El Magazín Cultural

Las subastas de arte y antigüedades en Colombia y mi relación con ese mundillo

Algunos hitos de subastas fueron: las del Club de Banqueros de 1991; otra en el Museo del Chico de Bogotá en 1992 organizada por el Comité de Rehabilitación de Antioquia y el Voluntarios Conantioquia y las del desaparecido Salón Nacional de Antigüedades (Contó con una vez con el célebre martillo Luis De Suremaín) hecho por años en Cartagena de Indias.

Juan Pablo Plata
30 de septiembre de 2019 - 05:50 p. m.
Imagen de "Children vía Usa", obra de Gustavo E. Salamanca.  / Cortesía
Imagen de "Children vía Usa", obra de Gustavo E. Salamanca. / Cortesía

Dedicado a la señorita Acuña.

Durante cerca de sesenta años, lo que duró la última guerra de Colombia con las FARC y otros grupos armados ilegales, fue imposible que en Colombia se llevaran a cabo subastas privadas continuas, masivas y sin exagerada vigilancia. Las subastas que se hicieron por seis décadas, fueron organizadas casi siempre por clubes sociales y el Estado y protegidas por fuerzas privadas, el ejército y la policía, para deshacerse de artículos embargados a los ciudadanos por haber incumplido deudas o bien por extinción de bienes adquiridos con dineros de las drogas ilícitas u otras actividades criminales como el contrabando. Estas subastas, a veces, incluían piezas de arte, antigüedades y libros de segunda. Pero más bien eran rarezas, en medio de una país sin un mercado del arte consolidado y asechado por la ilegalidad.

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Algunos hitos de subastas fueron: las del Club de Banqueros de 1991; otra en el Museo del Chico de Bogotá en 1992 organizada por el Comité de Rehabilitación de Antioquia y el Voluntarios Conantioquia y las del desaparecido Salón Nacional de Antigüedades (Contó con una vez con el célebre martillo Luis De Suremaín) hecho por años en Cartagena de Indias. Lugar que siempre se ha percibido y es en realidad un refugio de las inclemencias de la criminalidad del país. Resta decir que hoy, 2019 y en las décadas pasadas, lo más canónico era lo más vendido en subasta y compuesto por: María de la Paz Jaramillo, Ana Mercedes Hoyos, Fernando Botero, Enrique Grau, Eduardo Ramírez Villamizar, Alejandro Obregón y Omar Rayo.

En 1991 la casa de subasta Christie's hizo la primera subasta exclusiva con arte colombiano y los resultados fueron del 70% de los artículos vendidos. En 1995 La joya colombiana Corona de la Inmaculada Concepción no se vendió en una subasta organizada por la misma prestigiosa empresa. En el siglo XXI en Colombia con respecto al arte se percibe un mercado ajustado en vez de inflado y las falsificaciones y el involucramiento de la criminalidad y el peligro de un hecho violento y un robo se han menguado a nada, gracias a la mejoría de la seguridad después de la presidencia de Álvaro Uribe Vélez en que fuerzas paramilitares de ideología de derecha depusieron las armas y a su vez las guerrillas fueron diezmadas. La llegada de las dos casas de subasta, Bogotá Auctions y Lefebre y Mesa en joint venture de inversión entre colombianos y extranjeros han hecho que los precios a los que se venden los productos artísticos y antiguos se vean regulados, en parte, por los precios tope que alcanzan en puja. Este año, ABLAC hace su incursión en las subastas con una que tendrá lugar el 26 de septiembre del 2019 en Boho Expo, en Bogotá. ABLAC es el Art Bureau of Latin American Certifications (www.artcertifications.com), quienes avalúan, certifican y comercian arte emergente y consolidado colombiano y mundial.  Su equipo está compuesto por Gustavo Espinel, Ricardo Perdomo, entre otros expertos y consultores.

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En las décadas de 1980 y 1990 la especulación con arte colombiano e internacional dio para que obras de Peter Paul Rubens, Francis Bacon, Pieter Bruegel, El Viejo, David Manzur, Alejandro Obregón, por ejemplo, se vendieran a buenos precios a la mafia del narcotráfico que podía pagar lo que fuera por una obras de arte. El conflicto entre la oferta y la demanda en un mercado completamente desregulado como lo es el del arte en esta época se dio por las falsificaciones y obras hechas a pocos días y con afán de que se compraban por ingenuidad por ciudadanos del común y los criminales dichos de la mafia. El óleo dejó de ser usado por muchos artistas y reemplazado por el acrílico que se seca más rápido en aras de poder hacer una venta tan rápida en un mercado irreal, caro y en estado de burbuja económica impulsado por el lavado de dinero, el fraude y el facilísimo en la hechura de las piezas de arte tanto en sus temas como en su creación y materialidad.

Lo único constante es el cambio. Es una frase atribuida a Heráclito, quien, a su vez, muchos consideran como el primer periodista, cronista e historiador de la civilización Occidental. Así pues, en esa misma línea el estado de cosas de las dos décadas finales de siglo XX no se mantuvo y hubo giros políticos y en la guerra contra las drogas y contra los grupos armados y la delincuencia que azotaba en general a todo el país en las zonas urbanas y rurales por igual. Bogotá y Colombia han mutado a ser una capital y un país con una democracia y un capitalismo imperfectos, pero que por lo menos han reducido las estadísticas de hechos delictivos a números impensables antes del inicio del siglo XXI. 

Fue en medio de este nuevo estado de cosas que resurgieron las subastas privadas de antigüedades y arte en clubes sociales de la clase alta, en instituciones filantrópicas y en donde se abrieron dos casas de subasta pasada la primera década del nuevo siglo y milenio: Bogotá Auctions y Lefebre y Mesa. Bogotá Auctions pertenece a Charlotte Pieri, Timothée SaintAlbain y Carla Sigismund, en asocio mínimo con Jim Amaral y Olga Amaral, quienes alquilan las instalaciones donde funciona Bogota Auctions y cada tanto venden una de sus obras en subasta local. Esta asociación entre colombianos europeos llegó para revitalizar el arte en Colombia. Lefebre y Mesa comenzó con Gregoire Toulemonde, Leticia Fernández de Mesa e Iñigo Fernández de Mesa, Vizconde de España.  Los españoles vendieron en 2018 su porcentaje a Toulemonde. En la actualidad, en Colombia y en el mundo entero, una de las mejores inversiones que una persona puede hacer es la de comprar oro, antigüedades y arte. Por encima de las acciones de las monedas sin respaldo en oro, las commodities o de las empresas de Nasdaq. Los expertos económicos celebran la seguridad del incremento del precio de una obra de arte, el dorado metal, coleccionables, libros, joyas, muebles, entre otros, y vetustos objetos. (“El vino, el arte y los bienes raíces se encuentran entre las clases alternativas de inversión, que no parecen estar desacelerándose en el corto plazo. HSBC informa que las inversiones alternativas solo crecerán en importancia y apoyarán la innovación en el mercado de alternativas en todo el mundo.”

Ahora bien, ¿porqué estoy refiriendo todo esto? Resulta que soy un escritor y marchante  que mercadea con los productos antes referidos y que son hoy una de las mejores inversiones que un ser humano puede hacer. Comencé a comerciar en El Paso, Texas, mientras estudiaba la maestría de Escritura Creativa en su versión residencial para aumentar mi exiguo presupuesto de estudiante migrante. Si hoy puedo hacer negocios de pequeña y gran escala fuera y dentro de Colombia es porque la crisis inmobiliaria de los Estado Unidos de 2008 y la mejoría de la situación política y económica de Colombia han puesto las cosas a favor de las personas que investigamos, tasamos, compramos y vendemos abalorios y artworks.

Resulta muy paradójico mi oficio, puesto que soy una persona desapegada. Casi como dicen que recomendaba hacer en vida el Buda Gautama sobre los deseos, las pasiones y las posesiones materiales. No tengo ganas de quedarme con ninguno de los productos que otros compran y que yo vendo directamente, por internet y en casas de subasta dentro y fuera de Colombia. He tenido en mis manos libros firmados por Saul Bellow, Thomas Pynchon, José Asunción Silva y Jorge Luis Borges. Sé que hubiera podido quedarme con las gorras y los guantes que me han firmado los golfistas Phil Michelson o Tiger Woods. También tuve en mis manos obras comisionadas de Calder, Botero y Ai Wei Wei. Pero como todo lo vendo, prefiero no ser el dueño de nada, en vez de ser el dueño de todas la cosas las dejo fluir e ir donde sí las atesoran y las necesitan. Yo solo soy una humilde asta del circo del mundillo del arte y lo usado por los hombres y las mujeres en tiempos pasados.

Debo decir que no todas las veces compro las objetos culturales con que comercio, también comisiono, es decir, divulgo, investigo y ofrezco productos de terceros de los que percibo un porcentaje cuando se venden, pero no la totalidad de la ganancia. Debo agradecer a la vida, el apoyo familiar y mi formación en literatura y escritura creativa que me han permitido ganarme la vida con la escritura y como marchante, porque son todas estas las cosas que más me gusta hacer. En realidad, no parecen trabajo a los ojos de muchos, porque amo hacerlas.

Como cierre, debo decir que dos de mis mayores influencias en la vida han sido mi abuelo Pablo Emilio Figueroa y el escritor Enrique Vila-Matas. El segundo con sus palabras dijo algo afín con mi desapego por los abalorios y creaciones de la civilización occidental en subasta: "A fin de cuentas lo único importante en este mundo es tener algo que comer, algo que beber y alguien que te quiera.” El primero siempre me dijo que las cosas importantes de la vida son las invisibles: los sentimientos y los valores. Con todo, soy un periodista y un mercachifle, pero desapegado de cuanto transa. Pues lo más importante es lo invisible.

Por Juan Pablo Plata

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