El Magazín Cultural

Mañana se lanzará una nueva edición de la primera novela de Pablo Montoya

La reedición de "La sed del ojo", realizada por la editorial Random House, tendrá su lanzamiento en la Panamericana del barrio El Poblado en Medellín a las 7:00 p.m.

REDACCIÓN CULTURA
21 de febrero de 2019 - 12:36 a. m.
"La sed del ojo" es la primera novela de Pablo Montoya. Se publicó en el 2004. / Cortesía
"La sed del ojo" es la primera novela de Pablo Montoya. Se publicó en el 2004. / Cortesía

La insinuación, el deseo, el erotismo y el arte de la fotografía se alzan como elementos transversales de esta novela. Narrada en el París del Segundo Imperio, Montoya, autor de libros como La escuela de música o Tríptico de la infamia, muestra sin prejuicios la desnudez de la mujer y la mirada ansiosa y curiosa del hombre que observa la belleza femenina y que pretende plasmarla en las múltiples manifestaciones del arte.

Publicamos el epílogo del libro con autorización de la editorial Penguin Random House:

"En el proceso de escritura de La sed del ojo afloraron las imágenes primeras que tengo de la desnudez. Las que inauguraron en mí, cuando era un niño de seis o siete años, la inquietud del mirar, a hurtadillas, un cuerpo de mujer. Recordaba con nitidez la mañana en que subí a un tejado. Perseguía un gato multicolor que quería acariciar a como diera lugar. Me deslicé por entre las tejas. Escuché de pronto la voz de una mujer que cantaba. Buscando el origen de la canción, encontré un agujero. Incliné la cabeza y vi. Vi a una muchacha bañándose. Y la vi, mientras seguía cantando, jugar con el agua. Por un momento sentí algo parecido al terror. Después el corazón se me quería explotar cuando vi que las manos de la muchacha enjabonaban algo entre sus piernas. Me refiero a esto porque mientras escribía La sed del ojo traté de mantener vivos ese temblor y esa emoción primera.

Pero si este fue el impulso emocional de la escritura, había un reto acaso más intelectual, por no decir histórico. Porque a su modo lo que yo pretendí escribir fue una novela histórica. Ese reto era el de recrear el París fotográfico de 1860. El largo período que viví en esta ciudad me permitió poner a pasear a los personajes por ciertos lugares. En realidad, la cartografía de La sed del ojo se refiere a sitios importantes para la historia de la fotografía porque en ellos se establecieron algunos de los fotógrafos que indagaron en los desnudos femeninos: los alrededores del teatro de la Ópera, la Plaza de Clichy y lo que hoy se llama los Grandes Bulevares. Los textos de Baudelaire sobre la pintura y la fotografía fue- ron un pilar esencial a la hora de querer reflejar la mentalidad del burgués. Algunas historias de la fotografía erótica, igualmente, me ayudaron sobremanera. En especial el libro Obscénités, de Sylvie Aubenas y Philippe Comar, que me permitió tener siempre cerca las veinticuatro fotografías que sobrevivieron al decomiso policial padecido por Auguste Belloc. Y la muy conocida historia de la fotografía erótica del siglo xix de Serge Nazarieff. Pero también me sumergí en la obra de ciertos pintores. En la novela hay varias alusiones a pinturas del Renacimiento, el Romanticismo y el Impresionismo. Cuadros de Baldung, de Durero, de Tiziano, de David, de Velásquez, de Goya, de Delacroix, de Chassériau y de Manet desfilan ante los ojos sedientos del médico y el policía cuando se encuentran para hablar sobre esa desnudez que tanto los enaltece y atormenta. Rastrear los vestidos que se usaron entonces me pareció fundamental porque sabemos que la desnudez de una mujer ocurre luego de un a veces muy delicado despojamiento de sus prendas. Contemplar ese desvestirse, cuando es realizado con insinuación, despierta emociones tan intensas como las que provoca la desnudez misma.

La sed del ojo puede producir una determinada actitud de rechazo, o al menos de reserva, en algunos lectores. ¿Por qué no aparece la voz de la mujer cuando de lo que se trata es de rastrear su fugitiva belleza? La sed del ojo sólo es narrada por tres hombres. Por un fotógrafo, un médico y un policía voyeristas. Ellos representan la forma en que miraban y pensaban los hombres frente a ese acertijo oscuro que se esconde tras las faldas, las enaguas y los calzones. La mujer, por ello mismo, sólo existe en sus páginas como objeto de deseo, como fotografías que se observan en medio de la felicidad y la melancolía. Y quizás sea esta la razón que explique la estructura de la novela. Los cuarenta y cuatro capítulos breves pretenden acercar al lector a esos mosaicos eróticos que en el París del siglo XIX circulaban por entre las manos de los clientes. Y su más seguro propósito es hacer sentir, al menos en el instante de la lectura, que los hombres no somos más que siluetas que se desvanecen entre la luz y la sombra".

Pablo Montoya,
El Retiro, diciembre de 2018

Por REDACCIÓN CULTURA

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