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Maradona detrás de las imágenes

Entre más penetramos en el nuevo milenio —¡veinte años! — vamos siendo testigos del desplome del anterior viendo la desaparición paulatina de sus genios. La cultura ha cambiado aunque no sea conveniente decir que todo tiempo pasado fue mejor.

Andrés Gómez Morales
03 de diciembre de 2020 - 12:59 a. m.
El exjugador argentino falleció el 25 de noviembre por un paro cardiorrespiratorio.
El exjugador argentino falleció el 25 de noviembre por un paro cardiorrespiratorio.
Foto: AFP - ALBERTO PIZZOLI

Sin embargo, reivindicando todo romanticismo puede afirmarse que cada época se reconoce por sus grandes personalidades. También es obvia la manera como las vertiginosas expresiones culturales modernas no dan pie para hablar de un predominio del estilo sobre la forma. Asistimos a la exaltación del sentido práctico sobre el reconocimiento del talento, debido tanto a la moral del liberalismo avanzado como a la imposición de las más normas disparatadas de la corrección política, al punto que se busca a toda costa separar al autor de la obra como si las capacidades que superan el promedio, fuesen un terrible don divino en lugar del resultado de una anomalía biológica moldeada por la disciplina.

Cuando esos raros talentos, encarnados en la humanidad de un ídolo, se apagan como en el caso de Diego Armando Maradona, sentimos una grieta en el tiempo donde resuenan lamentos que encubren la vulnerabilidad de la muchedumbre, atraída por el deseo de eternidad y trascendencia. Es cierto que como muchos otros personajes de la última mitad del siglo XX, Maradona fue un ídolo a pesar de sí mismo. Más allá de sus habilidades excepcionales fue un fenómeno de masas elaborado por los encargados de administrar el consumo emocional de los fanáticos del fútbol. Para el público no fueron suficientes sus habilidades en la cancha, la zurda asesina, la gambeta desorientadora, la velocidad y la astucia. Los abatidos por la historia, los venidos a menos por causa de la desigualdad inherente a los pueblos del tercer mundo, querían un símbolo épico.

Maradona les entregó su tótem, no sólo por haber surgido de los barrios pobres y nunca renegar de sus orígenes, sino porque la vida del crack reivindica un tipo de fidelidad a la identidad e idiosincrasia barrial, entendida como un signo de aristocracia propia de los pobres. Emir Kusturica explora esa consecuencia en su inexacto documental (2008), subrayando cómo Maradona prefirió unirse al equipo Boca Juniors en lugar del River Plate, a pesar de recibir menores honorarios por el hecho de ser el “Xeneize” su equipo del alma. Esta anécdota, además, le da pie al director de los Balcanes a configurar la imagen de un militante radical de las causas socialistas latinoamericanas. De todas las facetas de Maradona, la política resulta la más impostada, en parte porque emerge en el nuevo milenio como la redención del adicto a las drogas que fue en la década de los noventa. Dichas inclinaciones, empiezan a tomar forma en el discurso del homenaje que le hace el Boca en 2001, donde enarbola la célebre frase: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.

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En ese punto, Kusturica capitaliza las múltiples caídas del astro para justificar una postura trágica consecuente a sus orígenes. Aunque esa mirada es decisiva para entender los dobles del ícono, resulta bastante parcial y tendenciosa, dado que a esta se yuxtaponen otras maneras de comprender el efecto de su impacto cultural. En ese sentido tiene mayor objetividad el documental de Asif Kapadia (2019), quien sitúa su cámara en los laterales de la canchas italianas donde se erige la efigie del diez como estandarte de un país, de una ciudad, de un equipo extranjero; trascendiendo de manera universal la leyenda local porteña. No obstante, por momentos suele imponerse la imagen final, sin perspectiva, del obeso cocainita que impone su izquierdismo radical al decadente director técnico.

Kapadia describe, Kusturica caricaturiza a la leyenda. El documental del primero traza un puente entre la persona y el personaje, el del segundo hace actuar al personaje conforme a unos postulados ideológicos. La devoción de Maradona por líderes polémicos como Fidel Castro y Hugo Chávez compensa la carga que lleva en sus hombros con el mito propio, parece decir Kapadia en contraposición a Kusturica. Así mismo, entiende la adicción a las drogas como un síntoma típico de quienes tuvieron que inventar un alter ego para soportar el peso de la fama y la responsabilidad de un enorme talento como fue el caso de Amy Winehouse, Kurt Cobain o los músicos que inauguraron los mausoleos del rock a finales de los años sesenta.

El director británico plantea que sin las contradicciones inherentes a su personalidad no se puede comprender el genio de Maradona, pues los escándalos fuera de la cancha eran consecuencia de su capacidad de hacer real lo que era imposible en ella. Por otra parte, los dobles escindidos de la médula esencial del futbolista, contribuyeron a la destrucción de la persona en aras de entregar un ídolo a las masas. Parte de la esencia del genio fue constituida por la proliferación de diferencias en sus modos de ser, que si bien no lo hicieron mejor, marcaron una distancia con sus predecesores contemporáneos y sucesores: Di Stéfano, Pelé, Platini, Cruyff, Klinsmann, Baggio, Messi, entre tantos otros. En ese sentido, puede decirse con Kapadia que el hacer de la vida extradeportiva un espectáculo fue también un aporte del jugador a la historia del fútbol.

Por otra parte, la muerte prematura de Maradona, deja más una serie de imágenes vintage en los estadios que el testimonio de una vida al límite ensalzada por los vendedores de ídolos de barro. En la memoria, gracias a Internet, se revive el esplendor de los días donde tomó forma la leyenda: los momentos privilegiados con el Napoli y la selección argentina en el mundial de 1986, el gol del siglo precedido por la cuestionable maniobra de “la mano de Dios”, frente a la Inglaterra thatcherista. Lugar donde encarnó, a los ojos de Kusturica, a un sex pistol vengador de las Malvinas o a un agente de una violenta expresión de fuerzas contradictorias según Kapadia. En cualquier caso, la imagen final de Maradona como presentador televisivo, vampiro de su propio pasado, protagonista de realities, no borra las estelas refulgentes dejadas por su figura en la cancha y seguirá generando admiración y desconcierto, a pesar de sus detractores, como un fenómeno inagotable para cualquier documentalista.

Por Andrés Gómez Morales

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