El Magazín Cultural

Gilles Lipovetsky: “La gente no quiere (ni puede) vivir solo para ganar plata”

El pensador francés estará esta domingo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá para hablar sobre la búsqueda de la libertad en el siglo XXI.

María Paula  Lizarazo
27 de abril de 2019 - 11:00 p. m.
Gilles Lipovetsky: “La gente no quiere (ni puede) vivir solo para ganar plata”

En qué sentido la sociedad contemporánea es posmoderna y en qué sentido ha dejado de serlo?

La noción de posmodernidad era importante porque marcaba una ruptura que permitía comprender cambios en el régimen de la modernidad, pues se alcanzó la autonomía personal, los principios de la libertad personal. Por eso se empleaba este término, para marcar una ruptura con el modelo tradicional autoritario establecido en las sociedades modernas. En seguida, después de una reflexión teórica me di cuenta de que la noción “pos” no correspondía a nuestra situación. Entonces, propuse hablar de una sociedad hipermoderna y no posmoderna. No estamos después de la modernidad, estamos cada vez más en la modernidad, estamos como en una segunda modernidad, una modernidad radicalizada. Lo que quiere decir que la tecnociencia, el mercado, la lógica democrática se volvieron los principios constitutivos de nuestra época y estos principios no están en declive; al contrario, están cada vez más presentes en nuestro mundo y lo estructuran.

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En algún momento estos principios fueron refutados por diferentes facciones de la sociedad; por ejemplo la democracia estuvo refutada por la corriente de extrema derecha y de extrema izquierda, y las revoluciones y las naciones pusieron obstáculos a las lógicas del mercado y las lógicas del individualismo. Hoy estos principios de revolución y nación no frenan las dinámicas del individualismo. De la misma forma, el individualismo o el mercado han estado ausentes en varios aspectos, por ejemplo el deporte, que era una de las prácticas ajenas a las lógicas mercantilistas y hoy hablamos del sport bussiness, que cada vez tiene más adquisiciones de rentabilidad al servicio también de las nociones de desarrollo de las ciudades y de nación. No estamos después de algo que se puso en lugar de la modernidad, estamos cada vez más dentro de la modernidad.

¿Cree que algunos movimientos contrasistémicos constituyen señales de posibles resquebrajamientos de la unidad de la hipermodernidad?

No, en lo absoluto. Por ejemplo, evocando la corriente de los feminismos, el año pasado hubo el movimiento Me Too, que no era antiindividualista, sino que apelaba al reconocimiento de la autonomía de las mujeres, el poder vivir según sus decisiones sin intervenciones masculinas; este fenómeno confronta las conductas tradicionales de los hombres, no las dinámicas del individualismo en sí. O el caso de las corrientes ecologistas, estas cuestionan un tipo de “desarrollo” y están contra un mercado feroz y una tecnología devastadora; la mayoría de las personas abrazan las corrientes ecologistas en pro de vivir mejor, de tener un planeta respirable, y estas buscan reconciliar las dinámicas o los desarrollos económicos con la pervivencia del planeta: no hay una refutación radical de la modernidad, lo que se exige es una forma de organización más responsable. Los carros eléctricos y energías limpias no son algo antimoderno, son otra modernidad que entra en escena: es la hipertecnología; y desde mi punto de vista están a favor de parar el hiperconsumismo, pues si no, llegaremos al abismo. En fin, estas corrientes perpetúan la modernización —otra modernización—, pero no están contra la modernización

¿Qué nos permite el concepto de postcolonialismo?

El poscolonialismo traduce ideales democráticos, ideales que nacieron sobre la base de la modernidad, de la emancipación de pueblos y de su igualdad. Las corrientes poscolonialistas denuncian a Occidente y tienen razón de hacerlo, pero, al mismo tiempo, si el poscolonialismo conduce a refutar valores nacidos en Occidente como la autonomía de las personas y los principios de liberación, creería que habría que oponerse. El poscolonialismo es un principio moderno que denuncia el imperialismo de Occidente y el imperialismo no es lo equivalente a la modernidad, es solo una de las figuras de la modernidad: la modernidad no solo ha sido imperialista, también de ella nació la cultura de la emancipación.

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¿Cuál viene siendo el lugar del arte en este mundo hipermoderno?

Hay muchas dimensiones. En el ámbito institucional, hoy, el capitalismo y el consumismo están casados con el asunto artístico. Por ejemplo, hoy en día estar en un aeropuerto es casi como estar en un centro comercial —tiendas de lujo, restaurantes— en el que los viajeros se vuelven consumidores. Hay una hibridación de la función y del placer y las emociones que direccionan cada vez más a los creadores. El problema frente al arte es que no hay una incorporación del paradigma estético en la economía, parejo a que cada vez hay más personas que anhelan desarrollar alguna actividad artística en la vida. Y creo que la escuela, en general, debería considerar que la práctica artística permite la expresión de las personas y está cada vez más en el corazón de la motivación de las poblaciones. El arte debe ocupar un lugar que no esté al margen en la educación.

La gente no quiere (ni puede) vivir solo para ganar plata y comer; los trabajos no permiten la expresión, menos ahora que cada vez hay que tener más títulos para todo y hacer todo con más rapidez. La gente sueña con tener una actividad artística, porque permite la libertad, la expresión del sí mismo. Por ejemplo, ustedes en Colombia, en ciudades como Medellín, han creado casas culturales donde promueven la realización de murales, de graffiti art, de cursos de hip hop. Creo que el arte y la creatividad son una exigencia en nuestra contemporaneidad, porque la sociedad democrática exige el desarrollo de la persona y una persona no es un ser solamente que se alimenta con comida.

¿Hacia dónde más se dirige el impacto de la educación en nuestra sociedad?

Estamos en medio de un capitalismo cognitivo, no solo artístico. Creo que el futuro tiene una respuesta en la inteligencia, en el desarrollo de la inteligencia, por eso la educación tiene un rol sustancial en nuestra sociedad. En la primera modernidad la escuela tenía el rol de formar ciudadanos libres y de dar las bases esenciales de la vida de la sociedad moderna: leer, escribir y contar. Pero sabemos que hoy hay que desarrollar el saber, en laboratorios, en universidades, tenemos que invertir en la formación de los hombres; es un requisito para el futuro. Los grandes problemas que tenemos, como el calentamiento global, el déficit ecológico, el alimentar todas las personas que tendrá el planeta en los próximos años, no va ocurrir de forma mágica. Hay que invertir para encontrar nuevas formas de proceder, como el desarrollo de energías renovables. No creo que sea posible resolver ningún problema sin el desarrollo de la razón.

¿Cómo ve el futuro de la filosofía?

Que la filosofía tenga futuro es algo necesario. La filosofía es una disciplina compleja, abstracta. Adquirir las bases de la filosofía no es algo fácil, lo vemos cuando se la enseñamos a los jóvenes: puede que se apasionen como puede que sea difícil acercarse a ella. Pienso que en una sociedad que es cada vez más mediática, donde hay fakes news, donde hay sobreabundancia de información y acceso ilimitado a esta, donde los individuos están cada vez más desorientados y a la vez más liberados de las grandes instituciones como las iglesias y las ideologías políticas —que ya no responden al sentido de la existencia—, son necesarias unas bases que permitan a la gente orientarse porque nos exponemos a grandes riesgos. La educación debe permitir desarrollar los talentos creativos de las personas, debe impulsar el interés por las ciencias, y no creo que eso deba hacerse lejos de una cultura filosófica que aporta un esclarecimiento, un foco reflexivo. La filosofía no es la reina de las disciplinas, no hay que divinizarla, pero creo que es útil para que la gente reflexione por sí misma.

¿Qué piensa sobre hechos como el triunfo de Trump y del “brexit”?

El populismo es una suerte de amenaza para la democracia, que apela a descalificar y desvalorar las instituciones liberales —como la prensa—, y que conduce a los pueblos a rechazar y apartar las élites. Creo que estamos frente a un gran problema que tiene la población y es el de la inseguridad y el miedo, que son los que llevan a los populistas al poder; hay una necesidad de seguridad hoy en día. Pero las poblaciones formadas, estudiadas, no tienen este miedo frente al futuro, la población estudiada no es la que llevó a Trump al poder. Por ejemplo, en Brasil la corrupción, la violencia y las mafias han generado agresiones, homicidios y delitos insoportables para la población. O Europa, donde la gente se siente amenazada por la migración. La hipermodernidad está marcada por las exigencias de autonomía de las personas, pero también por un sentido profundo de inseguridad material, inseguridad social, inseguridad mental, inseguridad cultural (en el caso de la migración), y es evidente que tenemos que responder a esos efectos, pero el populismo es una mala respuesta. Creo que la educación es esencial, porque así se forman las personas frente a los cambios que están sucediendo en el mundo. La clase media es la que tiene miedo y es la que votó por Trump.

El populismo es una amenaza; pero no soy alarmista, no soy de los que considere que estemos en una situación similar a la de entre guerras en los años 30 en Europa, con el fascismo y el nazismo. Sí creo que hay riesgos hoy, pero el contexto ha cambiado. Hay gente que tiene críticas frente a la democracia liberal, la democracia parlamentaria, pero no es ni parecido a las amenazas intelectuales, culturales y políticas que hubo en la época de entre guerras. Pienso que es una lectura afanada y probablemente simplista. Hay amor por la libertad en nuestras democracias más fuertes, pero sí: la amenaza a la democracia es real y hay que encontrar otras respuestas. Por contra, creo que hay otros problemas que sí pueden llevarnos a encender las alarmas, como que en 2050 habrá diez mil millones de personas para alimentar, el subdesarrollo que pervive en África, las guerras civiles de Oriente Medio, la situación de Venezuela, los cientos de refugiados en el mundo, el calentamiento global...

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