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“Un blues para Teherán”, la carta de amor de Javier Tolentino al pueblo iraní

Rodada en tres idiomas, taleshi, kurdo y farsi, Un blues para Teherán recorre rincones inéditos de Irán, sin que la cámara interfiera en los aportes de las personas que pueblan dichos lugares. Esta cinta es un homenaje que Javier Tolentino a la cultura iraní.

Agencia EFE y Alicia G. Arribas
12 de enero de 2021 - 03:45 p. m.
El periodista y escritor español Javier Tolentino debuta en el largometraje con "Un blues para Teherán".
El periodista y escritor español Javier Tolentino debuta en el largometraje con "Un blues para Teherán".
Foto: Archivo Particular

Un blues para Teherán, la película con la que debuta el periodista y escritor Javier Tolentino en el largometraje, no es documental ni tampoco una ficción; tiene mucho de cine de investigación y es un musical poco usual, pero más que nada es una carta de amor a la cultura y al pueblo iraní. Aunque el director se resiste a la definición “cursi”, reconoce que la cultura iraní “siempre” le ha gustado. “Por eso el arranque de la película es una especie de homenaje al cine iraní que me ha formado”, afirma.

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Un blues para Teherán comienza con un plano secuencia en el que la cámara acompaña dentro de su coche a Erfan Shafei, mientras él escucha una pegadiza canción popular en la radio. Con esa banda sonora, las calles de Teherán pasan a segundo término. Shafei, un actor no profesional, es el encargado de mostrar Irán al espectador, país tan misterioso como culto, a través de la música y sus gentes; él es un joven kurdo, divertido e irónico, que quiere convertirse en director de cine y que funciona como perfecta metáfora de su país: perdido y dividido entre sus dogmas y sus ansias de progreso.

Rodada en tres idiomas, taleshi, kurdo y farsi, la cinta recorre rincones inéditos de Irán, sin que la cámara interfiera en los aportes de las personas que pueblan dichos lugares. “Quiero al país, a su cultura, a su gente; pero, por encima de todo, deseo no juntar gobierno o Estado con pueblo, pues yo no soy nadie para llegar allí y juzgar políticamente a un país”, declara Tolentino. El director explica que quiere contar la historia del pueblo iraní, “la cotidianidad de sus vidas, de los que pescan en el Caspio y te venden sus arroces, para tender puentes y abrir un diálogo a un país misterioso sobre el que nosotros, los occidentales, levantamos ciertos estigmas y prejuicios”.

Discípulo y amigo de Abbas Kiarostami, con el que siguió cursos de cine en La Habana y varias ciudades españolas, como Madrid, Murcia y Barcelona, Tolentino contó a la productora Sandra Mora el embrión de un proyecto que, cinco años más tarde y con la ayuda del veterano Luis Miñarro (Eddie Saeta), culminó en esta película. La cinta, que está llena guiños a directores iraníes de todas las épocas, se apoya en una reunión de músicos -de conservatorio y de la calle- donde sólo hay una mujer, Golmehr Alamiz, quien explica con sencillez (y valentía) sus esfuerzos por dejar de ser una excepción. Cada uno de ellos hace una demostración de su arte que sirve, igualmente, para disfrutar de la arquitectura de la capital iraní.

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“El origen de la música está aquí. Todos los instrumentos y los géneros musicales parten de aquí. En Irán das un golpe a una piedra y te salen catorce músicos, cada uno con su instrumento: antiguos y nuevos. Son personas muy cultas y los jóvenes hablan de filosofía en sus grafitis. Llama la atención que toda esa sabiduría no les haya servido para organizarse un poquito mejor. Quizá, se lamenta, también tenemos culpa en Occidente”. El guion, añade Tolentino, excluye “políticos y periodistas” en favor de “personajes”, como Asgar: “un analfabeto subversivo que se atreve a cantar un poema y que se declara en contra de las leyes de sucesión iraníes”. Un hombre mayor que hubiera querido tener solo hijas. Todo un atrevimiento.

Tras su paso por el Festival Internacional de Cine de Gijón, donde clausuró la edición 58 el pasado mes de noviembre, la idea del director es que su película se estrene antes del verano, aunque este “outsider” del sistema, “heredero e hijo” de las filmotecas españolas, la presentará personalmente en todas las que pueda: de la Nacional, en Madrid, a varias por todo el país. “Creo que hay un antes y un después de esto en mi vida”, se confiesa el madrileño, a quien ya le han llegado propuestas cinematográficas y planea empezar ya su segunda película: otro “musical” de homenaje a una región española a la que “ama profundamente”.

Por Alicia G. Arribas

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