El Magazín Cultural

La nueva normalidad: Diario del confinamiento XIV (Tintas en la crisis)

Nueva normalidad. Este es el término que está usando el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, para retratar cómo se organizará nuestra vida hasta que aparezca una vacuna eficaz contra el covid-19.

Daniela Siara
04 de mayo de 2020 - 07:59 p. m.
La nueva normalidad: Diario del confinamiento XIV (Tintas en la crisis)

Mascarillas, distancia de seguridad, geles hidroalcohólicos en todas partes, lugares públicos con un tercio de ocupación, mamparas de protección, clases virtuales, teletrabajo… Poco a poco, y con ánimos resignados, estamos integrando las nuevas reglas del juego. El calor humano de un abrazo y los besos para saludarse ya son parte del territorio de los recuerdos y, hasta que la situación no cambie, serán una aspiración a futuro.

En un abrir y cerrar de ojos estamos viviendo una realidad gobernada por el miedo a esos pequeños monstruos que pululan por el aire que respiramos y nos esperan agazapados en todas las superficies. Todos somos enfermos potenciales, sin signos distintivos, y esto se convierte en puro miedo indiscriminado. Acá está la complejidad: todos podemos ser portadores, aun sin querer, aun sin parecerlo. Por lo tanto, es mejor no acercase más allá de la distancia permitida. Esta nueva forma de socialización que, hace solo un par de meses habría sido tildada de asocial, es ahora el único camino para estar juntos. Sanos, pero aislados.

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El viernes pasado, en una reunión por zoom con amigas, empezamos a hablar de la nueva normalidad y un deje de nostalgia por todo lo que ya no podrá ser cambió el tono de la conversación. Surgieron muchas peguntas. ¿Cómo lograríamos cambiar hábitos tan naturales y habituales con las personas cercanas? ¿Cómo nos acercaremos sin invadir su espacio personal? ¿Cómo no abrazar a una persona triste o a una buena amiga al verla de nuevo? Será una tarea un tanto extraña, tanto como evitar que dos niños pequeños no se toquen mientras juegan. Somos latinos, nos comunicamos con el cuerpo. Una mirada empática aun no es suficiente, cuando se necesita estar cerquita para demostrar afecto o mucho interés.

Les voy a contar algo que nos sucedió hace unos días y que ejemplifica el shock de esta nueva forma asocial de relacionarnos. Una mañana estaba paseando por la playa con mi hijo Martí. Tenemos la suerte de tenerla cruzando una avenida, así que somos de los pocos privilegiados de Barcelona que podemos ir a ver el mar sin preocuparnos por la limitación de andar solo un kilómetro. Mi inquieto hijo de tres años estaba corriendo por el paseo marítimo. En cierto momento se alejó de mí unos 30 o 40 metros. Lejos como estaba, se tropezó y se cayó al suelo de arena. Empezó a llorar por el golpe, tirado en la tierra. Una paseante (otra mamá que acompañaba a sus hijos) que estaba más cerca, instintivamente fue a su auxilio. Se agachó para recogerlo, pero a pocos centímetros de él frenó su cuerpo y se incorporó de nuevo a su lado hasta que yo llegué. Ayudé a levantar a Martí y lo alcé en mis brazos. Lo consolé y le di besos. Luego revisé su cuerpo, se había dado en la cabeza, no había sangre pero sí un chichón descomunal. La mujer seguía a nuestro lado, confundida, y me dijo:

—Lo iba a coger, pero como ya no se puede. No sabía qué hacer y no lo hice. Lo siento.

La miré con agradecimiento, le dije que era algo que teníamos que aprender todos. Nos despedimos y cada una siguió su camino, sin dejar de pensar en lo inhumano que puede llegar a convertirse el mundo si no nos tocamos, si no nos implicamos con nuestros cuerpos.

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Al rato, la cruda realidad se me plantó enfrente. Quizás, cuando pase lo más agudo de la situación, muchos quedarán con la costumbre de la distancia, por si acaso. Si todo sigue así, el mundo será, durante años, un lugar con mucho menos tacto, con caras enmascaradas y olor a alcohol. Un mundo en el que darse la mano será un acto de confianza, de valentía. Unos rechazarán esa mano extendida con un disimulado brinco hacia atrás, hacia la seguridad de la distancia. Otros, después de ese encuentro de manos, irán inmediatamente a lavárselas.

La desescalada y la nueva normalidad

Desde ayer, las personas mayores de 14 años ya pueden salir a las calles españolas para hacer deporte. Tienen dos franjas horarias al día, de 6 a 10 am y de 8 a 11 pm.

Hay horarios para todos, para no coincidir, para evitar la aglomeración. El reloj, que de poco había servido en este tiempo, vuelve a tener protagonismo. Me sorprendió hasta la risa lo que vi a través de mi ventana. Nunca antes había habido tanta gente corriendo y montando en bicicleta por la avenida. Además, los cuerpos desencajados y las sudaderas pasadas de moda evidenciaban que, muchos de ellos, nunca en sus vidas habían salido a correr. Lo estaban haciendo para huirle al encierro y aprovechar esta nueva veda que se abre. Espero de corazón que no se conviertan en los nuevos clientes de los traumatólogos de la ciudad.

La desescalada del confinamiento en España tendrá cuatro fases. Estamos en la fase 0, que incluye la salida de los niños, de los jóvenes y adultos para hacer deporte, y de los viejos para pasear. Sin embargo, tengo que decir que salimos con miedo, y parece que éste no va a desaparecer del panorama inmediato. En la fase uno, que se inicia el 11 de mayo, abrirán el pequeño comercio, las terrazas de bares y restaurantes, los museos y los lugares de culto. Pero en todos ellos solo se podrá tener un 30% de ocupación. Ah, y se permitirán los velatorios ¡por fin!

En la fase dos se abrirán cines y teatros, y habrá conciertos con un tercio del aforo. En esta fase, que podría iniciarse el 25 de mayo, los restaurantes permitirán entrar a clientes en el interior, previo disparo de termómetro en la frente. Eso sí, el gel hidroalcoholico estará hasta en la sopa y las mesas estarán separadas por mamparas.

Incluso ir a cine será distinto. Más allá del control obligado del aforo, la compra de entradas será online. Las salas tendrán indicadores de distancia en el suelo y los pases de películas serán más espaciados para desinfectar las butacas. El cine será el espejo del resto de actos culturales.

Los conciertos de tamaño medio (hasta 800 personas al aire libre) tendrán que esperar a la fase tres. Las discotecas podrán abrir con un tercio del aforo, pero se deberá respetar la distancia de seguridad, y puede que se recomiende usar mascarilla ¡Qué entretenido que será conquistar a alguien en esta situación! A partir de la finalización de esta fase comenzará la nueva normalidad, que de normal tendrá poco, admitámoslo. Se debería llamar la nueva cotidianidad, término más realista, que podrá acabar siendo nuestra normalidad si se extiende mucho en el tiempo. Y esperar, será su mantra. Esperar nuestro turno, esperar el día de la cita previa en la peluquería, esperar para entrar a todos los sitios…

Otro mundo está emergiendo bajo la nueva normalidad. Lo positivo que veo de este nuevo orden es que el teletrabajo ha llegado para quedarse. Ahora podrá ser viable una repartición más justa de las tareas del hogar y de la conciliación familiar. Por otro lado, creo que las bicicletas se impondrán en las ciudades. Sin embargo, las manifestaciones, espacios habituales de hermandad ideológica desde siempre, no serán permitidas. Mantener la distancia social será una obligación diaria. Sí queremos volver a una sociedad sin confinamientos tendremos que adaptarnos en un período largo. Un nuevo modo de vida está ad portas. Como le escuché a alguien, lo fácil es el confinamiento, lo realmente complicado será salir de él.

Por Daniela Siara

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