El Magazín Cultural

Mónica Méndez Cuervo: Las tretas del destino

El próximo 28 de abril, desde las seis de la tarde, Méndez Cuervo presentará su libro de cuentos, Las tretas del destino. Presentamos una reseña de la obra, y uno de los cuentos, titulado Matarte por liberarme.

REDACCIÓN CULTURA
20 de abril de 2018 - 12:28 a. m.
La escritora Mónica Méndez Cuervo y su libro de cuentos, Las tretas del destino, que se lanzará el próximo 28 de abril en la feria del Libro de Bogotá, en el stand de la Asociación de Libreros Independientes.  / Cortesía
La escritora Mónica Méndez Cuervo y su libro de cuentos, Las tretas del destino, que se lanzará el próximo 28 de abril en la feria del Libro de Bogotá, en el stand de la Asociación de Libreros Independientes. / Cortesía

“Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz

sino haciendo consciente la oscuridad...

lo que no se hace consciente

se manifiesta en nuestras vidas como destino”.

Carl G. Jung

 

Las tretas del destino, diecisiete cuentos que llevan al lector a viajar por las profundidades de la fragilidad humana, para revelarle los reveses que da la vida o el precio que se paga cuando las heridas no sanan. Sensibilidad, humanidad y complejidad convergen en esta creación literaria en las que nos conectamos con historias tan cotidianas como profundas y tan familiares como enigmáticas.

Mónica Méndez Cuervo. El arquetipo que mejor la define es el arquetipo del buscador que la motivó a estudiar psicología en la Universidad Nacional de Colombia. Tiempo después encontró en sus estudios en Psicología Gestalt un estilo de vida. Esa búsqueda, sumado a su curiosidad, la llevó interesarse por el tarot, donde confluyen lo ancestral, lo arquetípico, lo psicológico, lo transpersonal y lo místico. 

Antes de iniciar la vida universitaria, tomó talleres con Juan Manuel Roca en la Casa de Poesía Silva, lo que la animó a seguir insistiendo con ese género literario hasta que en el 2010 resultó ser una de las ganadoras en la modalidad de cuento para participar en los Talleres Literarios “Ciudad de Bogotá”,  de la Red Nacional de Talleres de Escrituras Creativas (RENATA) del Ministerio de Cultura, financiados por la Fundación Gilberto Álzate Avendaño. En el 2012, tomó el taller de Escrituras Creativas impartido en la Universidad Nacional de Colombia y en el 2017 participó en el Laboratorio de Creación Literaria organizado por la Fundación Fahrenheit 451. Fruto de este tiempo de dedicación a las letras, nos complace con la compilación de los cuentos de su autoría.

Es así como en diciembre del año pasado publicó, de manera independiente, su libro de cuentos: Las Tretas del Destino: cuando las heridas no sanan. Y este año fue  elegida dentro de los 30 escritores seleccionados a través de la convocatoria realizada por la Feria Internacional del Libro de Bogotá, FILbo 2018, para apoyar a autores nacionales independientes, proceso de selección que estuvo a cargo de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (ACLI), lo que le permitirá compartir su obra el día sábado 28 de abril de 6:00 a 8:00 p.m. 

***

Matarte para liberarme (Cuento)

Mónica Méndez Cuervo

Natalia se estremece ante el estridente ruido del disparo. Nunca imaginó que fuera capaz de llegar a aquella situación tan extrema. Su corazón retumba contra su pecho con desenfreno, un torrente de incredulidad y espanto recorre su cuerpo, transpira el frío del metal que la conecta con lo inerte; la sordera en que queda presa la deja enajenada, ensimismada en sus propios recuerdos. Retira los ojos antes de ver la sangre, pero es imposible como inevitable ignorar el cuerpo del hombre desplomándose. Era corta la distancia y tal la precisión del impacto, que tiene la certeza que está muerto. Ya no hay reversa.

No es angustia lo que siente. En su mente quedó descartada la posibilidad de futuro, el único tiempo es el ahora. Antes, su presente estaba supeditado a las propuestas de Emilio, a su tiempo, a su espacio; su deseo estaba mediado por el de él. 

Ni angustia, ni arrepentimiento. No habrá lugar para las explicaciones. Además de la sordera, su boca no pronunciará palabra y será la tumba en la que yace uno más de los secretos familiares.

Hace años atrás Natalia renunció a sí misma. Tuvo que ocultar su rostro, su nombre, negar sus sentimientos; ser una sombra en la vida de Emilio y hasta en la suya propia al vivir en el anonimato, atrapada en una soledad que se convirtió en su guarida. Tejió cada capítulo de su vida con débiles puntadas de mentiras que en principio la protegían del mundo exterior, de su entorno más cercano y terminaron por atentar contra ella.

Tanta rebeldía de su juventud, su aparente rudeza encubría la falta de amor; los tentáculos de la sobreprotección de sus padres no alcanzaron, e incluso, se convirtieron en un desafío y si bien dudó mucho en arriesgarse ante la ilusión de sentirse amada, se lanzó a los reveses de entregarse a Emilio sin haber cumplido la mayoría de edad, recién finalizó la secundaria. 

Todo inició con el sutil juego de la seducción; sus oídos fueron ensalzados con frases tiernas, el despliegue  de la caballerosidad de Emilio le demostraba un trato preferencial, su mirada le otorgaba un lugar en el que era reconocida y admirada. Con su sola presencia su inocencia virginal despertaba al deseo. 

Lo prohibido la aterraba, sus principios y creencias pendían de un hilo, no eran tan firmes como para resistir la tentación. En su corta juventud hasta ahora se sentía viva. Cada encuentro casual era una lucha consigo misma, entre el éxtasis y el reproche, entre lo que pensaba y sentía, entre lo que debía y quería. 

La clandestinidad la excitaba. En su empeño por hacer lo correcto invocó a la cordura para rehusarse a la invitación al romance. Se sorprendió de su contundencia, al ver transfigurado el rostro de él ante su negativa, su mirada evasiva, su silencio y un ceño que lo revelaba compungido ante sus ojos, provocó en ella una enorme culpa por defraudarlo y causarle dolor. Se sentía vulnerada en su determinación por la victimización que él asumía. Emilio, decepcionado, reconocía que su felicidad estaba empeñada por las apariencias y permanecía atado a las decisiones de un pasado que le negaban un presente distinto a su lado. En su desespero, ante el riesgo de perderla, su opción fue apelar a las promesas sin importar su intención por cumplirlas. 

Natalia no pudo soportar la idea de lastimar a Emilio y cayó en el juego manipulador de su actuación y de su discurso. Desistió de la despedida. Y lo que iba a ser el principio del fin, fue la excusa para no dejar ir lo que no ha sido ni será, y a lo que tampoco se renuncia.  Resarcir el dolor fue un imperativo, entonces, dejó desbordar la pasión contenida y sin importar qué tan lejos llegaran, en la complicidad de la noche dieron paso a la intimidad.  

La vergüenza de su desnudez quedó oculta en la penumbra de la habitación del motel. Sus labios torpes encontraron la jugosidad de una boca que le enseñó a besar, su cuerpo se entregó obediente a las caricias para luego imitar su trazo; la humedad de su sexo le descubrió el placer de ser mujer, tomó conciencia de su geografía en el límite, al contacto con él, y su piel despertó a la sensualidad bajo el roce de sus manos. 

En su ingenuidad de un mundo poco recorrido, la vida de Natalia se dividió en dos. Una historia pública común, donde la cotidianidad entre el hogar y los estudios, discurría sin mayor trasegar y una historia oculta que sumió sus días en años de espera, juramentos en olvidos, encuentros fortuitos que terminaron en desencuentros. 

Lo que empezó por ser la constatación de su propia afirmación como mujer se volvió una adicción, en la idea obsesiva por un amor que nunca existió y que la expuso a su propia aniquilación. Intentó en vano aferrarse a algo que la alejara de él, sin embargo, nunca pudo. A medida que pasaban los años, Natalia se preguntaba hasta dónde había asumido el papel de puta o de amante. No era cuestión de estatus sino de hastío frente al vacío. Se dio cuenta de que Emilio ni siquiera era bueno para el sexo, en su afán de fingir complacencia, la alejaba del clímax.

Busca el rostro de Emilio en su recuerdo y se sorprende al ver su objeto de amor con unos ojos distintos. Su encanto varonil aparece ahora desdibujado, más que madurez advierte en su piel la vejez de los años malvividos, su cuerpo grueso y arqueado por el tiempo, le descubren ahora a un hombre con la necesidad de ser visto con unos ojos que le perdonen su imperfección y que reavivan en él su hombría. El ego de Emilio se experimentó fuerte en la entrega desinteresada e incondicional de Natalia. Sin embargo, su cuerpo no le fue suficiente. Y en sus ansias de desprenderse de su propia decrepitud, fantaseaba con la idea de poseer a otras jovencitas; presentía que el olor fresco de la piel lo alejaba de su tumba. 

Natalia hubiera preferido que Emilio muriera en brazos de otra mujer en medio de la lujuria, pero no puede negar el placer que siente al poder saldar ella misma viejas deudas. No deja de asombrarse de la premeditación con que Emilio, en su astucia por mantenerse a salvo, siempre hizo alarde del silencio y del secreto como un pacto de amor. Hasta que el engaño fue evidente a su intuición y sus descubrimientos contundentes con sus sospechas, reconoció el límite de su lealtad, donde el perdón no tenía cabida.

Ante sus dudas, al principio se reprochó su malicia, luego se negó al absurdo hasta obligarse a no pensar.  Pero vio en su prima Helena, que apenas contaba con quince años, el espejo que le devolvía el reflejo de su juventud y no pudo más que aterrarse al ver en su mirada una sombra que para ella no era ajena, que dejaba sentir su confusión por el caos que vivía y su temor a ser descubierta. Sus indicios la enfrentaron con crudeza a la miseria humana y a la suya, al ver la frágil y delgada línea que separaba la ingenuidad de la maldad.  

Al confirmar la verdad, que pudo descifrar entre el llanto y los monosílabos de Helena, su cordura bordeó con la locura. Natalia se resistía a creer que la historia se había repetido. ¡Maquiavélico!, ¡diabólico!, ¡imposible! No dejaba de repetir estas palabras en voz baja. La realidad la lanzó al vacío. Incrédula, abrazaba sus piernas contra su pecho mientras balanceaba su cuerpo en un movimiento reiterativo y oscilante hacia adelante y hacia atrás, casi autista; sus dientes castañeaban con rapidez y de manera involuntaria, su cuerpo sentía un frío intenso y a la vez, sudaba. 

Sus pensamientos quedaron anclados, cuando tiempo atrás y con insistencia, Helena le preguntaba por Emilio. Y entonces, lejos de advertir las intenciones de él, sin siquiera imaginar los alcances de su perversidad, lo negó todo para no faltar a su promesa y también para ocultar su error. 

Cobró fuerza la urgencia porque se hiciera justicia, pero su voz fue acallada una vez más. El silencio se convirtió en el sello que impidió develar el secreto y el disparo, que tan solo oyó en sueños, en el estallido liberador que sublimaba sus deseos.

Por REDACCIÓN CULTURA

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