El Magazín Cultural

Santiago Rivas: Acaba Colombia o el libro imposible

El primer libro de este periodista colombiano, presentador del programa Los puros criollos, se sustenta en la premisa de que "un país es una idea".

Alejandro Alba García
10 de enero de 2019 - 05:54 p. m.
Cortesía
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Justo en el instante de su ejecución, habiéndose disparado los fusiles de los soldados del Tercer Reich, Jaromir es testigo y protagonista único de una anomalía dimensional que considera milagrosa: nota que toda la vida se ha detenido, pero que su percepción del paso del tiempo no lo hizo. Allí, con su cuerpo también inmóvil, Jaromir pudo imaginar la forma de concluir una obra de teatro absurdo que bocetó años antes de su arresto y que no había alcanzado a perfeccionar.

La pieza, que se titularía Los enemigos, recrearía una escena de la vida del barón de Roemerstadt y terminaría revelando que todas las acciones en ella habían sido meras fantasías del barón. Este, perturbado por sus propios pensamientos ―y también detenido en el tiempo―, imaginaba una y otra vez las argucias de sus posibles adversarios. Análoga a dicha ilusión, el desfase temporal previo al fusilamiento de Jaromir no había sido otra cosa que el fruto de su prolífica imaginación.

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El anterior fragmento es la anécdota de “El milagro secreto”, de Jorge Luis Borges. El cuento se construye como una exploración magistral sobre la ficción convertida en realidad (y lo contrario), la angustia, y, especialmente, sobre la imaginación humana. Estas nociones buscan ser los puntos de partida de esta columna sobre Acaba Colombia (Planeta 2018), el primer libro de Santiago Rivas, periodista colombiano y presentador del programa Los puros criollos.

 I. Pura realidad, pura imaginación

“Un país es una idea”, escribe Rivas, haciendo eco de una premisa que estudiosos de las ciencias políticas analizaron hace algunas décadas. A comienzos de los años ochenta, el célebre politólogo y sociólogo Benedict Anderson escribió que una nación es una comunidad imaginada. La imposibilidad de conocer a la mayor parte de miembros de dicha comunidad, por pequeña que sea (puesto que nunca vamos a ver, oír o siquiera hablar con la inmensa mayoría de ellos), es solo una de las evidencias que permiten suponer que toda identidad colectiva es puramente imaginaria, fruto del pensamiento medieval y utópico. El discurso del poder aprovecha siempre este delirante imaginario como mecanismo coercitivo y crea un sólido totalitarismo de conciencias dentro de los límites de lo que llamamos “país”.

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II. Ni es lo mismo ni es igual

“Imaginó que los ya remotos soldados compartían su angustia: anheló comunicarse con ellos”, escribe Borges en el cuento citado anteriormente. Como en esa ficción, también los habitantes de un lugar ideamos remotas fantasías grupales que se actualizan falsamente para suponer que seguimos comunicándonos con nuestros antepasados, que a su vez imaginaron pasados heroicos y ficciones fundacionales. Así, las “señas de identidad” colectivas son dudosas y suelen ser el germen de los discursos que destruyen las libertades individuales y originan los regionalismos, los nacionalismos y, en términos de Rivas, los “patrioterismos”, todos ellos propios de un pensamiento premoderno y acrítico. En Acaba Colombia, el autor invita a cuestionar ese imaginario, pues liquidarlo es condición sine qua non para tener una perspectiva genuinamente histórica de las comunidades que habitamos y, así, construirlas mejor. “Habitamos”, digo, y no “somos”. Eso, como dijo Juan Luis Guerra, ni es lo mismo ni es igual

III. ¿Las Kardashian o los Char?

El enfoque mayoritario de la educación básica en Colombia es, según Rivas, educar en ‘valores’; el problema surge de que gran parte de estos “valores” se suponen per se. Como el de la familia, otra comunidad cuya identidad colectiva es imaginada. “¿Cómo —dice Rivas— puede la familia ser un valor? A los sumo, es un activo, cuando la familia son los Jackson 5, los Kardashian o los Char” (p.26). El cuestionamiento enmarca un aspecto esencial: que educar en valores absolutos es educar en mentiras, especialmente cuando la enseñanza de dichos “valores” confía y se funda en la desaparición de la individualidad, tal como lo dice Rivas. La educación que adoctrina sobre la idea de que alguien es país, región, ciudad o familia antes que individuo es otro paso fundamental en el rumbo fallido que ha llevado el país, por lo que, aunque incomode, Acaba Colombia ataca ese fundamento.

IV. La tierra del olvido

“El enfoque desinforma” afirma Rivas (p.75), al hablar de la línea editorial de algunos medios masivos de comunicación en Colombia. Como el equívoco enfoque de la educación, el de la información y los grandes medios ha sido también un lastre en la historia del país. El “cuarto poder”, como Edmund Burke denominó a la prensa, ha hecho parecer que en Colombia la verdad no existe: todas las historias en Colombia (por burdas y absurdas) podrían ser verdad (p.74) dice el autor. Y, si el enfoque desinforma, el silencio lo hace aún más. Los silencios y las censuras se cuentan en dinero y son harto conocidos en nuestro país, pues “se pagan en forma de sueldo, como cuando uno trabaja para un canal que es propiedad de un magnate de los bancos o del azúcar, por poner ejemplos al azar” (p.76). El mismo Santiago Rivas fue censurado junto con su programa Los puros criollos, luego de criticar la llamada “Ley MINTIC” en la columna digital La pulla.

Omitir para desinformar es igual de efectivo que cumplir con la vieja consigna de Goebbels: repetir una mentira hasta que se considere verdad. Así se ha construido y archivado la historia oficial colombiana, que es una historia de silencios en la tierra del olvido.

V. Diseño inmutable y The walking dead

En el cuento de Borges,, el barón de Roemerstadt enfrenta numerosos adversarios y se ve en la obligación de asesinar a alguno de ellos. Al  final, sabemos que el barón se encuentra preso en un bucle de ensoñación y que dichos enemigos solo son parte angustiante de su pensamiento, condenado a la repetición infinita. Rivas, por su parte, nos cuenta que “Colombia está plagada de círculos viciosos”. En su feroz ensayo, el escritor denuncia que este es un país diseñado para no cambiar: “Ya lo tenemos metido en la cabeza. Antes de llamar a quejarnos, organizar una protesta, denunciar un acto de corrupción e incluso salir a votar, profetizamos que nada va a cambiar” (p.132). Esta inanición paulatina se alimenta de la ausencia de ciudadanía, pues lo que hay es una ciudadanía zombie formada por furibundos enemigos natos: “cada colombiano siente, cuando sale de su casa, que todos, de la puerta para allá, desde el taxista que lo recoge hasta el presidente, son sus rivales jurados” (p.87). Así,  “Colombia es un país de enemigos” (p.88). Colombia o la tragedia del barón de Roemerstadt…

VI. Un libro para un final

El inicio de año nos anima a cerrar ciclos pasados y Acaba Colombia es un libro para un buen final. En un ejercicio de profunda coherencia con el programa Los puros criollos (aunque parezca lo contrario), Santiago Rivas propone una tarea en apariencia imposible, nada menos que acabar con Colombia, su país favorito. No conozco a Rivas más que por lo que le he escuchado decir y escribir, sin embargo, como escribió Amelie Notomb en Una forma de vida, “la lectura permite descubrir al otro conservando esa profundidad que solo se tiene cuando estás solo”. Esta nota funge entonces no solo como una reseña sino como una invitación a descubrir esa soledad escritural, la misma de aquel hombre que, detenido en el tiempo, imagina cómo acabar la tragedia que lo llevó al patíbulo y al milagro.

Por Alejandro Alba García

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