El Magazín Cultural

Voces: una panorámica de las plumas vallecaucanas

Una antología de escritores contemporáneos del Valle del Cauca, anuncia el subtítulo del libro. Una inquietud: ¿existe la literatura vallecaucana? ¿hay elementos en común, -más allá del núcleo espacial, de los modismos, de la jerga-, que permitan darle el rótulo de vallecaucana (o caleña) a la literatura? Me arriesgo a responderlo: no.

Por Jaír Villano / @VillanoJair
02 de diciembre de 2018 - 10:09 p. m.
Portada de Voces, el tercer libro de Ediciones El Silencio, de Cali.  / Cortesía
Portada de Voces, el tercer libro de Ediciones El Silencio, de Cali. / Cortesía

Y no, porque no hay literatura caleña (¿qué vendría siendo lo que hace vallecaucana a la literatura?), como no hay literatura bogotana, como no hay literatura parisina, como no hay literatura neoyorkina. Hay, en cambio, literatura. A secas. Precisa. Universal. Sin sufijos; sin diademas; sin artificios. Literatura. Punto. 

Es usual, en todo caso, que este tipo de equívocos despisten y se inserten en el imaginario de uno que otro pánfilo. Y por eso es importante esta antología: pues en Voces se nos recuerda que hay escritores en el Valle del Cauca. Parece exagerado el aserto, pero para ser realistas se trata de autores de estrecho alcance, que no se conocen y no salen más allá del patio. Que sea bueno o malo, que haya diversas razones que expliquen esto, que sea una hipérbole mía, es otra cosa. Lo interesante aquí es la antología: el departamento tiene bailarines, deportistas, cineastas, políticos. Ah, sí: y escritores. Bravo.

Bueno, pensándolo mejor, de las treinta plumas, hay unos cuantos que tienen un reconocimiento nacional. Digamos que Julio César Londoño, José Zuleta, Harold Kremer y Hernán Toro, gozan de cierto prestigio; y hay otro pequeño colectivo que es menos conocido, pero no carece de talento, entre ellos, Humberto Jarrín, Juan Fernando Merino, Carlos Patiño, Óscar Osorio, Alejandro José López, Fabio Martínez, Ethan Tejeda, entre otros.

El libro también le abre la puerta a autores que vienen desarrollando un trabajo y haciéndose un lugar propio, habría que mencionar a Jenny Alzáte, a Juan Sebastián Rojas, a Freya Liv, a Ángela Rengifo. Son treinta nombres, es engorroso mencionarlos a todos. Pero aciertos como desaciertos tienen sus relatos.

Hay una introducción del antólogo, -Gustavo Bueno Rojas-, que explica la motivación del trabajo, y un comentario impertinente, que hace ruido y despierta sospechas: “Quizá esta sea la esencia de los treinta escritores y escritoras que se reúnen en Voces, una conversación de amigos cuyas amistades nacieron en las aulas de clase de las universidades del Valle del Cauca o en talleres literarios…”. 

Decía Alfonso Reyes que en este tipo de libros ocurren dos cosas, que se dejen dominar “por el gusto del coleccionista”, o que se trate de una elección “que domina el criterio histórico, objetivo”. En todas las antologías hay autores que se añaden por arbitrariedad del editor, pero eso no se dice, ni se explica, ni se escribe en la introducción. Pues suscita curiosidades y anticipa el escepticismo del ojo crítico que se sumerge en sus páginas. Y entonces uno se pregunta: bueno, y por qué no se incluyó a Andrés Rojas, cuentista laureado, recientemente publicado por editorial Angosta; y por qué no se incluyó a Harold Muñoz, quien viene de publicar una novela y también ha ganado concursos; o a tantos otros que no han pasado por la academia, ni por talleres, y ni siquiera hacen parte de los círculos literarios. Surge entonces el interrogante: ¿qué hizo que no entraran en la “conversación”?  

Con todo y eso, hay que valorar la labor y aplaudir su buena intención. Ciertamente, las letras del Valle han sido opacadas por los procesos de regiones donde la cultura del libro está compuesta por otro tipo de elementos (el marketing, las revistas, los encuentros, verbigracia). 

Leyendo algunos de los relatos me surgieron varias dudas: ¿por qué autores de plumas tan firmes -digamos Osorio, Kremer, Jarrín- no portan el reconocimiento que otros, -de otras partes del país-, sí tienen? Hay un esfuerzo por insertar en la región actividades relacionadas con la lectura, y eso es destacable y plausible. Pero así y todo, más que lectores, lo que hay en estos lares es público, y por eso el contenido cultural a nivel periodístico es condescendiente, acrítico y sumiso con lo que impone el mercado. Es no más leer las páginas del suplemento cultural del domingo para comprobarlo.

De ahí, pues, que haya que celebrar el nacimiento -y ojalá afianzamiento- de Ediciones El Silencio, sello que publica su tercer volumen y busca difundir y promover las letras locales. Voces es una antología con la que se tendrán algunos reparos, pero eso no le resta su relevancia, y lo necesaria que es para la región.

Por Por Jaír Villano / @VillanoJair

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