posada. Terapia Respiratoria Aguda. Instalación: Cilindros de oxígeno, sillas médicas, mascarillas, dibujo. Vista General. Dimensiones variables. 2003-2020.
Foto: Yohan López H.

Durante más de dos décadas la artista Libia Posada (Medellín, 1959) se ha dedicado a reflexionar acerca de las conexiones profundas y complejas que constituyen las vidas humanas. Sus disertaciones la han llevado a constituir imágenes poderosas a través de instalaciones que remueven las concepciones culturales, sociales y políticas que determinan los cuerpos y las subjetividades en las sociedades contemporáneas. Con dos profesiones ejercidas de forma paralela, la medicina y el arte, Posada opera con lucidez en una intersección que resulta tan excitante como estremecedora; por lo mismo, sus proyectos estéticos interpelan al público, pues experimentar sus instalaciones representa confrontarse con las sensaciones más íntimas y dolorosas, pero también con el entramado invisible de un sistema que funciona desconociendo las vidas particulares de unos cuerpos que apenas contabiliza en estadísticas vaciadas de sentido.

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La exposición Definición del horizonte, que se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), presenta una revisión de la obra de Libia Posada desde sus experimentaciones con la pintura, pasando por el dibujo, hasta sus más elaboradas instalaciones. La muestra se abrió en marzo de este año y pronto fue cerrada a causa de la cuarentena que impuso la crisis de salud pública. Enmarcada en ese escenario, las obras de Posada resultaron de alguna forma visionarias en relación con lo que fueron evidenciando los efectos de la pandemia: un sistema de salud precario y las marcadas desigualdades socioeconómicas de un mundo volcado a la productividad y el consumo. Ingresar y encontrarse en la nave central del museo con la obra Terapia respiratoria aguda (2003) resulta perturbador en este preciso momento, cuando respirar es un acto que encarna la paradoja vida-muerte.

La exposición tuvo su reapertura en octubre y su carácter crítico se ha vigorizado justamente por las preguntas que hoy nos hacemos sobre el cuerpo, la vida y la enfermedad. Definición del horizonte es producto de un trabajo de curaduría de largo aliento que hace justicia a la trayectoria artística de Libia Posada.

¿Qué representa la exposición para usted, teniendo en cuenta qué significa estar frente a unas obras que jamás se habían montado en un mismo espacio?

Es una revisión amplia de mi trabajo y sobre todo resulta significativo el hecho de haber puesto en escena obras que solo se habían exhibido una vez y que estuvieron guardadas por mucho tiempo. Una obra como Terapia respiratoria aguda tiene toda la vigencia en la actualidad. La mayoría de las obras contienen una vitalidad formal y conceptual, lo que me reafirma que las ideas de las que partí no han perdido valor y son obras atravesadas por la insistente necesidad de explorar la noción de humanidad, esa condición que pasa por los espacios médicos en forma de cuerpos. Unos cuerpos que hablan, que muestran, que exhiben signos, que nos narran síntomas y que nos están hablando todo el tiempo del ser humano.

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Para mí ha sido muy valioso ver esas premisas en diálogo. Me atrevo a decir incluso que con mis obras voy más allá de la instalación y esos espacios que consolido se convierten en lugares habitables. Por lo mismo, creo que a las personas que ingresan a esos espacios les suceden cosas que tienen que ver con la percepción más compleja, pues el espacio hace algo en ellas. Siempre hago unas intervenciones al espacio expositivo que entran a ser parte de los significados que adquieren las instalaciones. En general hay un trabajo con la iluminación, con las ventanas, con las paredes, etc, que apunta a crear una cápsula de sentido. Es importante para mí, como artista, ver finalmente estas obras juntas elaborando relaciones entre los temas que son de mi interés: geografía y cuerpo humano, el cuerpo biológico y el cuerpo emocional, la geografía de un territorio y la salud de la sociedad que lo habita, entre otros.

Cuando empezó el proceso de esta exposición sentía de alguna manera que había un desconocimiento de mi producción, que me reconocían por algunas obras específicas, pero que no había tenido lugar una revisión que permitiera entender el todo, entrever los hilos invisibles que amarran mis construcciones estéticas.

Hay un bifrontismo muy interesante que usted personifica y es el hecho de ser médico cirujana y artista. ¿Cómo es la coexistencia entre esas dos disciplinas aparentemente tan distantes?

Creo que acá tengo que devolverme al principio de mi carrera cuando era artista, por una parte de mi tiempo, y también médico, en otra. Dibujaba, pintaba, pero sentía un gran respeto por lo que yo estaba haciendo en medicina. Y tenía unos inconvenientes de tipo ético para trabajar desde lo médico en el arte. Pero eso se fue resolviendo porque resultó esquizofrénico estar en dos campos tan distantes. Entonces entendí que lo que yo vivía era arte. En ese momento hubo un quiebre, una crisis, pero luego decidí de alguna manera fusionar las dos prácticas. Y empecé a ir dejando salir unas ideas estéticas que ya tenían que ver con asuntos médicos. Y ahí la pintura se me vuelve insuficiente y voy ingresando de una manera muy intuitiva a la instalación, pero también fue muy sentida, como que salía de adentro esa necesidad, esa relación de mi obra con el espacio.

Entonces empiezo a trabajar estéticamente sobre “ese cuerpo” y vislumbro que lo que a mí me interesa es el carácter humano de ese cuerpo. Lo que yo veía en mi práctica médica era algo que estaba más allá de la sangre, de las secreciones, más allá de ese caos que produce la enfermedad en un cuerpo. Lo que hay allí es un ser humano que está tocado en lo más esencial, que es la vida, que está amenazado de muerte, que está disminuido por la enfermedad. Que además se da cuenta que es frágil y que es perecedero, que tiene una cantidad de circunstancias que lo atraviesan y que van más allá de lo biológico. Me impacta sobremanera ver llegar a un paciente consciente y luego verlo sometido a los efectos de la anestesia, ver cómo en cierto momento ese ser humano se vuelve un objeto y podemos maniobrarlo, operar sobre y al interior de ese cuerpo. Cómo ese proceso quirúrgico, o ese momento quirúrgico, es un campo de batalla y luego eso vuelve a otro orden.

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Esos cambios de orden, esos cambios entre sujeto-objeto, me parecen fascinantes precisamente por todo lo que allí sucede a nivel biológico y no biológico. Eran imágenes muy dicientes. Pensaba que en ese cuerpo abierto que estábamos operando había cierta humanidad que estaba desconectada en ese momento.

En esos espacios donde toman forma sus instalaciones entra a operar - también - una duplicidad de la maquinaria: la médica para la práctica de la medicina y la del pensamiento científico, pero también sociopolítico, por supuesto. Y lo que se activa al experimentar las obras es perturbador.

Cuando yo pongo una camilla en el centro de un espacio, pero está cubierta con yeso, o está vendada, ese objeto se vuelve como un sujeto. Esa camilla se vuelve silenciosa, muda, fría, casi agresiva, se convierte en una especie de aparato para la tortura. Resulta paradójico, pero es como si esos objetos se revistieran también de esa humanidad de los cuerpos que pasan por el hospital nombrados como pacientes, ejerciendo paciencia, siendo pacientes, pero hablándonos también de una cantidad de asuntos culturales, sociales, históricos, económicos, etc.

Entonces todo ese aparataje, los objetos, las relaciones entre esos objetos, hacen aparecer un dispositivo de pensamiento crítico que es realmente lo que a mí como artista me interesa. Más que el aspecto visual de esas materialidades me interesa que se conviertan en disparadores de pensamiento. Que la experiencia de estar en el espacio se trate de habitarlo, de meterse en las instalaciones, de sentirlas. Yo busco que esos espacios se vuelvan activadores de una serie de memorias sensoriales perceptivas, físicas, que atraviesen el cuerpo.

Considero que con lo que señala está haciendo un trabajo de consciencia emocional, en el sentido de hacer consciente al público de que en el cuerpo está trazada la memoria, en ese territorio heterogéneo donde están inscritos los afectos y las emociones.

El asunto acá es que se nos olvida que nosotros tenemos memorias corporales, pero también memoria psíquica, memoria emocional y perceptiva, esta última ligada a los cinco sentidos: al gusto, al tacto, al olfato, etc. Nosotros a veces tenemos una noción de memoria asociada a una parte específica del cerebro, pero realmente el cuerpo, en su totalidad, guarda memoria. Cuando estaba trabajando en Signos cardinales estaba refiriéndome a eso: al cuerpo como un contenedor de memoria.

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Por ejemplo, cuando monté por primera vez Sala de examen - donde está este espacio casi vacío con la enfermera repetida que pide silencio y esa camilla ahí, en el centro, en medio de esas paredes dibujadas que simulan la retícula del baldosín hospitalario - la gente me preguntó muy insistentemente cómo había hecho y dónde estaban los dispositivos que dispensaban el olor a formol, que cómo había hecho para camuflar los equipos de refrigeración, porque además el espacio se sentía absolutamente frío. Y cuando pasaban del espacio donde estaba esta instalación al lugar en donde estaba la obra de otro artista, sentían el cambio de temperatura. Ahí entendí que mis instalaciones estaban logrando justamente reanimar la memoria sensorial del cuerpo, pues no había nada que produjera olor a formol, ni ningún equipo de refrigeración que enfriara el espacio. El olor y la sensación los llevan los cuerpos de las personas. Así, el mal llamado espectador, para mí el “experienciador”, está en el espacio de una manera más libre, más directa, más íntima, más silenciosa, más consciente; sin la mediación del poder científico y todo el miedo que este puede generar.

¿Y cómo van elaborándose esos sentidos mientras con esos objetos y elementos estéticos va configurándose un pensamiento sobre el miedo, el drama, la vulnerabilidad, la incertidumbre, etc.?

Realmente, creo mucho en la experiencia directa. La conversación es una de mis fuentes esenciales. Allí hay unas indagaciones que no son planeadas, diálogos acerca de las experiencias de las personas. Y bueno, están atravesadas por las preguntas que yo misma me hago relacionadas con el hecho de tener un cuerpo y de lo que eso representa en una sociedad como esta. Preguntas que de alguna forma me atormentan. Un cuestionamiento permanente sobre mi subjetividad y la de los otros y las otras que habitan este mundo y que experimentan las problemáticas extremas de un país como Colombia. El hecho de tener o no dinero, de estar sometidos a las formas del poder económico y político, o de sentir hambre. Todos esas complejidades pasan por el cuerpo.

De otro lado, están las vivencias en los espacios en donde acontecen esos dramas, en los recorridos y las exploraciones que hago muy consciente de lo que estoy presenciando. Soy una observadora incisiva del ser humano. Por supuesto que detrás de todo mi trabajo hay referentes de todo tipo, pero esta experiencia viva que acá enuncio es fundamental para mi hacer como artista. La literatura, la música y la filosofía han atravesado mis procesos, pero no es de mi interés estar citando esas referencias. Sin embargo, es inevitable que en el entrelíneas de mis instalaciones aparezca el pensamiento foucaltiano sobre el disciplinamiento de los cuerpos y la creación de los dispositivos de control, y los señalamientos a las contradicciones que contienen los sistemas que ejercen el poder. La verdad no me interesa ilustrar discursos.

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Evidentemente esta exposición abre una reflexión contundente sobre la precariedad e inoperancia del sistema de salud. También sobre la complejidad de los problemas que atraviesan los cuerpos y su subjetividades en la cotidianidad de nuestro país. Tengo dos formas de operar. Hay obras que realizo a partir de un trabajo solitario en mi estudio, pero hay otros proyectos que desarrollo con comunidades, como lo señalaba en la respuesta anterior. Un ejemplo de esas obras es Evidencia clínica, una serie sobre el maltrato a las mujeres y que implicó el trabajo con un grupo de mujeres afectadas por violencia de género. Entonces lo que pasa allí específicamente es que intento hacer una lectura de esos fragmentos de país.

Con Signos cardinales hablo sobre el desplazamiento forzado y las relaciones con el conflicto armado. En ese caso pongo en evidencia cómo opera esa situación en el cuerpo humano, pero sobre todo en unos sujetos en circunstancias de vulnerabilidad. A los hospitales llegan esos cuerpos dolidos, pero no sólo físicamente, pues están enfermos de desplazamiento. Entonces en mi obra intento hacer manifiesto lo que contiene el cuerpo emocional, la memoria de sufrimiento de ese cuerpo herido en todas sus dimensiones.

¿Qué es lo que pasa con esas personas detrás de las estadísticas que publican los medios? Son personas que están apenas sobreviviendo en medio de padecimientos innombrables. Y es importante volver a pensar que hay un ser humano que vive en un cuerpo y que hace parte de una sociedad, y que todo lo que le pasa a esa sociedad afecta de manera dramática cada cuerpo. Las enfermedades de esos cuerpos son síntomas de una sociedad enferma. Y una cuestión es curar las heridas físicas, abrir una historia médica, pero otra muy distinta es su condición emocional y la reiteración de sus problemas o los efectos psicológicos de lo que ha vivido. Es el caso de una persona mutilada a causa de una mina antipersonal: eso nos está hablando de un territorio, de una geografía, de una pugna de poderes. De un grupo social enfermo en todos los sentidos posibles. Esas contradicciones y paradojas me mueven y es partir de estas que desarrollo los procesos estéticos de mis obras, que de alguna forma operan como cuerpos hablantes.

Tenemos que preguntarnos de qué se duele la gente, qué nos están diciendo esos cuerpos enfermos. Ahora en plena pandemia el cuerpo está siendo sometido a unos juegos políticos absurdos. Habrá que ver entonces cuántos somos capaces de ser conscientes de esos cuerpos desvalidos que están sometidos a las decisiones políticas, económicas y culturales que determinan las vidas de esos cuerpos.

*Curadora, investigadora enfocada en temas de arte contemporáneo y cultura visual.

Por Érika Martínez Cuervo*

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patricia(35608)21 de noviembre de 2020 - 04:56 p. m.
Toda mi admiración. Resensibilizar el cuerpo sin acudir a su presencia, referir a su instrumentalizacion y casi conversión en mecanismo, a su vez aludiendo a la fragilidad de "ser humano"
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