Prorrogar todo los trabajos, las lecturas, las videollamadas por el deseo de estar en cama y no querer pensar que afuera la raza humana poco a poco colapsa. La misma raza que descubrió el fuego, inventó ruedas y casas, sintió empatía y a la vez deseos de matar por rivalidad, diferencias, porque sí. La que expresó solidaridad con grandes hechos y a la vez casi nos destruye. La misma que me hace sentir culpable por no depilarme, por no madrugar, por no ver noticias, por no ser productiva.
Tú puedes salir adelante, me dicen. Tú debes hacerlo, replican. Y en estos días desordenados me pregunto: por qué, para quién. Cuándo compré la idea del progresar y el salir adelante, cuándo acepté por primera vez compararme, querer subir en la escalera de estratos económicos, sociales y culturales. Cuándo me dijeron qué era belleza y qué está bien. Cuándo fue que empecé a ocuparme por lo exterior, mientras adentro una casa en construcción apenas iba por las vigas.
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Recuerdo mi niñez en Cartago, Valle, el ser feliz en la precariedad y con mi gusto por un niño tan blanco como la leche, al que se le veían fácilmente las venas y también con verrugas en los dedos. Un gusto que no encontraba asco, pues no conocía esa palabra. Fue después, cuando con chistes de mis hermanos mayores hacía él, conocí su significado. La familia es entonces la primera puerta hacia lo que es ser bonito y feo. Luego llega el colegio con su represión. Debes pintar los arboles cafés y verdes, no morados y amarillos. Estefanía, así no son las cosas. Mi primera A de aceptable, mi primer sentimiento de no ser suficiente. El miedo que llegaría después por las caras enojadas de mis papás y la amenaza de una correa.
Después, la pubertad y no entender por qué los niños me piden que estire mi camisa hacía abajo, ver a mis amigas maquillarse a escondidas y hacer lo mismo. La secundaria y querer encajar en algún grupo, temerle a las bravas del salón, no querer ser como ellas, pero tampoco como las “nerds”. A los 16, el primer “amor”, querernos sin pretensiones y después con todas ellas. El primer corazón roto, el compararme con quien él se fue, perder mi confianza, fe, amor, ego.
Intentar tres veces pasar a la universidad y otra vez vuelve el tú puedes, el tú debes. El no ser admitida subrayado de rojo y pensar: ”me voy a quedar sin estudio, voy a fracasar”. Pasar a la cuarta vez, sentirme feliz, una chimba, admitida, en verde, pertenecer. Para luego, ver reflejadas mis crisis constantes en esta crisis mundial. Entender que en todo este camino, en este sistema, yo he sido mi propia ama y esclava, que nací siéndolo, pensar que todos nacimos siéndolo. Ver a las personas actuar ante el deber y poder ser productivos en tiempos de pandemia. Sentirme fracasar en medio de preguntas, desorden e improductividad. Entender que no hay respuesta, no hay esperas porque me deja el bus.
Lo invitamos a que escuche el capítulo 13 de la audionovela Yo Confieso