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Seis personas serán juzgadas por obras perdidas del museo Kunsthal

Los cuadros extraídos en 2012 aún no aparecen. Periodistas han señalado que habría un cómplice en del museo y que el sistema de seguridad era defectuoso.

Juan David Torres Duarte
16 de julio de 2013 - 08:02 a. m.
Aquí se encontraba la obra de Henri Matisse, ‘La lectora en blanco y amarillo’, que fue extraída del Museo Kunsthal. / AFP
Aquí se encontraba la obra de Henri Matisse, ‘La lectora en blanco y amarillo’, que fue extraída del Museo Kunsthal. / AFP
Foto: AFP - ROBIN UTRECHT

Dos o tres hombres —no se sabe bien— entraron en la madrugada del 13 de octubre de 2012 al Museo Kunsthal en Rotterdam, Holanda. No hicieron ruido, la puerta no fue forzada. En dos minutos y trece segundos, extrajeron siete cuadros preciados de la colección Triton, que el museo exponía por entonces a propósito de sus 20 años de fundación. Cinco minutos después llegó la Policía; los hombres ya habían tomado un auto y largado con rumbo desconocido.

Ocho meses después del robo, seis de los supuestos implicados serán juzgados en Rumania, de donde son provenientes. Ocho meses después, las piezas no aparecen; la Fundación Triton dice que no pueden ser vendidas dado que su catálogo es reconocido y, por otro lado, no es tan fácil vender una obra robada. Sin embargo, la Policía aseguró que este año hubo una intención de compra en Bucarest, Rumania; a último minuto, el comprador habría desaparecido. Pero de las obras —dos cuadros de Claude Monet y cinco de Pablo Picasso, Lucien Freud, Paul Gauguin, Henri Matisse y Meyes de Haan— no se sabe nada.

La tesis de la Fiscalía de Rumania es de esta suerte: los ciudadanos rumanos Radu Dogaru —que será juzgado sin estar presente o “en rebeldía” — y Adrian Pocop —capturado— conformaron una red especial para este robo. Los dos hombres habrían contado con la ayuda de Eugen Darie; Olga Dogaru, la madre de Radu, será juzgada también por haber “transportado las obras robadas”. El resto de la red estaría compuesta por Mihau Alexandru Brito —supuesto mediador para vender las obras— y Petre Condrat, quien dijo haber visto las obras de Matisse y Gauguin durante la transacción fallida. Condrat dice que nunca supo que las obras eran robadas.

Ésas son las últimas noticias. El caso, sin embargo, ha sido parte de la curiosidad de los medios en Holanda y Europa. Las obras pertenecen a un grupo de 250, entre pinturas, esculturas y grabados, que la Fundación Triton obtuvo de la familia del magnate holandés Willem Cordia y su esposa, Marijke van der Laan. Cordia falleció en 2011; por ese entonces, su fortuna —basada en el transporte marítimo de diversos productos— sumaba cerca de US$430 millones. Luego de su muerte, la colección pasó a manos de la Fundación, que desde entonces se dedica a prestar algunos de sus más preciados cuadros para exposiciones y eventos especiales para acercar la colección al público en general. La Fiscalía de Rumania anunció que está evaluando un perjuicio de US$21 millones.

El precio de las obras, a pesar de las intenciones fiscales, fue rebatido desde un principio. Diarios de Inglaterra, donde el caso tuvo mucha resonancia, opinaron que el valor de las obras oscilaba entre US$75 millones y US$370 millones. Cifras iniciales, dadas por Forbes y Bloomber News, hablaban de cerca de US$151 millones. A todas estas cifras se opuso el periodista Colin Gleadell, de The Telegraph: en una nota firmada once días después del robo, Gleadell aseguraba que, según expertos que conocían la colección del grupo Triton, las obras alcanzaban un tope de US$24 millones, cifra más cercana a la tentativa fiscal. A pesar de los grandes artistas que firman las obras extraídas, dice Gleadell, éstas no representan lo mejor de su stock y en ningún sentido han alcanzado precios más allá de los US$5 millones.

Lejos de las especulaciones económicas sobre las obras de arte —que son comunes en el mercado del arte—, la Policía fue encontrando pistas sobre el suceso. Era curioso, por ejemplo, que la puerta nunca hubiera sido forzada. El periodista holandés Niels Ritger sugirió que la puerta habría sido desbloqueada gracias a unan vara de plástico puesta en el cerrojo. Sin embargo, eso no parece suficiente. La tesis de Ritger apunta a que tuvo que haber alguien del otro lado de la puerta, alguien que tuviera acceso irrestricto al museo: un empleado. Su tesis no ha sido probada ni desmentida por la Policía.

Los señalamientos no pararon allí. Thomas Escritt escribió en Reuters que el modo tan sencillo en que los ladrones entraron al museo había levantado dudas sobre el verdadero estado del sistema de seguridad del museo. De acuerdo con su directora, Emily Ansenk, en una breve rueda de prensa luego del robo, tanto las cámaras como los cerrojos y los detectores de movimiento —arreglados en agosto de 2012— estaban funcionando a la perfección. No existió ninguna alarma de incendio, dicen algunos, pues esta fue desactivada al entrar sin obstáculo por la puerta trasera del museo.

De modo que las piezas que posee la Policía rumana son pocas: salvo seis acusados, las obras no han sido halladas y las pistas sobre la forma en que fueron robadas aún son la mayor parte de la ecuación. Ton Cremers, experto en seguridad del Rijksmuseum, en Ámsterdam, dijo por esa época al diario The Christian Science Monitor que las obras podrían jamás ser recuperadas. Puso un ejemplo claro: en 2002, dos pinturas de Van Gogh fueron extraídas de un museo; dos ladrones fueron juzgados y encarcelados, pero las obras nunca aparecieron. Fue también Cremers quien aseguró que ese tipo de trabajos, si se los quiere cuidar, deber estar en una sala especial del museo. En este caso, al parecer, era demasiado sencillo acceder a ellas.
Es común leer o escuchar esta cita de Picasso: “Un artista copia. Un gran artista roba”. En este caso, los ladrones tomaron la sentencia al pie de la letra.

Por Juan David Torres Duarte

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