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Solo de sol para Hernando Socarrás

José Luis Díaz-Granados, escritor y amigo de Hernando Socarrás, dedica unas palabras en honor al poeta colombiano.

José Luis Díaz Granados
13 de julio de 2020 - 09:28 p. m.
De izquierda a derecha: los poetas Gustavo Quesada, Hernando Socarrás y José Luis Díaz-Granados.
De izquierda a derecha: los poetas Gustavo Quesada, Hernando Socarrás y José Luis Díaz-Granados.
Foto: Archivo Particular

Vilsumbro a un elegido, pero además, a un poeta, a un vigoroso poeta, un hombre de ojos alucinados de profecía y de amor por la palabra.

Cuando nos conocimos en los ardorosos años 60, nos dimos cuenta que éramos hermanos, más que los hermanos de sangre, porque éramos como esos árboles que crecieron enlazados por ángeles y demonios comunes, cofrades poseídos por las más secretas identidades, por nuestros ancestros caribes anegados de antepasados que nos iluminaban para que prolongáramos la vida más allá de la locura con nuestras palabras fulgurantes y sediciosas, con las cuales podíamos ejercer la transgresión.

Hernando Socarrás (nacido en 1945), desde siempre, hizo de la palabra una obra de arte porque inscribió en el mármol frío y solar del papel en blanco, el calor de las más arteriales golosinas de la carne junto con los más puros silabarios del alma.

Bogotá, 2017.

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El 12 de julio de 2020 hizo su tránsito a la eternidad este poeta del Caribe y cómplice entrañable en el diario y noble aprendizaje de ser, amar, soñar y escribir. Próximo a cumplir los 75 años, “Soca” vivió a plenitud su aventura existencial siempre fiel a sí mismo y regando racimos de versos como estrellas fulgurantes por los territorios infinitos de la ficción terrenal. Irradiaba felicidad de manera permanente a través de sus ojos intensos, su sonrisa infantil, su barba de profeta bíblico, su palabra afectuosa, sus ademanes generosos y su pureza espiritual y humana. En su libro estelar El fuego de los nacimientos (Común Presencia, 2016), la voz poética de Hernando brota de su alma radiante y su semilla, al caer directamente sobre la hoja escrita, “reemplaza su mudez por una herida / que se prolonga / en tierra firme”… En este hora de dolor, por el recuerdo de ese ser desbordante de júbilos ilesos, acompañamos de corazón a Conchi, su bella y maravillosa compañera de alegrías, viandanzas y quebrantos, a sus hijos “reunidos, así”, a su familia y a todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo, quererlo y admirarlo.

Bogotá, 12 de julio de 2020.

Por José Luis Díaz Granados

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