La ciudad portuaria está compuesta por un prostíbulo, un mercado, una colonia suiza en la vecindad, una plaza, parques, restaurantes, oficinas, cárceles y comisarías: una explayada urbana que fue esencial para sus paisajes grises y desdichados.
La ciudad es recreada para sí mismo por el personaje principal de La vida breve, Brausen: él crea un plano que después va tomando vida en otras novelas como Juntacadáveres y El astillero.
Es una ciudad voluble, cuya geografía cambia de escena en escena (y de libro en libro) y que aparece más como un sueño, como una realidad interna —creada por Brausen y también por el resto de personajes—, que como una realidad física.
Su población está compuesto por inmigrante europeos y nativos, que tienen en general un carácter “hospitalario, tímido y engreído”, escribió el crítico Fernando Curiel en un análisis sobre la ciudad. Hay, de ordinario, un “aroma de jazmines” en verano y existen pocos monumentos públicos.
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