El Magazín Cultural

Luz de dinosaurio (Cuentos de sábado en la tarde)

Durante el siglo pasado, y lo que va corrido de este, los adultos perfeccionan toda clase de técnicas para atender el milenario temor de los niños a la oscuridad.

Miguel Hernández Franco
06 de julio de 2019 - 09:14 p. m.
Cortesía
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A Alejandra, y sus dinosaurios.

Más recientemente, el descubrimiento de la fosforescencia y sus aplicaciones industriales dan lugar a prodigios como las figuritas de plástico que se adhieren a techos y paredes, y alumbran verde el temor de los niños. La producción industrial permite un sinfín de opciones que van desde las clásicas estrellas, planetas y lunas con que los padres intentan emular el universo en los cuartos de sus hijos, hasta opciones más paleontológicas, como dinosaurios de todo tipo.

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La presidenta de la asociación de padres, que por pura justicia numérica debiera ser de madres, es quien descubre el potencial estratégico de los dinosaurios. Tras arduas negociaciones, logra convencerlos de trascender sus límites mercantiles y sumarse a la lucha contra los encapuchados, que más que lucha es resistencia, aunque algunos incautos en exceso optimistas insistan en confundir los conceptos. Lo cierto es, y la asociación lo sabe, que contra los encapuchados no se puede hacer más que resistir, pues llevan tanto tiempo haciendo de las suyas que han logrado infiltrar todas las esferas de la sociedad, hasta el punto de haberlos ministros, alcaldes y hasta presidentes. Esto último, por supuesto, es imposible saberlo a ciencia cierta, pues no hay para el político nada más natural que la máscara y son, en realidad, pequeños detalles los que delatan fugazmente su naturaleza encapuchada. Pero, en todo caso, resistencia o lucha, a nadie le viene mal un aliado. 

La asociación de padres, que sesiona el jueves, recibe con entusiasmo la noticia de la alianza. “¡Podremos seguir luchando!”, anuncia la presidenta pensando de nuevo que no se trata de una lucha; que ahí está de nuevo la máscara, y que decir lucha es un recurso retórico para mantener ardiendo los espíritus. Mientras la presidenta le habla a su auditorio, las paredes se van llenando de lucecitas con patas. Los dinosaurios anuncian su presencia. “Lo importante es la luz”, dice la presidenta, “a los encapuchados hay que develarlos y dejar al descubierto la violencia agazapada.” Comienza de repente a sangrarle la nariz. Entre el público hay algunos encapuchados que escuchan orondos. 

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Aunque las paredes están llenas de dinosaurios, resulta evidente que no serán suficientes para hacer frente a los encapuchados, que están, ya se dijo, por doquier. Nota la presidenta este inconveniente y de inmediato crea un comité que tiene hasta el jueves para pactar alianzas con las distintas fábricas de la ciudad y asegurar la producción de dinosaurios. Manda la tradición pensar que son los hombres los más idóneos para lidiar con el mundo de la producción industrial y el llamado trabajo duro, por lo que el comité queda conformado por los únicos cinco padres de la asociación. Inmediatamente se dan a la tarea. “¡Asegúrense de que sean verdes!”, les indica la presidenta mientras salen, “como nuestros golpes.”

El jueves, resuelto ya el asunto con las fábricas, los dinosaurios comienzan su despliegue. Algunos encapuchados insomnes observan inquietos el espectáculo. Las medianeras de la ciudad se llenan de enjambres luminosos que entran por las ventanas de los niños, listos para protegerlos de la violencia disfrazada de hogar. Desde una de las ventanas del auditorio, la presidenta de la asociación contempla su estrategia realizarse. Sabe que no será suficiente, pero que es lo mejor que han hecho hasta ahora y que por lo menos así los niños estarán seguros por un tiempo. “Lo importante es la luz”, repite para las madres de la asociación. “Los dinosaurios alumbrarán a los encapuchados y develarán la violencia agazapada”, dice con la voz tan inflamada como su ceja, “y los niños estarán seguros.” Las madres de la asociación se ponen de pie solemnes y saludan magulladas las heridas de la presidenta. 

Con el despliegue de dinosaurios del jueves, por ejemplo, los niños están dichosos de tener constelaciones con patitas que los cuiden, aunque no tengan claro de qué. Así mismo, la posibilidad de tener inacabables ejércitos de dinosaurios fosforescentes da a la asociación la clásica ventaja estratégica del factor sorpresa, invaluable en cualquier batalla. “No tienen cómo anticiparlo”, explica a la asociación la presidenta magullada, “los dinosaurios cuidarán de los niños y nosotras seguiremos resistiendo.” Entre el público hay cada vez más encapuchados que observan impunes cómo la asociación intenta resistirlos. 

El contraataque comienza el jueves. Son los padres del comité quienes dan la noticia a la asociación: “Están arrancando los dinosaurios, presidenta.” No espera menos. La presidenta sabe que los encapuchados no van a quedarse quietos. “Qué no dejen de llegar los dinosaurios”, ordena con la cara hinchada por los golpes, “nuestra prioridad son los niños.” La arremetida de los encapuchados es tan simple como feroz. Arrancan de las paredes y los techos los dinosaurios, los parten en pedazos que botan en lugares diferentes para que no tengan nunca opción de recomponerse. “Lo importante es la luz”, repite como un mantra la presidenta el jueves a la asociación, “develar la violencia disfrazada de hogar”, dice mientras le sangran los labios, “y resistir, resistir.” El auditorio está repleto de encapuchados. 

El jueves es evidente que la asociación está perdiendo la batalla. A pesar de que los dinosaurios siguen llegando, los esfuerzos de la asociación ya no son suficientes contra la violenta marea de encapuchados que ahora inunda el auditorio. El comité de padres intenta proteger a la presidenta. Los enjambres de dinosaurios  apenas bastan para contener las cada vez más feroces arremetidas de los encapuchados. La presidenta está de pie. Sangra profusamente y jadea exánime mientras los encapuchados se ciernen sobre ella.  Ya no hay cómo detener el brazo abusador. La asociación llora amargamente, pues comprende que en cuanto caiga, los niños quedarán a merced de quienes debieran protegerlos. Su hogar será patíbulo. El tsunami de encapuchados se alza mortal sobre la presidenta, quien aún desafiante dice: “Lo importante es la luz. Resistan. Resistan.”

Por Miguel Hernández Franco

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