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Periodismo, en conflicto

¿Cómo debe aportar el periodismo a la memoria de la guerra y las víctimas?

Juan David Torres Duarte
17 de agosto de 2013 - 09:00 p. m.
magen de la masacre de Segovia, Antioquia, perpetrada por paramilitares  en 1988.  / Archivo -  El Espectador
magen de la masacre de Segovia, Antioquia, perpetrada por paramilitares en 1988. / Archivo - El Espectador

Días después de que el informe del Grupo de Memoria Histórica —que relata las consecuencias de la guerra en el país— fuera entregado al Gobierno, el columnista León Valencia hablaba con el director de la revista Semana, Alejandro Santos. En los medios circulaba, infografía tras infografía, la cifra de muertos luego de más de 50 años de guerra en el país: 220.000 personas. Era, en breve, un mapa de la muerte, que persiste, se esconde pero perdura. Entonces, en medio de la conversación, Santos dijo, exaltado: “León, ¿cómo no vimos eso? ¿Cómo no quisimos verlo?”.

“La consecuencia no es sólo no ver —sigue Valencia, columnista de Semana y cofundador del medio independiente Las 2 Orillas—, sino que eso produce la prolongación del conflicto”. La carencia de puntos de vista, las verdades a medias, la desaparición del trabajo en terreno y el apego a los cables de información y boletines de prensa: ésa es la ceguera de la prensa frente al conflicto en Colombia. En tiempos de negociaciones de paz, ¿qué papel debería cumplir la prensa? ¿Cómo debiera relatar una transformación semejante? ¿Está narrándola de un modo adecuado?

A esa pregunta responde Valencia —uno de los participantes del VI Encuentro Nacional de Escritores en Calarcá, que finalizó ayer— de un modo más bien pesimista: “La guerra no ha sido bien cubierta por el periodismo. La guerra busca manipularlo. Siempre quienes detentan el poder van a mentir”. En ese caso, ¿qué podría hacer un periodista si todos mienten? Olga Behar, periodista y autora de los libros de no ficción Las guerras de la paz y El clan de los Doce Apóstoles, dice que el periodista debe buscar herramientas adicionales para trabajar en campo. 

“Es necesario —dice Behar— hacer cruce de datos, encontrar y verificar a través de las técnicas de la academia y tener ese rigor”. Ésas son las tareas esenciales del periodismo en tiempos de conflicto y negociaciones: no hacerse del lado de ninguno, escuchar las versiones variadas de la historia —que más adelante servirán de referencia— y someter dicha realidad a una examen detallado. 

Sin embargo, ésa ha sido la pretensión de siempre: hacer crítica, comunicar y encontrar la verdad. La pregunta es, pues, ¿por qué no es posible narrar así el conflicto y sus derivaciones, pese a que el periodismo sabe que debe hacerlo de ese modo? Los impedimentos, más allá de la falta de voluntad, provienen de factores internos y externos: falta de dinero y de una apuesta real del medio por contar una realidad particular, concentración de medios en manos de pocos, una insistencia en los mismos géneros (la mayoría de informaciones que llegan de La Habana tienen forma de noticia o análisis, rara vez de crónica) y el apego a una agenda informativa predominante.

Si se quiere hacer un retrato social de la guerra, una verdadera narración, también es necesario que el lenguaje sea adecuado, que cada palabra tenga el impacto que debe tener. En este sentido hay una obligación jurídica y otra estética. La primera significa denominar cada hecho por su nombre: ¿cómo se dice, secuestrados o presos políticos? “Ésa es una de las dificultades —dice Valencia—. Hay que inventarse maneras para diferenciarse de las partes. Hay discursos eficaces, pero las diferencias en el lenguaje son claras en el derecho internacional humanitario”. Behar, por ejemplo, organiza todo sus libros de acuerdo a la terminología del DIH y contrata un grupo de abogados que los revisan, palabra a palabra, para ajustarlo a dichas normas.

La segunda obligación, la obligación estética, es del mismo nivel que la jurídica. No se puede retratar un entorno en palabras sin que exista cierta preocupación por el lenguaje, porque es a través de él que se forman las percepciones. Decir ‘bueno’ en vez de ‘bondadoso’, ‘malo’ en vez de ‘ruin’, ‘sangre’ en vez de ‘aurora roja’ es una decisión del propio autor. “Hace mucho nuestra objetividad no nos preocupa —dice la periodista Patricia Nieto, autora de Los escogidos y Crónicas de la guerra en Colombia—, tenemos que estar en cuerpo presente, con nuestras emociones presentes. El periodista debe contrastar versiones y la literatura es una herramienta para ello”. Las descripciones, los diálogos y las escenas forman parte de ese corpus literario: el periodismo los toma para representar, casi de un modo artístico, una realidad palpable. No significa mentir, significa respetar el tema y hacerle honor con el lenguaje.

Los resultados no se darán, pues, en cuestión de segundos. La noticia, en el caso de las negociaciones de paz, es un género recurrente porque se ajusta a la rápida entrega de información. De modo que, para contar bien la guerra, el conflicto, las negociaciones, los géneros más beneficiosos serían la crónica y el reportaje. “La guerra tiene cara de confusión. Los periodistas también nos confundimos más al llegar a esta situación (...) —dice el periodista Juan José Hoyos, autor de El oro y la sangre y Sentir que es un soplo la vida—. Hay que ser pacientes, esperar que lleguen las historias”.

Crítica, rigor, contraste y buena escritura. Los elementos parecen básicos; sin embargo, en ellos se cruzan dilemas impredecibles. El fin último es el lector, que éste conozca, a través de las palabras de los periodistas, una verdad en el mayor número posible de ángulos. Porque la realidad no es plana; ella tiene una y mil caras y los periodistas, sobre todo, se convierten en los ojos, los oídos y las manos del lector. “El periodismo —dice Hoyos— tiene el poder de cambiar la percepción que tenemos de nuestro país”.

Por Juan David Torres Duarte

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