El Magazín Cultural

Los Universitarios: El conjunto que llevó la parranda a Bogotá

Pocos pueden creer que el vallenato, una música que despierta amores y odios entre los bogotanos, tenga una historia tan arraigada a la ciudad.

Juan Carlos Escobar
29 de abril de 2019 - 12:51 a. m.
Alejo Durán, legendario compositor de vallenatos, nacido en El Paso, Cesar, en 1919, y autor de canciones inmortales como '039'.  / Cortesía
Alejo Durán, legendario compositor de vallenatos, nacido en El Paso, Cesar, en 1919, y autor de canciones inmortales como '039'. / Cortesía

Ni siquiera los más autorizados escritores del género la mencionan, mientras sus avatares se empolvan en la memoria de aquellos, hoy, viejos protagonistas. Y es que la música de acordeón – como se le conocía cuando llegó a la capital – apareció en Bogotá en los años cincuenta para quedarse hasta nuestros días, en una historia tan importante que generó la primera modernización, así como la popularización definitiva del vallenato en el país. 

La historia bogotana del vallenato transcurre en un período de tiempo donde la ciudad se transformó radicalmente, pasando de tener cerca de 700.000 habitantes en 1951 a aproximadamente 2’900.000 en 1973. Este dato es suficiente para hacernos una idea del flujo de personas hacia la capital, procedentes de todas partes de Colombia. Y como esta es la historia de una música que no nació en Bogotá es, entonces, una historia de migrantes, de sus costumbres y de sus cuentos. Es la historia de la colonización mulata en tierra fría, cuya arma fue la diplomacia (poco refinada) del acordeón. Se trata de la vida musical de Los Universitarios y de su asombroso talento para la parranda.

La dama de las borrascas, como bautizara algún escritor tropical a Bogotá, nunca estuvo acostumbrada al bullicio costeño y, aunque para los años cuarenta las orquestas caribeñas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán empezaron a figurar con éxito en el Hotel Granada o en el Club Metropolitan, el vallenato carecía de la sofisticación y elegancia que, con acierto, las Big Bands habían utilizado para conquistar a la élite. El vallenato parecía ser una música contraria al gusto bogotano, sus cantos tenían más sentimiento que afinación y el sonido grueso del acordeón tenía un aire campesino que se acompañaba de los nada refinados caja y guacharaca que formaban un conjunto de notas fandangueras y provincianas.  

Aun así, cuenta la historia oficial que a mediados de los años cincuenta un grupo de políticos bogotanos (no importa el partido, eran años del Frente Nacional) se comenzó a interesar por la música de acordeón, debido a la influencia que en ellos ejercieron sus homólogos de los departamentos de Bolívar y Magdalena. Entre ellos se encontraban figuras como Alfonso López Michelsen, Fabio Lozano Simonelli, Miguel Santamaría y Rafael Rivas Posada. Fue en sus casas del barrio La Magdalena de Teusaquillo donde se realizaron las primeras parrandas, con un marcado carácter aristocrático.

La (buena) vida de parranda

A finales de los años cincuenta, vestidos con camisas de manga corta, pantalón negro y zapatos oscuros, llegaron jóvenes de provincia para estudiar en la Universidad Nacional y en la Universidad Libre. Eran proclives a la amistad, al licor y la palabra. En la cultura caribeña encontraron un punto común a sus diferencias políticas y así formaron un enclave regional para recitar poesía, echar cuentos, deleitarse con el sabor a ron de un bolero en una guitarra y recordar las canciones campesinas de Abel Antonio y Pacho Rada. De allí nacieron “Los Universitarios” como un grupo de más de veinte contertulios, (algo así como a lo que hoy llamaríamos ‘colectivo cultural’). El núcleo más festivo de esta camada de estudiantes sería el que llevaría el nombre de Los Universitarios a todas las parrandas estudiantiles y luego a la radio, el cine y la televisión. 

Pedro García como cantante, Víctor Soto en el acordeón, Reynaldo López en la guacharaca, Pablo López en la caja y Esteban Salas en la tumbadora fueron los integrantes de esos primeros años en los que Los Universitarios se vieron tocando cada fin de semana en una casa y en un barrio distinto. Así fue como encarnaron fielmente el espíritu de la juglería que traían en sus genes. Quisieron abrazar la ciudad en una sola parranda y trazaron un sentido en la trashumancia. Eran tiempos en los que lo vivido era lo narrado y no al revés, y, por eso, nunca la vida fue más real que en el deleite de un son o de un paseo, acompañados de una botella de aguardiente. 

“Un mes y once días duramos parrandeando en el Quiroga. Fue una fiesta que hecha por primera vez tuvo que repetirse todas las noches siguientes en una casa diferente” – cuenta Esteban Salas, guacharaquero y corista del conjunto, refiriéndose a ese jolgorio que se vivió a expensas del equipo femenino de basquetbol de Bogotá que había quedado campeón nacional. Recuerda que dentro de los animadores estuvieron, además, Gustavo Gutiérrez, Colacho Mendoza y Abel Antonio Villa (la primera figura publicitada del vallenato), quienes enamoraron con su música a los amables vecinos de la Fragua, el Restrepo y el Quiroga. “Fue una vaina bohemia, grande.”

Si bien pasaron los años y la música de acordeón siempre permanecería cercana a los altos círculos de poder, como cuando en 1967 Los Universitarios ingresaron al capitolio nacional para ‘serenatear’ al Congreso antes de comenzar la última sesión que debatiría la creación del departamento del Cesar, el vallenato se desligó de su pasado elitista gracias a la popularización que de él hicieron Los Universitarios. 

En buena medida el vallenato se dio a conocer en las clases populares gracias a las intervenciones que hicieron Los Universitarios en la vida cotidiana de la ciudad. En el estadio “El Campín”, por ejemplo, se dieron cita regularmente para animar desde la gradería los triunfos de un Unión Magdalena campeón de 1968. Cuando esto ocurría, un joven Emiliano Zuleta se presentaba desde Tunja para acompañarlos con el acordeón. Como no existían divisiones pasionales, los partidos terminaban en un auténtico carnaval, animado por el público de ambas hinchadas y, particularmente, por las primeras parejas bogotanas que bailaron vallenato.  

Con el grado profesional llegó la vida laboral, la cual no significó que estos personajes dejaran de ser Los Universitarios. El trabajo de Comisario de Policía que consiguió Pedro García en 1963 facilitó las cosas para el conjunto. A bordo de la patrulla de policía pudieron llegar incluso hasta pueblos de la sabana y nunca más volvieron a tener las quejas por ruido de los vecinos que obligaban a los policías a intervenir para acallar la bulla.  

A propósito de las visitas de los agentes de Policía en las parrandas, Libia Vides, matrona de la familia Bazanta relata: “En aquella época llegaban a terminar la vaina pero aquí los emborrachábamos. Más de uno amaneció dormido en esta sala.” Libia, la más antigua parrandera que recuerda la ciudad, rememora a sus 97 años las interminables fiestas celebradas junto a Los Universitarios en la sala de su casa en el barrio Ciudad Jardín Sur. A sus fiestas llegaron acordeoneros de todo el país como Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Andrés Landero y otros grandes de la música costeña como Los Gaiteros de San Jacinto y Estercita Forero. 

Tomándose una cerveza contra una ventana de su casa, me dice que ella nunca abandonó la parranda y que la parranda nunca la abandonó a ella. “Todo lo que me quedó de tantos años de rumba fue esta casa y mi hija Toto, La Momposina, que hoy pasea por Europa.” Todas sus ganancias siempre se fueron en aguardiente, sancochos y arroces de cerdo para los invitados, pues cuando faltaban la comida y el licor, moría la parranda. La abundacia, sin embargo, hacia parecer a Pablo un dios Baco con sombrero vueltiao. 

Acordeón en directo

Los Universitarios también contribuyeron a la difusión masiva del vallenato de los años sesenta con sus apariciones en radio, cine y televisión. Una de las curiosidades de esta historia es la grabación del material que Los Universitarios harían para la banda sonora del mediometraje “La Sarda” de Julio Luzardo, que aparecería en la película “Tres cuentos colombianos” en 1963. Como lo expresa Ministerio de Cultura en su recuento de cine colombiano, en este tipo de películas “se siente que la situación que se está viviendo Colombia comienza a filtrarse de una manera directa en el cine.”

Y tal vez esta fue la misma intención que Los Universitarios expresaron en canciones repletas de pedazos de la realidad rurales, tal como ocurrió en la grabación del disco “La muerte de un comisario” en 1967 para el sello Orbe. 

En ese año, debido al cambio de gobierno, Pedro se encontraba afectado porque había sido recién relevado de su trabajo como Comisario de Policía en el Ministerio de Justicia. Sus tardes las pasaba junto con su amigo Esteban Salas en el Café de Doña Rosa, en la Calle 19 con octava, un lugar de encuentro frecuente entre los músicos de la costa. Un día apareció por allí un amigo de ellos para invitarlos a Rincón Costeño, el programa radial del locutor más reconocido de la ciudad, Miguel Granados Arjona o “el viejo Mike”. Acudieron a la cita en la Radio Continental, acompañados del acordeonista Alberto Pacheco y del maestro Francisco Zumaqué, en el bajo eléctrico, e interpretaron el tema “La muerte de un comisario”, que se refería al despido de Pedro García. 

La sonoridad de estos músicos costeños llamó la atención del productor Jaime Arturo Guerra Madrigal quien inmediatamente los contrató para grabar un larga duración con la disquera Orbe. El resultado fue el primer disco bogotano completamente dedicado al canto vallenato e incluyó canciones que se convertirían en éxitos de la radio en Bogotá y también en toda la Costa Atlántica como el “Canto al Tolima”. En este disco Pedro incursionaba en el mundo del vallenato como el primer cantante que no se acompañaba a sí mismo con el acordeón. Igualmente, Esteban Salas introducía la figura del corista, superando así la del “ayhombero”, ese entusiasta cuyo único rol en grupo consistía en gritar “¡ay, hombe!” para animar la parranda, aunque eso no lo hacía menos necesario que los demás. 

En su Canto al Tolima, Pedro García tuvo la intención de hablar directamente de la dura realidad que se vivía en el campo colombiano. Algunos personajes de la época cuentan cómo, unos años antes, en una parranda convocada en el Palacio San Carlos  la canción llegó a oídos del Presidente Guillermo León Valencia, de boca del mismo Pedro, y el político no pudo contener las lágrimas que quizás manifestaban el sentimiento de culpa por no haber cumplido la promesa electoral de alcanzar la paz en el campo. Con el tiempo la canción se convirtió en uno de los temas fundamentales del vallenato y hasta llegó a ser considerada como una forma de canción protesta. 

“Hoy los odios fraticidas

Se apoderan de los campos

Y ya no se escuchan cantos

En esta tierra sufrida”.

Por todas estas características, Pedro García es reconocido por las figuras más importantes del vallenato como maestro de cantantes, no es de extrañar que en múltiples ocasiones Jorge Oñate lo haya citado como una de sus influencias más grandes en el canto. 

Luego de este disco vinieron más presentaciones en la Radio Continental, así como otras en Radio Santa Fe y Radio Juventud, en los programas Meridiano en la Costa y Concierto Vallenato, respectivamente. Este último originó la grabación de otros tres discos vallenatos para el sello Orbe, en las cuales participó como acordeonero Colacho Mendoza, reconocido por ser el segundo Rey Vallenato de la historia. Los tres discos tuvieron una acogida grande en Bogotá y en la Costa Atlántica, pues incluyeron entre otros la primera versión de La gota fría en acordeón. 

Sus apariciones en televión fueron de gran alcance, pues al ser el grupo más representativo de Bogotá eran invitados constantes de los programas musicales que se grababan en la capital para publicitar el Festival Vallenato de Valledupar. 

Es en el mismo ámbito televisivo donde Los Universitarios, diez años después de graduados, deciden poner fin al conjunto para continuar por caminos musicales separados. En 1972, Pepe Sánchez los invita a grabar el tema principal de su telenovela Vendaval, que hacía referencia a la situación de las bananeras a principios del Siglo XX. Los Universitarios se reúnen y Pablo López graba por última vez con Pedro y Esteban, quienes, para las actuaciones posteriores de la telenovela, formarían el grupo “Los Cañaguateros”, junto con Florentino Montero en el acordeón. 

“Para la década de los setenta la vaina ya estaba pegada acá en Bogotá, así que decidí empezar con los Hermanos López y Jorge Oñate, mientras Esteban Salas formó el conjunto de los Hermanos Zuleta, que habían llegado también a Bogotá” – cuenta Pablo López sobre la manera en la que Los Universitarios dieron origen a las agrupaciones vallenatas más exitosas de los años setenta y principios de los ochenta. 

Menos parranda, más vallenato

Con este acumulado de experiencias de más de una década, Los Universitarios dieron paso a una modernización definitiva del vallenato en la que se popularizaron las grabaciones de discos completos dedicados al vallenato, se diferenciaron los roles entre acordeonista y los cantantes, y la música llegó a los medios masivos de comunicación. Su rol fue tan importante que contribuyó a que Los Hermanos López y Los Hermanos Zuleta alcanzaran éxito a nivel nacional y posicionaran el vallenato en diferentes regiones. Sus andanzas consolidaron el gusto por el vallenato tradicional en Bogotá, que hacia finales de los ochenta, se transformaría en el vallenato romántico, pero esa es otra historia. 

Hoy, sin embargo, los tiempos han cambiado y es casi imposible pensar en alguna de las parrandas de la época sin estrellarse de frente con las restricciones del Código de Policía o con el anonimato de los vecinos de una misma cuadra. Las duras condiciones de subsistencia para los músicos han hecho casi imposible la existencia de presentaciones no remuneradas y la desaparición de los patios de las casas en Bogotá, han canalizado todos los momentos festivos hacia espacios especializados como bares y discotecas. Finalmente, la separación de los ámbitos de trabajo y de placer han abstraído de la cotidianidad los momentos de goce musical. Todo parece indicar que la vida mundana le está ganando la batalla a la parranda. 

Por Juan Carlos Escobar

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