El Magazín Cultural

"Las Hermanas Duplicadas", capítulo del libro de John Better

Presentamos un fragmento del primer capítulo del libro "Limbo", del escritor barranquillero John Better. Un texto posee una belleza rara, desconcertante, y será apreciada como una gema única en el panorama literario colombiano, según la editorial Planeta.

John Better
19 de febrero de 2020 - 04:21 p. m.
Portada del libro "Limbo", del escritor John Better, que continúa su exploración estética en torno a la identidad, el sexo, el misterio y los márgenes de la ficción contemporánea.  / Cortesía
Portada del libro "Limbo", del escritor John Better, que continúa su exploración estética en torno a la identidad, el sexo, el misterio y los márgenes de la ficción contemporánea. / Cortesía

La casa es grande. Tiene techos altos y una larga escalera en forma de  caracol que conduce a una segunda planta con cinco habitaciones. Las puertas son rojas y están numeradas con dígitos romanos dibujados con pintura negra. Los únicos cuartos sin numerar son dos y están ocupados por las Hermanas Duplicadas:

Ninfa y Orfa Kowalska llegaron a Ciudad Crisantemo a finales de los años cuarenta junto a su padre, un pobre campesino judíopolaco que ya había pasado una temporada en España. Cuando los habitantes de Crisantemo se enteraron de que los Kowalska estaban emparentados con una mística religiosa, la que fue beatificada por el mismo papa polaco, los acogieron con una devoción más cercana al servilismo que a la cortesía.

Aunque solo hasta 19** el Vaticano imprimió oficialmente el diario de Santa María Faustina Kowalska en su versión al castellano, ya muchos en Ciudad Crisantemo tenían conocimiento de la vida y obra de la religiosa; también de las visiones del cielo y el infierno que la futura santa tuvo los primeros años de su vida. Pero fueron sus aterradoras revelaciones sobre el Limbo las que convertirían a esta familia de inmigrantes en intermediadores para la salvación de aquellas pequeñas almas que morían sin ser bautizadas en la triste y devastada Crisantemo, y también en sus alrededores.

Más que una casa embrujada —como muchos crédulos insisten en llamarla— el lugar tiene aspecto de un gigantesco y ruinoso palomar. También hay algo de pájaro en el semblante de las dos hermanas, tal vez por ello siempre usan sombreros con velos que tapan la mitad de sus rostros. 

Las gemelas Kowalska: Orfa nació primero, Ninfa salió enseguida. Son albinas, en extremo delgadas y deben sobrepasar los setenta años.

Todos saben lo que pasa adentro de aquel caserón, y a nadie le asombra. Si no fuese por ellas, según algunos devotos, la pequeña ciudad estuviese hundida en la oscuridad desde hace lustros.

Crisantemo está situada al norte de La Nación. Es un lugar silencioso, son solo cien habitantes, un asentamiento costero al que llegaban inmigrantes escapando de la devastación de la Segunda Guerra. La ciudad más cercana está a quinientos kilómetros. Era una especie de Babel, donde familias y gente de diferentes nacionalidades convivían tranquilamente.

No hay nada en su arquitectura digno de ser resaltado; a lo mejor la iglesia. Es inevitable en un lugar desolado como este percatarse de la enorme cruz hecha con huesos de aves marinas reposando sobre la cúpula; que ciertas noches de luna llena hacen ver el templo como el más terrorífico de los lugares.

***

(Marzo de 19)

—¿Cuándo murió? ¿Qué edad tenía? ¿Sexo? —preguntó Orfa, la que nació primero.

—Hace horas —dijo El Hombre, entregándole un niño muerto envuelto en papel cebolla.

—Tenía once meses de nacido —dijo La Mujer.

—Nosotras nos encargaremos de todo, ustedes tranquilos —dijo Ninfa.

—No alcanzamos a bautizarlo —soltó El Hombre.

—Es obvio eso, por algo están aquí. ¿Qué nombre tenían pensado ponerle?

—Nunca consideramos un nombre —respondió La Mujer, quien traía la cara cubierta con una gasa blanca.

—Nunca —agregó El Hombre.

—¡No llore! —le ordenó Ninfa a La Mujer.

—Está prohibido hacerlo, eso dificulta el tránsito del no bautizado, el apego es lo peor que un ser humano puede desarrollar por alguien, solo los animales merecen tal cosa —agregó Orfa.

—¿De acuerdo? —preguntó Ninfa.

—De acuerdo —dijo el Hombre.

—No nos han dicho el sexo del bebé.

—…

—...

—¿Qué pasa? ¿Por qué no dicen nada y se miran de esa forma? —preguntó Orfa.

—Véanlo ustedes mismas —dijo El Hombre y se llevó ambas manos hasta la cabeza. Luego se tragó un puñado de sal que sacó de uno de sus bolsillos.

Las Hermanas desenvolvieron el pequeño cuerpo y acercaron un candelabro hasta el sexo de la criatura.

—Dejen el dinero y lárguense —sentenció Orfa.

—Podemos despedirnos de…

—No —dijeron a coro las Hermanas Duplicadas.

Orfa ordenó llevar al bebé hasta la habitación número I, le pidió a su hermana que pusiera en la frente del pequeño un poco de aceite de cerdo. Ninfa ascendió por la escalera de caracol, entró al cuarto y, antes de acostarlo en la cuna, miró nuevamente los genitales de aquel nuevo huésped de la casa, se le vino a la cabeza la imagen de dos insectos copulando en el aire, salió de la habitación en silencio.

Durante la cena, las Hermanas no hablaron demasiado. Ninfa guisó un panal seco de avispas que Orfa había recogido durante la mañana del frondoso árbol de totumo.

—Nunca había visto algo como eso —dijo Ninfa.

Su hermana la ignoró y siguió mascando el guisado, tomó una servilleta de tela y bebió un sorbo del vaso de jugo de tomate de árbol hervido.

—Pero he oído que casi siempre que ocurren esos fenómenos son por causa de una maldición, o peor: son producto de algún incesto —añadió.

Orfa hizo una pausa, la miró con fastidio y, con la mano abierta, golpeó la mesa con fuerza, haciendo temblar la lámpara de gas. La sombra de Orfa proyectada en la pared por la luz de la mecha y otras velas repartidas en la estancia se agigantaban de manera terrible.

—¡Es lo que es y punto! —gritó—. Nuestra misión aquí es otra, ninguna de nosotras puede juzgar a nadie de los que llegan. Hemos visto cosas peores moverse en los rincones de este lugar, hemos visto salir de las grietas seres abominables. No veo por qué te asombra ver juntos en un mismo cuerpo dos elementos que tal vez nunca debieron separarse.

—¡Es un monstruo!

—¡Cállate!

Las hermanas retomaron la cena. Una sombra negra y pequeña se deslizó debajo de la mesa, llegó hasta los pies de Ninfa y luego ascendió por su regazo.

—¡Miren quién vino hoy! El inquieto Biscuit.

Orfa sonrió al ver a su pequeño gato jugueteando con la blusa de su hermana.

—Llevabas casi un año sin volver a casa. Eres un chico intranquilo, mírate, no has cambiado.

El animal miró a Ninfa, acercó su pata hasta la mejilla flaca de la mujer y la acarició. Ella siguió hablándole como a un niño:

—Tienes los bigotes empapados de sangre, como siempre. Biscuit, Biscuit, no te alejes tanto de nosotras, niño travieso —finalizó Ninfa. Su hermana regresaba de la cocina con el postre: cáscaras de toronja confitadas.

***

Los ruidos en el techo empiezan con la noche. Unas veces son nísperos maduros que caen sobre el tejado, otras veces suena como el aterrizaje de aves desesperadas o como pisadas con zapatos de tacón.

—Siempre llegan puntuales —dijo Orfa.

—Están deliciosas estas cáscaras. Lo amargo y lo dulce en un mismo sabor es lo mejor en cualquier comida —expresó Ninfa.

—Tiré algunas en el techo, ya sabes cómo se ponen si no encuentran algo que comer.

—Yo arrojé algunos dientes de babillas y un par de dados ayer, debieron pasar jugando toda la noche. ¿No hay más cáscaras? —preguntó Ninfa.

—No —dijo  la otra.

Biscuit correteaba por toda la casa, subía y bajaba las escaleras velozmente. Sus dueñas celebraban el asunto.

—Está reconociendo el lugar —dijo Ninfa.

El albinismo de las hermanas refulgía a la luz de las velas. Los ojos de Ninfa eran de un color cereza pálida, y los de su hermana mayor, lilas como el arándano.

—Está fresca la noche, quizá llueva.

—Lo dudo —respondió Orfa.

Juntas subieron a sus respectivas habitaciones. Ninfa fue la primera en caer rendida. Guardaba “esa inútil costumbre de siempre soñar con el pasado”, como le reprochaba su hermana.

En el sueño de esa noche, Ninfa rememoraba la sensación de estar perdida en una feria de rarezas adonde su padre las llevó en 19**.  Se vio corriendo tras un sujeto disfrazado de pájaro, que llevaba consigo algodones de azúcar incrustados en un gran palo de madera. El hombre tenía un pico enorme y unas gigantescas alas de papel chino de color rojo. Más que miedo le provocaba gracia el feo disfraz de aquel desconocido que le pedía que lo siguiera, luego entró a un salón lleno de espejos. La pequeña niña albina hizo lo mismo. Al verlo duplicado en tantos, mirándola fijamente como un pájaro vivo, empezó a ponerse nerviosa.

—¡Croc!

—¿Quién eres? —le preguntó Ninfa.

—¡Croc croc!

—¿Eres un pájaro bueno o un pájaro malo?

—¡Croc! —volvió a farfullar, y rotó su cabeza de un lado a otro como lo hacen los pájaros reales.

Alguien más entró en aquel cuarto de espejos. Era Orfa, su gemela. Ahora ellas lo duplicaban en número.

—¡Croc! ¡Las Hermanas Duplicadas! ¡Croc!

 —Hola, avechucho del demonio —dijo Orfa.

—¿Lo conoces?

—Digamos que sí.

—¿Quién es? ¿Cómo se llama?

—No tiene nombre, nunca tuvo uno el bastardo. Es un miserable pájaro, ¿no lo estás viendo?

—Siempre has odiado a las aves, siempre te ha gustado matarlas —le reprochó Ninfa.

Una de las alas del hombre pájaro estaba rota. Ninfa sacó un rollo de cinta adhesiva del bolsillo de su trajecito y se acercó a él con algo de miedo.

—¡No te muevas! ¡No lo ayudes! ¡Déjalo que se muera! ¡Solo quiere hacerte daño! —gritó Orfa.

Su hermana la buscó en el reflejo de los espejos del salón y apenas podía distinguirla de ella misma, eran idénticas.

Pero Ninfa no obedeció y llegó hasta donde estaba la criatura. Una caja de música empezó a sonar. Ninfa remendó el ala dañada. Una vez reparada, el hombre alado tomó a Ninfa de la mano y empezó a ascender con ella en el aire.

***

—¡Levántate! ¡Despierta ya!

Un aguacero caía y los relámpagos iluminaban el cuarto de Ninfa. Al incorporarse vio a su hermana al pie de la cama. A pesar de los truenos y el viento que golpeaba fuerte, haciendo tambalear la casa, los llantos de un niño se escuchaban con claridad. Eran las tres y quince de la madrugada.

—¿Qué es eso qué oigo, hermana?

—El huésped del cuarto I.

—¡Oh, por Dios! Eso no puede ser, no han pasado las 24 horas desde el deceso para que haya despertado.

—A ese malnacido lo trajeron vivo, se deshicieron de él como de un trasto viejo. Intuía que ese hombre solo iba a traer desdicha a esta ciudad, lo supe desde que lo oí hablar en aquella cena junto al padre Dixon, tenía la certeza de que algo oscuro lo rodeaba, su hijo es la prueba.

La lluvia empezó a amainar. Los llantos del niño eran más fuertes.

—Te lo cambio por dos tubinos de hilo y una aguja de plata —dijo una voz que se colaba por las hendijas del tejado del cuarto de Ninfa.

—¡Este no puede ser tuyo! ¡Váyanse! —gritó Orfa.

—Denme sus ojos y les regalo una perla negra —dijo otra voz más aguda.

—Yo no tengo nada que dar, solo deseo que chupe de mi teta —dijo una tercera voz.

—¡Lárguense! —dijeron a coro las Hermanas. Un sonido como de alas golpeándose unas a otras se escuchó por breves segundos en el tejado, y el llanto del niño fue lo único que quedó resonando en la casa.

***

—Mece la cuna para que se duerma —sugirió Orfa.

—No creo que sea eso, debe estar hambriento.

Lo cubrieron con una manta peluda y bajaron juntas hasta la cocina para preparar algo de leche. El recién nacido miraba los ojos de Ninfa, el llanto cesó y con su mano trataba de llegar a la nariz afilada de su anfitriona.

—Eres un pequeño bastardo —dijo Ninfa; el niño le brindó algo parecido a una sonrisa.

—Toma, dale un poco de esto.

Orfa le pasó un biberón con leche tibia.

—¿Le pusiste un poco de sal?

—Es un niño, no un cachorro.

Las Hermanas se sentaron en los muebles del raído terciopelo rojo de la sala. Ninfa puso el biberón en la boca del niño, y este empezó a chupar desesperadamente. A veces retiraba la mirada de la cara del bebé y la dirigía al retrato de Santa Faustina Kowalska que se imponía en una pared de la sala.

Desde que tiene memoria el cuadro ha estado reposando en aquella pared de la casa. Todavía recuerda la voz severa de su padre diciéndole que tenía que sentirse orgullosa de que en la familia hubiese alguien cercano a la divinidad.

—Hay que resolver lo que haremos con ese niño —dijo Orfa con tono amargo.

—Qué irónico, tenemos claro todo lo que hay que hacer cuando llegan a esta casa muertos y sin bautizar, pero este nos ha puesto en jaque —dijo Ninfa mientras contemplaba al niño, que ahora dormía entre sus brazos.

—A esperar que amanezca. Ya veremos qué hacemos, ahora volvamos a la cama —propuso Orfa.

***

—¡A dónde llevas a mi hermana! —gritó la pequeña Orfa mientras el Hombre Pájaro ascendía con Ninfa entre sus brazos.

—¡Croc! ¡Croc! ¡Croc!

Finas gotas escarlatas empezaron a caer del cielo, Orfa miraba con horror cómo aquella criatura perforaba con su pico el vientre de su hermana. De pronto el Hombre Pájaro dejó caer a Ninfa desde lo alto. La niña descendía balanceándose lentamente, flotaba con la misma belleza con la que cae una pluma desde una gran altura.

Orfa la recibió en sus brazos, la sentía liviana, como hecha de algodones. Vio el enorme agujero en su vientre, había sido desentrañada por completo.

—Nadie puede saber lo que ha pasado —dijo Ninfa, pálida y con su vestido empapado de sangre.

—¿No estás muerta?

—Solo un poco, vamos, debemos regresar con nuestro padre. Y no olvides que te amo, hermana.

—Yo también.

Por John Better

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