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Los mares de Merino

Son doce cuentos. En realidad, son doce viajes. Lo digo literalmente. Doce historias de personajes acorralados por un antes, un interrogante, una decepción; ¿un destino? No.

Jaír Villano*/ @VillanoJair
28 de septiembre de 2020 - 11:21 p. m.
"Los mares de la luna" es un libro de cuentos de Juan Fernando Merino, autor vallecaucano, inspirado en los cráteres de la luna.
"Los mares de la luna" es un libro de cuentos de Juan Fernando Merino, autor vallecaucano, inspirado en los cráteres de la luna.
Foto: Archivo Particular

Porque el lector que ignora la ubicación de Malawi, o de Tepoztlán, o de Vladivostok, o del puerto fluvial de Novo Silveira podría pensar que se trata de una guía turística, pero no es eso: son viajes porque los personajes habitan esos espacios, o llegan de paso, o sencillamente: quieren huir y no saben cómo, o no son capaces. Son viajes porque uno como lector se traslada de un lugar a otro: sin exotismos, sin etnografía, sin estorbosas explicaciones. Sin tour. Sin cacofonías disfrazadas de modismos.

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De modo que uno pasea por esos lugares por efecto del relato, del narrador, de la historia. O para decirlo de una vez por todas: por la facultad narrativa de un cosmopolita, traductor, conocedor de muchos idiomas: Juan Fernando Merino (Cali, 1954).

Pero antes una digresión: en el Valle del Cauca hay cuatro o cinco plumas que por falta de marketing, promoción cultural, y la sombra escuálida y mechuda del muchacho suicida, se pierden. Una vez alguien me preguntó que si era que allá no había escritores, que la culpa no era del muerto, sino de ausencia de exponentes. Salsa, borojó, caña de azúcar y pare de contar. Pareciera, pero no: hay una producción literaria poco tratada, que merecería otra atención; y hay una nueva, que sin ser fulgurante se va haciendo su lugar.

Merino es un caso aparte: un escritor sin región, patria, sentimentalismos. Un viajero que se ha ganado la vida traduciendo autores en los cinco idiomas que domina. (Compartimos la pasión por John Cheever).

En Los mares de la luna hay algunos elementos en común: el abandono de sus personajes, seres autoexiliados, huidizos, dubitativos; individuos perseguidos por decepciones. De fondo: un trazo mohíno, la soledad compartida. (Uno puede estar acompañado, pero saberse solitario). Con un ingrediente que contrasta -y resignifica lo que busca contar-: el tono de sus narradores, siempre con una sonrisa, así la resignación aceche.

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Alguien que ha viajado y vivido en tantas partes del mundo podría aprovechar para descollar merced a ignotos recorridos, extensas descripciones, y hacer de ellos lugar de afirmaciones -piénsese en el Vargas Llosa turístico, el más aburrido-, lo de Juan Fernando son vivencias que consuelan las perplejidades de sujetos que van y vienen y vienen y van. O están ahí, sin saber por qué no en otra parte.

El primer cuento, Mar de olas, es un ejemplo: músicos de diversas partes del mundo que los une la casualidad y los aleja la causalidad. Con un final agradable, el narrador: un ciego, no tan ciego. O vaya uno a saber. Merino siempre deja preguntas. Su apuesta es sacudir la narración: un narrador omnisciente que no lo sabe todo, una primera persona que yerra y no se percata.

Puesto que no hay orden en esta glosa, Bahía del medio es una pieza que muestra el desvarío de un grupo de pordioseros de la plazoleta de Newkirk, en Brooklyn. La soledad de personas que derivan y sueñan a pesar de sus adversidades. La fatalidad los ampara. La escena, que podría ser sombría, es contada con piedad. O mejor: como si el narrador fuera uno de ellos.

Lago de la esperanza es otra de esos cuentos llamativos: un hombre es abandonado por su novia, la descarada lo deja con su sobrina (la de ella, claro), y encima un tío que fracasó como torero, pero insiste en esa actividad, llega de improviso a su casa, y adopta a dos mujeres que conoce en el bar donde trabaja. Una familia es el resultado.

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Mar de los ingenios es otro encuentro que enseña la tristeza que acompaña a los peregrinos. En esos escenarios -hostales, casas, pensiones- el tiempo parece suspenderse: la aspiración por suplir el yo, por evadir el ser, por evitarse, son dables. Y, sin embargo, hay experiencias impregnadas en los caminantes, tatuajes del alma, páginas insuperables, fantasmas imposibles de desembarazar, y por eso a algunos de ellos, les puede más su pasado que su presente, así él esté habitado por otras costumbres, otros olores, otros aires, otras gentes, Mar del Néctar, Bahía ardiente y Mar de las nubes, lo certifican.

El libro también tiene otra respiración: relatos de cómica venganza -justicia avícola, diría alguien-, como Pantano de las nieblas, un sexador de pollos extraviado en algún lugar de Rusia, tal parece que el próximo asado será por cuenta de él; Mar de las islas, el infortunio de un sujeto en Manhattan y su truncada relación con sus vecinos; Océano de las tormentas, el impredecible encuentro entre una novel y una laureada escritora, las obscenidades de esa gente iluminada en talento y mancillada en las más mínimas cordialidades. En muchos casos el genio y el sujeto se contraponen: hay malos escritores que son excelentes personas, y hay desagradables personas que son excelentes escritores.

Hay que celebrar la reaparición de un narrador como Juan Fernando Merino. A ver me corrijo: no es que nunca haya estado -su primer libro de cuentos se publicó hace 25 años-, lo que pasa es que el hombre se la pasaba de travesía. (Quién lo manda a perderse).

Uno no lee Los mares de la luna. Uno agarra su mochila y no sabe si vuelve.

*Crítico de literatura.

Por Jaír Villano*/ @VillanoJair

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