Muñecas
A la niña le dio un arrebato y se revolcó en suelo del patio. Sus padres, no podían comprarle una muñeca nueva. Jugaba con una de trapo, hecha con retacitos de colores y los ojos eran dos botones negros. La niña gritaba, ¡quiero una muñeca nueva!, ¡quiero una muñeca nueva! Su padre se quitó el cinturón. Le dio en nalgas y piernas, y la encerró en un cuarto oscuro, el de los cachivaches, junto con las muñecas de sus tías muertas. Muñecas lisiadas, calvas y de ojos desteñidos. La niña lloraba, las muñecas también lloraban, lloraban ríos de sangre. A la niña se le manchó el vestido.
Verónica Bolaños
Primavera
El invierno había sido más largo y frío de lo habitual, demasiados años bajo el manto blanco de la nieve y el hielo. Con la llegada de la primavera, la puerta de su celda se abrió. Corrió todo el camino sin tomar descanso, corrió aferrado a la esperanza de verla. Al llegar, la encontró tendida en los despojos de lo que alguna vez fue su cama. Dormía, y los trozos de ropa que cubrían sus huesos, aún conservaban su aroma.
Kelly José
El ahorcado
La noticia la leí una mañana de domingo, plasmada en uno de los periódicos más importantes del país. Al leerla, me sorprendió no tanto por el sadismo del asesinato, sino porque me hizo recordar algo que había sucedido hacía mucho tiempo, un suceso protagonizado por el mismo sujeto de la noticia. Terminábamos los últimos retoques al muñeco de trapo, cuando Toni dijo algo que nos puso a pensar a todos.
—¿Y si lo colgamos al árbol? —Nos miramos entre todos, sabiendo lo que había querido decir Toni,
—No lo sé, Toni, sería muy boleta —dije instintivamente.
—Colguémoslo, a la final es el muñeco de fin de año, mañana será cenizas —respondió sin atisbo de duda, Carlos.
Era de noche, dábamos los últimos retoques a aquel muñeco de trapo que había de convertirse al siguiente día en el monigote de fin de año, encendido completamente en una gran bola de fuego. A la mañana siguiente cuando estábamos en pleno apogeo de la decoración final de la calle, escuchamos al señor Julio gritando y blandiendo el machete con sus manos. Buscaba a Toni, y nosotros nos escondimos hasta que hubo pasado el alboroto.
Bryan Alcázar Marenco
Los ojos hablan
Un foco intermitente y amarillento alumbraba el baño de la finca. Era un cuarto húmedo y sombrío con una minúscula claraboya por la que se colaba el olor a monte y aguacero. Al abrir la llave, unas gotas turbias cayeron sobre mi cabeza. Poco a poco, ese rocío teñido de óxido se convirtió en un chorro abundante y cristalino que sofocó el calor endemoniado de la noche. El ritual piel - agua llegaba a su fin. Cerré el grifo. Súbitamente quedé sin luz. En ese trance emergió el vacío mismo, la supra-oscuridad, la tiniebla asfixiante que paraliza y enmudece. Entonces, cuando el único horizonte era el pavor, escuché un susurro agónico: "Juana". Instintivamente busqué la luz. Miré hacia el techo. Tras la claraboya, suspendidos en el aire, un par de ojos verdes me miraban.
Ana María Rivera Andrade
Descanso laboral
Eran sus vacaciones. Quince días hábiles, disfrutando de tranquilos parajes, bellas mujeres y mucho sol. Luego, volver a la inmunda gruta, al lúgubre puerto, en donde esperaría a las miserables almas para ser llevadas por el río Estigia hacia su destino, en el cual se les atormentaría por el resto de la eternidad. Gajes del oficio.
Dixon Acosta Medellín