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“Soy una colección de prejuicios”: Margarita García Robayo

¿Por qué son funcionales los preconceptos que tenemos del mundo? Una conversación con la escritora cartagenera residente desde hace una década en Buenos Aires y que presentó en la Feria del Libro el volumen de relatos “Cosas peores”. Hoy, último día del evento.

William Martínez
02 de mayo de 2016 - 01:54 a. m.

Para Margarita García Robayo, los prejuicios son importantes en la vida. Dice que son la base del pensamiento humano, una especie de banquito que ayuda a alcanzar lo que se quiere conseguir. “¿Cómo construyes ideas sin prejuicios? ¿Inventando todo?”, se pregunta en una de las oficinas que su editorial instaló en la Feria del Libro de Bogotá. A lo mejor el banquito se derrumba, las ideas preconcebidas desaparecen. O se refuerzan. “Uno tiene el prejuicio de que es mejor no conocer a los ídolos porque te decepcionan. En el 99 % de los casos he reforzado esa noción. A veces ni siquiera vale la pena comprobarlo”. (Vea acá nuestro especial de Feria del Libro de Bogotá)

Debajo de sus ojos chispeantes, de búho, hay bolsas. La razón de sus noches en vela son los resfriados de Vicente, su hijo de dos años. Una feria del libro es una hoguera para su estado natural: el silencio. Llegó al país para presentar su más reciente libro de cuentos, Cosas peores (Alfaguara), que recibió en 2014 el Premio Casa de las Américas.

Los personajes de esos relatos están de huida, no sólo de lugares sino de su propio cuerpo. Titi engorda sin control frente a la impotencia de sus padres, Pedro está atascado en un hotel descomunal de Madrid, Inés tiene problemas de circulación y se convierte en la hija boba de su marido y de su hijo. “Nada te demuestra más que no tienes control sobre tu cuerpo que la enfermedad. Lo mismo sucede con las relaciones enfermizas: no puedes salir. La mayoría de las veces no podemos escapar de nuestras propias circunstancias. El resto de dignidad que nos queda es la negación de ellas”.

Le propongo a García Robayo que ensaye una defensa de los prejuicios, ese lugar común de crítica para los intelectuales.

—Yo estoy a favor de tener prejuicios. No tenerlos es naíf. Luchar contra tus propios preconceptos es tratar de despojarte de una parte que, bien o mal, es tuya.

—¿Qué pasa si te despojas de ellos?

—Sin mis prejuicios no sé si pueda mirar bien. No estoy a favor de inculcarles a los niños ideas radicales. Estoy en contra de despojarse de los prejuicios a priori. Cargo con ellos y han sido funcionales para construir mis textos, porque son marcos que, si bien puedo borrar, también puedo rellenar.

—¿Por qué es un lugar común criticarlos?

—Se supone que hasta no tener conocimiento pleno de las cosas uno no puede armar un juicio de ellas. Pero nunca se tiene un conocimiento pleno de casi nada. Si con la poca información que tienes no consigues armarte una idea, entonces estás muy desvalido en la vida. Uno agarra de donde puede para formar su propia visión de mundo. Las apariencias, en realidad, engañan muy poco.

¿Cuál es el asidero de García Robayo, una migrante a la que no le interesa reivindicar una geografía, que no tiene equipo de fútbol favorito, que es agnóstica? Para ella, la trashumancia es una circunstancia natural. Así no suela extrañar, reconoce que la no pertenencia hace que se viva en el limbo. Agota. “No me siento parte de una geografía, pero sí de un tiempo. Eso está en lo que escribo: me interesa la vida contemporánea, no me veo escribiendo novelas históricas o universos futuristas. Yo me resguardo en los afectos. Estoy como loca porque hoy no he visto a mi hijo. Nunca estuve sola. Soy bastante conservadora en ese sentido: aunque es difícil pensar en la familia como una composición feliz de personas, mi marido y mi hijo son mi contenedor para no sentirme perdida en la vida”.

Por William Martínez

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