El Magazín Cultural

Sandra Uribe: "Así como la sombra no es posible sin la luz, el lenguaje no existe sin el silencio"

Presentamos la cuarta entrega de "Poetas jugando naipes", una serie de entrevistas realizada por Clara Schoenborn.

Clara Schoenborn
17 de septiembre de 2019 - 12:19 p. m.
"La incompletitud del lenguaje nos puede dar las claves del sentido que buscamos y dejarnos ser partícipes de sus revelaciones", dice la poeta Sandra Uribe, que actualmente es docente en la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca. / Cortesía
"La incompletitud del lenguaje nos puede dar las claves del sentido que buscamos y dejarnos ser partícipes de sus revelaciones", dice la poeta Sandra Uribe, que actualmente es docente en la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca. / Cortesía

 

“La historia del silencio son las palabras

la escucha de ese silencio es la poesía”

      Hugo Mujica

 

Cuando hombres y mujeres primitivos empezaron a inventar palabras, lo hicieron no solo para comunicarse entre sí, sino también para apropiarse del mundo nombrándolo.

Esta apropiación se da porque cuando se le asigna nombre a algo, este empieza a tener identidad en el conjunto de la realidad, un significado que depende de lo que el bautizante interprete. Por eso hay palabras que son más importantes que otras, algunas que desaparecen con el paso del tiempo y otras nuevas que van naciendo. El lenguaje se va amoldando a la historia humana.

A partir de la aparición del lenguaje, han sido tantas las palabras, tanto lo descrito por ellas, que es fácil asumir que todo lo nombrado es la fiel reproducción de la realidad que nos rodea.

Pero eso no es así.

Si nos fijáramos con detalle, comprenderíamos que es más lo que está huérfano de palabras. Lo que sucede es que el lenguaje nos describe el mundo desde recién nacidos y luego nos cuesta demasiado, por no decir que imposible, mirar más allá de lo aprendido y observar la realidad con otra perspectiva que no sea la adquirida a través de las palabras.

Nietzsche, el gran filósofo alemán, va aún más allá en estas consideraciones y pone en duda, con justa razón, que las palabras sean “la expresión adecuada de todas las realidades”. Afirma que el lenguaje es más un juicio que los seres humanos hacen de la realidad, una categorización para “humanizarla” y apropiarse de ella. Las palabras, según este filósofo, serán siempre “una visión parcial de la realidad”, algo que correspondió a un determinado momento histórico y que se validó de acuerdo con necesidades o experiencias propias de la raza humana.

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Ahora bien, ¿qué papel juega en todo esto la poesía? Digamos que ella se nutre de estos vacíos que deja el lenguaje, de todo aquello que ha quedado en el silencio para insinuarnos aquellas realidades que están ahí, pero a las cuáles no tenemos acceso. Por eso se dice que la poesía es más que todo silencio.

Sandra Uribe jugó naipes y habló sobre el silencio, una de sus más grandes obsesiones literarias. 

Sandra, es una poeta y ensayista nacida en Bogotá, dueña de distinciones tan importantes como el segundo lugar en el IV Concurso Nacional de Poesía "Ciudad de Chiquinquirá" (Chiquinquirá, 1996), el tercer lugar en el Premio Nacional de Poesía “Un mar de poesía para Meira” (Cereté - Córdoba, 2009), ganadora del Concurso Nacional de Poesía “La poesía como una casa” organizado por la Casa de Poesía Silva (Bogotá, 2011), ganadora del III Concurso Nacional de Libro de Poesía de la Universidad Industrial de Santander (Bucaramanga, 2012), seleccionada para publicación en el catálogo y la exposición del Primer Premio Internacional de Poesía Visual “Juan Carlos Eguillor” (Bilbao - España, 2012) y nominada al Premio Nacional de Periodismo CPB 2013, en la categoría de Investigación (Premio D’Artagnan) (Bogotá, 2013). Además, es autora de siete libros de poesía: Uno & Dios (Bogotá, 1996), Catálogo de fantasmas en orden crono-ilógico (Chiquinquirá, 1997), Sola sin tilde (Quito, 2003), Sola sin tilde - Orthography of solitude (Bogotá, 2008), Círculo de silencio (Bucaramanga, 2012), Raíces de lo invisible (Popayán, 2018) y La casa (Bogotá, 2018). Actualmente es docente en la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca.

¿Cómo explicaría el proceso mediante el cual un poeta, alguien muy diestro en el manejo del lenguaje, lo utiliza para algo tan contrario a su propia naturaleza como es penetrar en el silencio? ¿En qué radica el misterio?

Para responder cómo un poeta puede penetrar en el silencio desde la orilla contraria, es decir, desde el lenguaje, debo decir que nos movemos en un mundo de contradicciones y que, así como la sombra no es posible sin la luz, el lenguaje no existe sin el silencio. Esto puede explicarse si se retoma lo dicho por Octavio Paz, cuando señala que el silencio (“palabra callada”) es “el lenguaje primordial”.

Y es que, aunque se sepa que la poesía está hecha de palabras, no se debe olvidar que esta nace de la contemplación, y en ese territorio hay cosas que son impronunciables, que no se pueden decir o nombrar y que se escapan al lenguaje porque este no alcanza para cubrir todos los aspectos de la realidad.

Ya George Steiner había mencionado que, para llegar a la comprensión de dicha realidad, la contemplación implica “dejar detrás de sí al lenguaje” e incluso derribar sus murallas, dado que “lo inefable se encuentra más allá de las fronteras de la palabra”. Creo que en esto radica el misterio: contemplar, mantener viva la capacidad de asombro y dedicarse a pescar lo esencial en las aguas del silencio, porque es sólo allí donde la incompletitud del lenguaje nos puede dar las claves del sentido que buscamos y dejarnos ser partícipes de sus revelaciones.

¿Habrá alguna característica que defina la diferencia entre un poema que contiene ese silencio propio de su arte y otro que no lo logra?

Es posible hacer dos distinciones sobre la forma en que el silencio hace su aparición en un poema (e incluso fuera). La primera corresponde a la tematización del silencio; me refiero a una poesía que habla acerca del silencio, bien sea el silencio del lenguaje, incapaz de ‘decir’ el mundo; el silencio del mundo; el silencio de Dios, propiciado por la tecnología o la razón; o un silencio que podría estar anclado en la naturaleza o en la misma actitud del yo poético, entre otros.

Desglosando un poco la tematización, los diversos modos podrían resumirse en cuatro. El primero es cuando este –convertido en palabra– entra a hacer parte explícita del vocabulario o es el tema central del poema; el segundo, cuando se alude a este sin mencionarlo, a través de una operación similar a lo que el chileno Vicente Huidobro llamaría “el arte del sugerimiento”; y el tercero, cuando yendo más allá de la mención o la alusión, al finalizar el poema, el silencio se revela al lector como una explosión repentina (puede experimentarse como un golpe interno, un choque o una iluminación) y permanece en el aire, dejando ver el efecto del asombro causado, abriendo un espacio para el diálogo consigo mismo y haciendo patente que la Poesía (con mayúscula) está o estuvo allí. En términos de Huidobro, cuando el alma del lector-oyente “queda temblando”. Un cuarto modo puede estar marcado por la brevedad del texto y la economía del lenguaje, cuando la búsqueda de la palabra precisa e insustituible permite leer entre líneas lo que no se dice y extraer –de esta vecindad con el silencio– imágenes, fulguraciones y sensaciones que no pueden ser traducidas en palabras, dado que la poesía no se hace visible solamente por medio de estas.

La segunda distinción hace referencia al silencio como retórica, es decir que, a partir de la escritura –estratégicamente hablando–, se construye el silencio.  Cuando Octavio Paz dice, en El arco y la lira, que “el poeta vuelve palabra todo lo que toca, sin excluir al silencio y a los blancos del texto”, sus palabras se podrían asimilar al lenguaje musical, en el que los silencios tienen una explícita relevancia tanto en la composición, como en la transcripción a la partitura y en la ejecución. Me refiero a esto porque, en primer lugar, pienso la página en blanco como una partitura para la poesía y, en segunda instancia, porque los vacíos cimentados en la escritura misma constituyen una suspensión del sentido y le dan resonancia al silencio, es decir que, tanto la palabra como el silencio terminan siendo variaciones del lenguaje a un mismo tema: el mundo. En otros términos, esto se presenta cuando la misma disposición de las palabras en la página lleva al lector a pensar en el silencio como espacio (se podría hablar de un silencio horizontal, vertical, diagonal, concéntrico, etc.), o bien como pausa o como un tiempo vacío que podría asimilarse al silencio de un pentagrama. En este caso, la relación silencio-ritmo o silencio-musicalidad se hace palpable.

En este sentido, y acercándome a responder la pregunta –ya sin más rodeos–, creo que el trasfondo del asunto (la diferencia) no está identificar si el silencio está o no está en el poema, sino en descifrar si a través de dicho silencio (en cualquiera de sus modos o en una mezcla de ellos) se nos revela la verdadera poesía, la que es capaz de convertirse en estallido y dejar al lector en puntos suspensivos aunque sea por un instante. Me parece que esta sería la forma más eficaz del silencio en la poesía, pero es algo muy difícil de explicar en palabras y sólo se puede experimentar cuando se está al frente de un poema.

¿Qué poeta destacaría usted como ejemplo del escritor que trata a carta cabal el silencio en su obra?

Me gustaría resaltar a Aurelio Arturo, el gran poeta nariñense, ya que es un ejemplo paradigmático de la presencia del silencio en la poesía colombiana. Yo diría que se trata de un silencio ‘sonoro’ (“música callada”, diría San Juan de la Cruz) cuyo deslumbramiento está emparentado con la musicalidad, con el ritmo y con el canto.

Arturo sabe que se puede hablar sin palabras e incluso decir más en lo que no se dice. Él es capaz de “escribir el viento”, de darle forma a “la sombra de una palabra”, de retratar “canciones desnudas” o “palabras secretas de fragancia y penumbra”, de describir un silencio hecho de tambores, de trabajar con “palabras húmedas”, con rumores, ronroneos, ráfagas, gritos, “voces quejumbrosas” y “pausados silabeos”, y de plasmar un silencio que va más allá del silencio, como cuando se pregunta: “¿Y sólo en secreto saben hablar los bosques?”.

Con toda razón, Julio César Goyes Narváez dice que “la escritura arturiana es un espacio de contención simbólica donde acontece el silencio de la palabra original”. Creo que el silencio del que nos habla es un silencio inmanente que “canta” en la “sangre” y que “mueve” sus palabras. Por ejemplo, en “Canción de la noche callada”, el poeta oye todos los movimientos del silencio, incluso los más íntimos de sí mismo y del Universo, desde “el quebrarse de una espiga en el campo” hasta “el ruido levísimo del caer de una estrella”, encontrando la unidad primigenia y la sabiduría en el silencio: “una palabra canta en mi corazón, susurrante / hoja verde sin fin cayendo”. Desde mi punto de vista, es la contemplación del silencio la que le dicta que “la sombra es el crecer desmesurado de los árboles”, que “suben las hojas hasta ser las estrellas”, que todo nace del silencio y se confunde en una unidad con el Universo. Por esto y por mucho más hay que leer a Aurelio Arturo.

¿Nos podría enseñar uno de sus poemas para ilustrar lo expresado por usted?

Por supuesto, se trata de un poema muy breve titulado “Enfrentamiento”.

Enfrentamiento

Me visto de palabras

y el silencio me desnuda

¿Nos quisiera enseñar algunos de sus poemas?

Gracias por estas preguntas que dieron cabida a la reflexión sobre una de mis mayores obsesiones literarias. Me gustaría dejar para los lectores algunos poemas breves que giran en torno a los alcances y límites del lenguaje, y su relación con el silencio, de modo que los poemas hablen (o callen) por sí solos, sin más explicaciones.

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Destino

El destino de la palabra es el silencio. Todo vocablo termina por envejecer. Toda sílaba acaba por fatigarse. Lo que se dice comienza a perder sentido. Lo que no se dice es lo que queda. Lo que no queda, no existe.

Bullicio

Sé que hay un bullicio entre el silencio. Eso lo sé. Sé que el silencio es apenas una máscara del grito. Sé que una flor estruendosa baila en sus raíces. Sé que todo el germen del lenguaje habita en el alma de lo impronunciable.

Sentido

Al poema no le apetece el silencio. No es el mejor postor. Hay mejores propuestas para la página, pero sólo llega el silencio. La palabra silencio es, en sí misma, un poema. Un lector inteligente sabe descifrar el sentido.

Asepsia

Para limpiar

mi corazón de tu recuerdo

he vaciado mi sangre

Ahora corre jabón por mis venas

Lenguaje imposible

Es duro revelarle al alma su tosca desazón. Es arduo trabajar a solas donde únicamente te visitan las moscas, donde las palabras apenas se miran por primera vez y ya se detestan.

Kínder

Aprendí a leer

en tus ojos

que ya me desterraron

Contigo se quedaron

todas mis vocales

Derrumbe

Detrás de la puerta

dejé colgados los recuerdos

Pronto demolerán la casa

Las dos orillas

 

Tú estás en ambas orillas

           Lucía Estrada

Has entrado en el relámpago

para beber de su luz

y luego de saciarte te descubres en la otra orilla.

Sientes cómo la niebla

baja por tu garganta

y comienza a apoderarse de tus palabras.

Experimentas el esplendor

en su máximo frenesí

y te sabes poseedora de la sombra.

Entiendes que todo lo oscuro

se aposenta en tu lengua

y las voces que fluyen se emparentan con el silencio.

Vuelo roto

El vuelo

desaparece en el asfalto.

Ahora es río

que no fluye:

estatua del silencio.

Lo inevitable

No tarda en inclinarse el silencio.

Ya viene el rostro de lo inevitable:

su minuciosa mirada

el alfabeto de lo que calla.

Todo es signo del canto que enmudece:

el vacío me descifra.

Por Clara Schoenborn

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