El Magazín Cultural
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Sorayda Peguero: columnas eternas sobre la vida, el arte y los artistas

La columnista y colaboradora de El Espectador publicó su primer libro “Por aquí pasó una luciérnaga”, en el que compiló algunas de las columnas publicadas en este diario: historias alejadas de la coyuntura que la han conmovido y buscan conmover al que se tope con ellas.

Laura Camila Arévalo Domínguez
07 de marzo de 2021 - 02:00 a. m.
Sorayda Peguero nació en Santo Domingo (República Dominicana) y vive en Sabadell (España).
Sorayda Peguero nació en Santo Domingo (República Dominicana) y vive en Sabadell (España).
Foto: Montse Mármol

“Yo no entendía por qué Margaret le estaba diciendo a su papá todo eso del vestido, los rizos azucarados, el presidente y la medalla. No entendía que algunas mentiras son las más auténticas declaraciones de amor”, dice el último párrafo de una de las historias compiladas en el libro Por aquí pasó una luciérnaga, de Sorayda Peguero. La última frase, la que habla sobre las mentiras y el amor, le levantó la mirada a un lector y se la fijó en el horizonte, que es hacia donde las personas miran cuando recuerdan. Y le produjo un dolor en el pecho que lo llevó al momento en el que también tuvo que mentir para evitarle el sufrimiento a alguien que quiso mucho. Y le ayudó a entender que le dolía tanto porque lo hizo sentir como un farsante que además era mucho más frágil que el frágil al que estaba protegiendo. Y el lector volvió a abrir el libro en la página que estaba leyendo, subrayó la frase e inconscientemente agradeció la compañía de Margaret, a quien se imaginó decir que todo estaba bien a pesar de que nada lo estaba.

***

Sorayda Peguero comenzó a escribir a los ocho años. Ella y sus hermanas estudiaron en una escuela pública en la que su mamá trabajó como maestra: tuvieron acceso a ciertas zonas que los demás alumnos nunca conocieron. Uno de esos días la madre de Peguero tuvo que entrar a la oficina del director. Mientras ella firmaba algún registro, su hija se quedó mirando la estantería de los libros y con el dedo repasó los lomos y leyó sus títulos. Cuando se encontró con La Cenicienta, que estaba lleno de figuras que se movían a medida que ella pasaba las páginas, se impresionó tanto que la secretaria, que la miraba desde lejos, le preguntó si se quería llevar el cuento a su casa. “Si me prometes que lo cuidarás, dejo que te lo lleves”. Peguero no durmió esa noche leyendo y releyendo el libro que, según el reglamento de la escuela, nunca debió haber salido de allí.

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En República Dominicana, el 26 de abril se celebra el Día de la Secretaria, así que para agradecerle el gesto a su cómplice, Peguero le escribió un cuento, que más bien parecía un plagio: en esta historia la secretaria hablaba con la grapadora, los sellos y los lapiceros, tal como la Cenicienta lo hizo con los ratones y demás animales que la ayudaron a ir un baile en el que conoció a un príncipe. Las aventuras de los implementos animados y la secretaria quedaron plasmadas en unas hojas de cuaderno que Peguero arrancó y grapó, y llegaron hasta los demás compañeros de oficina donde trabajaban su madre y aquella señora solidaria que la acercó a la lectura y, por ende, a la escritura. Todos se acercaron a la mamá de Peguero para decirle que le pusiera atención a esa niña, quien seguramente seguiría escribiendo.

Sorayda Peguero vive desde hace una década en Sabadell, municipio español de la provincia de Barcelona. Desde hace ocho años colabora en la sección de Cultural de El Espectador y desde hace cinco es columnista del mismo diario. Las columnas, que más bien son historias que parecen no morirse nunca, se reunieron en este libro, que fue lanzado el 24 de febrero de 2021.

“Yo escribo por necesidad”, dice Peguero, pero también aclara que ni en su infancia ni adolescencia se proyectó como escritora. Las personas más cercanas le lanzaban esa idea en forma de posibilidad o tal vez de amorosa espina, que le clavaban esperando que ella, por incomodidad, intuición o necesidad (como ella misma afirma), se la sacara. “Tú vas a escribir un libro”, pronosticaban, y ella respondía con un incrédulo: “Bueno, si ustedes lo dicen”. Y lo hacía porque la escritura, para ella, nunca ha sido un fin. “Necesito escribir y confieso que a veces lo tomo como una maldición: lo hago en mi cabeza y no soy consciente de que estoy escribiendo”.

Sus columnas de opinión no se ven como las de otros columnistas, como las que uno se encuentra regularmente… Hay historias sin finales y sin coyunturas. Hay historias sobre James Joyce, Agatha Christie, Hemingway, Lorca... Hay detalles sobre la cotidianidad y el arte, o sobre el amor y el dolor, pero casi nada sobre actualidad. ¿Cómo es eso?

Ese es un misterio que no he podido descifrar. Confieso que mi primer año como columnista me decía que listo, que lo terminaba, pero después de eso tendría que dejar la columna: temía que se me acabaran los temas. Acepté hacerla porque alguna vez Fernando Araújo Vélez, el editor de la sección cultural, me preguntó cuál sería el tema del que escribiría una columna de opinión, y le respondí que sobre nada: no me veía como columnista. Él tuvo un papel importante porque me motivó a que lo intentara. A mí no me interesaba escribir sobre coyuntura ni política o actualidad, pero me dijo que lo hiciera y veíamos qué pasaba. Y así lo hice. Los temas van surgiendo: de alguna manera y sin que yo haya creado un método, el ejercicio constante y el saber que cada quince días tengo que escribir un texto para ese espacio ha provocado que siempre esté al acecho de cualquier historia que me pueda servir. Me siento en mi estudio a ver qué sale y no me levanto de ahí hasta que ocurra.

* * *

Para Peguero, la lectura es un vicio. Le gusta el cine y le interesan las historias de la música y los músicos. Escribe para recordar. Lee historias como la de James Joyce y Sylvia Beach, una librera que fue determinante para la publicación de Ulises, y concluye que la única forma para retener semejante relato es escribiéndolo, y aunque sabe que no puede retenerlo todo, cuando lo escribe lo incorpora, y ya no solo es la historia sobre Joyce y Beach, sino también la del efecto que esa historia tuvo en ella, sobre lo mucho que la conmovió o la cambió. Su primer contacto con la literatura, que fue con un cuento de Horacio Quiroga, le reveló que la literatura estaba viva, que a través de ella podía llegar a sensaciones que jamás sentiría por una limitación común: solo tenemos una vida. Que leyendo podía vivir otras y que eso era mágico: de qué otra forma podría saber lo que sentiría una bailarina, una madre, una monja o una prostituta. Cuando fue consciente de que se conmovía, se lanzó a intentar conmover a otros, un logro que ya alcanzó, pero del que aún no se convence.

Usted es dominicana y vive en España. ¿Cómo llegó a ser colaboradora y columnista de un periódico colombiano?

Escribí un texto para un reportaje de fotografía sobre una familia gitana que vivía en Arlés, en el sur de Francia. Ellos iban a ser desplazados del lugar en el que estaban viviendo y el fotógrafo que me pidió escribir el texto quería apelar a la emoción para que las personas se movilizaran y esta familia, muy numerosa, no fuera desalojada. Cuando salió este artículo en un portal digital español, no sé cómo ni por qué lo leyeron varias personas en México, Venezuela y Colombia. Una periodista colombiana llamada Elizabeth Jiménez me escribió y me sugirió inscribirlo en el Premio Gabriel García Márquez. También me contó que era colaboradora de El Espectador, pero la única referencia que yo tenía del periódico es que allí Gabriel García Márquez había publicado su primer cuento. Me sugirió que enviara algunos trabajos y así fue como comencé a colaborar con la sección de Cultura. Unos años después, comencé con la columna.

¿Cómo eligió los textos que se compilan en el libro? Por qué esos y no otros…

En ese proceso de selección tuvo mucho que ver Mario Jursich, quien además tuvo la idea de hacer este libro. Él hizo una primera selección. Yo digo que entró en una casa que tenía una decoración ecléctica con muebles de diferentes años o estilos y le dio un orden a eso que yo no habría podido ordenar: son textos que no fueron escritos para este libro. Después de que él hizo esta selección, yo fui mirando cuáles eran los que quería que se incluyeran ahí: he tenido que escribir columnas en aeropuertos justo antes de embarcar y en vacaciones en República Dominicana durante las que lo hago en medio de todo el barullo de la familia, así que hay días en los que no quedo tan satisfecha con el resultado.

Usted dedicó una de sus columnas a un profesor de literatura: Salvador Heredia. En esa historia cuenta que él eligió la última hora de los viernes para leer los cuentos o poemas que los alumnos escribían, y que eso para usted fue determinante. También escribió lo que García Márquez dijo sobre la vocación de músico, escritor o pintor con la que todos los niños nacen, y que puede ser más fácil descubrir con la ayuda de alguien atento a ese tipo de manifestaciones… Hablemos sobre esa necesidad de que esa sensibilidad hacia las artes se promueva. ¿Cree que solo así se despierta y que por eso a veces resulta difícil que el arte, digámoslo así, se popularice o se defienda como un bien de suma importancia para la vida, para el espíritu?

En ese fragmento que mencionas y que yo incluyo en este texto que le dedico a mi profesor de literatura, García Márquez habla de una predisposición de algunos niños para la escritura, el canto, la pintura, etc. Puede que si esos niños, dice él, no encuentran una persona que les ayude e identifique ese talento, no se den cuenta nunca. A veces nunca lo desarrollan porque esa persona nunca apareció. Esto que uno siente cuando lee y esta forma de vivir la literatura que algunas personas tenemos, no porque seamos especiales o excepciones o tengamos más capacidades, sino porque uno simplemente tiene eso, te pone a querer transmitir esas sensaciones a los demás, a gente de tu entorno que tal vez no tiene ese interés. Uno quisiera decirles “es que no sabes de lo que te estás perdiendo”, pero yo, por ejemplo, ya dejé eso. Ya no lo hago más. Para mí tiene mucho valor escribir la columna de El Espectador porque imagino que es un contenido que está al alcance de diferentes tipos de personas que tal vez podrían llegar a conmoverse, pero tengo algo claro: para conmover a los demás tienes que conmoverte primero tú.

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Háblenos de la forma en la que la literatura la conmovió y la conmueve…

Yo siento que la literatura me salvó. Sufrí de bullying en la escuela y los libros eran una isla que me salvaba. En la adolescencia todo es horrible y gris, pero lo único que para mí tenía sentido era leer y, bueno, escribir para la clase del profesor que nos puso esa tarea semanalmente. Pero no te puedo decir que eso fuese algo que nos ocurriera a todos. Lo que sí pasaba es que hasta los alumnos más dispersos o indisciplinados atendían a lo que yo leía en voz alta cuando pasaba al frente, pero no porque fuera yo, sino por lo que estaba diciendo o contando. Creo entonces que el interés está en todos. Esa capacidad de conmovernos la tenemos todos.

¿Cuál es su postura hacia el futuro con respecto a la lectura, la literatura, los escritores y las librerías?

La gente lee y necesita leer. Es parte de su vida y no están dispuestos a renunciar a eso. Creo que con respecto a la lectura, no habría que asustarnos. La gente que no tiene una librería para hacerse rica (tendrían que estar locos si abren una librería para eso) y la gente que ama la literatura resistirá hasta el final. Y creo que esto se extiende a la danza, el teatro y demás disciplinas. El arte es fundamental.

Varias veces ha dicho que nunca se proyectó como escritora y que, aún hoy, le cuesta creer que alguien lea o se conmueva con algo que usted escriba. ¿Qué siente al leer los comentarios de su obra y sus lectores? ¿Qué piensa?

Confieso que sigue siendo una sorpresa. Ahora mismo estoy sosteniendo esta conversación desde mi estudio, en el que me la paso sola durante mucho tiempo. Cuando me siento a escribir no estoy pensando quién lo leerá o si alguien lo leerá. Lo que me pasa con los lectores de El Espectador es que tengo contacto con ellos y me hablan sobre lo que sienten cuando leen lo que escribo, algo que agradezco porque me da alguna certeza de que lo que hago desde mi soledad llega a alguien que se conmueve. El mejor regalo es saber que una historia que para mí tiene un sentido especial puede llegar a conmover a otra persona. Eso es lo mejor: que no se quede solo conmigo la semilla que ya sembró algo en mí. Y siento mucha responsabilidad cuando me entero de que eso sí pasa, de que sí hay alguna repercusión en la persona que te leyó.

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¿Cuáles son los escritores colombianos que usted más lee y la han marcado de alguna manera?

La lectura de García Márquez fue fundamental para mí. Fue uno de los primeros libros que entendí: los que había en mi casa eran sobre política. Esos eran los que a mi papá le interesaban, pero él tenía también una estantería empotrada en la pared y durante muchos años no pude alcanzarla. Cuando lo hice me topé con dos libros: Cien años de soledad y Los cuentos escritos en el exilio. Recuerdo que abría Cien años de soledad y me impactaba cuando reconocía mi entorno en esa historia. En ese momento pensaba que los libros hablaban de cosas lejanas que además no entendía ni eran cercanas a mí, pero con esa novela me sorprendía que hubiera descripciones de lugares que yo conocía o de personas que yo también había visto. Las personas de esa novela se parecían a las personas de mi barrio. Ese fue el primer colombiano que a mí me marcó. Ahora leo a Piedad Bonnett, Laura Restrepo, William Ospina, Jorge Isaacs, Marvel Moreno, Margarita García Robayo, Fernando Araújo Vélez y Pilar Quintana, entre muchos otros que espero me perdonen por no mencionar. Los que te digo son los que recuerdo ahora.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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Alberto(3788)08 de marzo de 2021 - 10:01 p. m.
Maravillosa.
Mauricio(5372)07 de marzo de 2021 - 08:29 a. m.
Sí Sorayda, usted es escritora y muy buena y no necesita escribir sobre "la actualidad", sus columnas nunca serán "un periódico de ayer", son imperecederas. Usted tiene el don, el duende, el ángel de las palabras, el suyo es un modo muy dulce no solo de expresar sino de sentir la realidad, la suya que se vuelve mía cuando la leo. Gracias por escribir, seguiré el rastro de esa luciernága, Ud misma.
JACN(65090)07 de marzo de 2021 - 03:04 a. m.
Sorayda que rico encontrar recopiladas tus hermosas columnas . Nos haremos al libro de luciernagas y desde ya esperamos el próximo . Adelante!!!
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