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Es lo mismo (Cuentos de sábado en la tarde)

Vemos lo mismo. Dos personas, una moto, una calle. Aunque, tal vez, no es lo mismo.

Isabel Salas
24 de octubre de 2020 - 07:04 p. m.
Vemos lo mismo. Dos personas, una moto, una calle. Él dice que están huyendo, que se aman. Yo digo que deben ser amantes.
Vemos lo mismo. Dos personas, una moto, una calle. Él dice que están huyendo, que se aman. Yo digo que deben ser amantes.
Foto: Michael Vanegas

Él dice que están huyendo, que se aman. Yo digo que deben ser amantes, que buscan un motel para tirar.

Pa-ra ti-rar, repite él, como marcando cada sílaba.

¿Dónde? No importa, es cualquier calle, me pregunto y me respondo yo misma.

No es cualquier calle, refuta él. En seguida me pregunta, o reclama, cómo es que después de 10 años no conozco Bogotá.

No es la fábrica en la que trabajas y ya, me dice.

Chicó y Rosales es lo mismo, le digo.

Es como si comparas Nueva York con Londres, dice él.

Es lo mismo. Es lo mismo. Es lo mismo.

Le digo que dejemos de seguirlos y empecemos a jugar ya.

No, hasta que me digas dónde estamos, me reta él.

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Si van a un motel, esto debe ser la Autopista con 63, le respondo convencida.

¿Has ido a algún motel en la Autopista con 63?, me pregunta con su cara de decepción.

Recuerdo entonces el motel que adornaba su recepción con un enorme duende verde, al que fuimos una vez. Ese día yo estaba dispuesta a todo, pero él tocó la cama y se durmió. Le repetí la historia.

Pues no, no existe ningún motel en la Autopista con 63, porque esa no es una dirección, me dice molesto, o molestándome, no sé. Es Caracas con 63.

Ah eso, es lo mismo, le digo.

No es lo mismo. No es lo mismo. No es lo mismo.

¿Por qué tenemos que pelear hasta cuando jugamos?, le pregunto.

No estoy peleando y deja decir que esto es un juego. Hagámoslo ya, me dice.

Me bajo del carro, me acerco a la pareja, la mujer se ha bajado de la moto. Le pongo el cuchillo en el abdomen y sonrío.

Del otro lado, él le apunta al hombre con la pistola y le indica, a gritos, que se baje de la moto.

Siento cómo la mujer tiembla, se le escurren las lágrimas por las mejillas y con cada segundo que pasa se va haciendo más baja.

Me subo a la moto.

Quieticos ahí, pirobos, les digo entusiasmada. Es mi frase favorita.

Arranco.

Él se monta al carro y me sigue.

Sabe que no sé hacia a donde ir, pero me sigue.

Sabe que huir sin destino es mi karma, mi mantra, mi marca.

¿Por qué siempre me sigue si sabe que nunca sé a donde ir?, me pregunto mientras busco en el retrovisor sus grandes ojos marrón.

Atrás, la pareja sin moto, se abraza.

Por Isabel Salas

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