El Magazín Cultural
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Historias de tinta y papel

Una exposición, con motivo de los 50 años de Andiarios, narra la historia de la prensa colombiana y su papel en la historia nacional.

Santiago La Rotta
01 de agosto de 2012 - 11:53 p. m.
Mónica Páez, una de las diseñadoras de la muestra, junto con Juan Ignacio Arboleda, investigador de la Luis Ángel, durante el montaje de la muestra.  / Óscar Pérez
Mónica Páez, una de las diseñadoras de la muestra, junto con Juan Ignacio Arboleda, investigador de la Luis Ángel, durante el montaje de la muestra. / Óscar Pérez

“¿Cómo un legajo de papel, hecho a contrarreloj y a muchas manos, se convierte en el testimonio más valioso de la vida de un pueblo?”.

Lorenzo Morales, periodista y profesor del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes, hace esta pregunta como introducción a una exposición acerca de la prensa en Colombia, una visión del país desde la tinta y la rotativa titulada Un papel a toda prueba: 223 años de prensa diaria en Colombia, con curaduría del mismo Morales.

El interrogante, quizá algo grandilocuente, denota la vital importancia que tiene la prensa para una sociedad como forma de registro, reflexión, debate y denuncia de los acontecimientos del día a día. Más que noticias, lo que hay detrás de una historia de la prensa es la retrospectiva de las voces, a veces como eco del poder, otras en contra de éste: el pulso entre el cómodo silencio del statu quo y el bramido de la revolución, el cambio y la lucha de la igualdad.

A los periódicos, al igual que a los libros, los han matado varias veces. Ambos soportes persisten, pero, más que la pelea del papel contra los bytes, lo que sigue vigente es la producción de ideas, la narración de historias, el relato de la experiencia humana como herramienta vital para entender y mejorar.

El historiador Jorge Orlando Melo lo dice así en un texto que hace parte del catálogo de la exposición: “… lo que debe tenerse presente es que la calidad de la democracia está y estará siempre muy relacionada con la calidad de los medios, viejos y nuevos, con su independencia y su capacidad de ofrecer en conjunto a los ciudadanos una oferta, no de recreación, sino de información amplia, completa y realmente pluralista”.

La exposición es a un mismo tiempo regocijo y crítica, advertencia. Melo da en el clavo: “El desplazamiento de la información relevante para el orden democrático por una información frívola y sin peso, que ocupa cada vez más espacio, y que da el carácter a los noticieros de televisión, es inquietante”.

En un artículo de hace unos meses, titulado “Notas sobre el periodismo”, Juan David Torres, reportero de este diario, visitó de otra forma el mismo problema: “Decir no es sólo decir... Decir es mostrar, demostrar, refutar, anudar, asumir, respetar, descubrir. No es revelar, polemizar, escandalizar, sobreactuar: esos valores que, de pronto, le impusieron al periodismo por vía de la farándula”.

Decir. En la exposición aparece la investigación con la cual el país se dio cuenta de que el congresista Pablo Escobar Gaviria había estado preso en 1976 por narcotráfico o la conversación que sostuvieron el expresidente Julio César Turbay con el Comandante Uno, que había estado detrás de la toma a la Embajada de República Dominicana en Bogotá. Decir para descubrir, para entenderse.

Pero la vida es más que la política y el orden público, incluso en un país como Colombia, y la muestra es vitrina para una historia de la prensa a través del prisma de la ciencia, la educación, la cultura, el deporte. Un acierto del curador, quien escribe: “Los diarios son los únicos documentos donde se pueden tomar muestras de las sutiles variaciones de la vida de un pueblo a una escala inusual para la Historia: cada 24 horas”.

La despolitización de la exposición va en la misma vía que señala Maryluz Vallejo, investigadora y docente de la Universidad Javeriana, al explicar por qué la prensa pasó de ser un experimento de unos pocos años a una serie de empresas con más de un siglo de duración: el periódico dejó de ser un vehículo ideológico para transformarse en una industria cultural.

La muestra se ofrece, en últimas, más que como la terquedad de un negocio, como una celebración de la libertad de expresión en tiempos en los que la tecnología ha empujado los límites de los formatos; tiempos, también, en los que no ha disminuido la necesidad de informar amplia y verazmente.

Por Santiago La Rotta

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