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América y Europa van por sus propios caminos

El temor de que un cese de pagos en Estados Unidos pudiera desplazar al mundo de nuevo a una depresión hizo recordar que el Viejo Continente tampoco fue el más versado en el manejo de la crisis.

Philip Stephens
19 de octubre de 2013 - 09:00 p. m.
Con sorpresa un niño observa uno de los esqueletos del Museo de Historia Natural de Nueva York, abierto esta semana después de que sus empleados regresaran a trabajar tras la parálisis de más de dos semanas de las entidades federales. / EFE.
Con sorpresa un niño observa uno de los esqueletos del Museo de Historia Natural de Nueva York, abierto esta semana después de que sus empleados regresaran a trabajar tras la parálisis de más de dos semanas de las entidades federales. / EFE.

El drama de la deuda en Washington desató una mezcla de emociones en Europa. Temor de que un cese de pagos por parte de Estados Unidos pudiera desplazar al mundo de nuevo a una depresión, junto con una satisfacción maliciosa mientras los europeos recordaban las amonestaciones de Estados Unidos por su manejo de la crisis. La Eurozona puede ser disfuncional, pero también lo es Estados Unidos.

Al final, el acuerdo de último minuto parece tan inevitable como las decisiones de última hora de Alemania para apoyar la moneda única. Si la economía estadounidense se hubiese derrumbado, también lo habría hecho el Partido Republicano. Aunque algunos en el Tea Party estaban dispuestos a dar ese salto, algunos republicanos reaccionaron contra la idea de un suicidio colectivo.

Al igual que el abanico de arreglos en torno al euro, el acuerdo sobre el techo de la deuda es temporal y condicional. La Eurozona ya no enfrenta una crisis existencial, pero un retoño de crecimiento económico no es una recuperación. La Eurozona aún carece de una estrategia que reúna la responsabilidad nacional con la solidaridad mutua. Asimismo, en Washington se evitó el desastre, pero el presidente Barack Obama y los republicanos del Congreso pronto volverán a combatir.

Solía pensar que los republicanos habían sido cegados por la ideología. Ahora veo un método en la locura. El esfuerzo obsesivo por acabar con “Obamacare” se da por un miedo explicable. Creen que, una vez establecida, la provisión de salud universal se hará popular e irreversible. Es ahora o nunca, y tienen razón. ¿Cuál fue la última vez que un gobierno les quitó a los electores su acceso a la salud?

Es improbable que el compartir la adversidad acerque a Estados Unidos a Europa. Incluso, al tiempo que Washington y Bruselas negocian un acuerdo Atlántico de comercio e inversión, la sensación dominante es que los viejos amigos y aliados estén hablando por encima del otro sin escucharse. Los europeos no aceptan que Estados Unidos ya no sea gobernado por las familiares élites de la costa oriental, y los estadounidenses se preguntan qué puede aportar una Europa introspectiva para lidiar con el ascenso de Asia.

Esta semana estuve en una conversación sobre la visión de las “élites” europeas. En parte era un proyecto organizado por el centro de pensamiento Chatham House, para trazar las percepciones entre los políticos europeos y los formadores de opinión que fijan el tono de la relación. El aire escasamente tenía personas que alabaran la administración Obama. Las quejas, sin embargo, dicen tanto sobre Europa que sobre Estados Unidos.

La luna de miel europea de Obama duró poco. Tenía la bendición de que no era George W. Bush, pero esta ventaja no es eterna. Las posteriores torpezas y los errores han desinflado las expectativas que desde un principio fueron demasiado altas.

Pero el actual nivel de pesimismo es sorprendente. Cuando la Casa Blanca dejó la idea de los ataques aéreos contra Siria, Francia sintió que había quedado abandonada a su suerte. El presidente François Hollande estaba a punto de ordenar el ataque por parte de las fuerzas francesas. No hubo siquiera un indicio de que Estados Unidos cambiaría de opinión. Francia reemplazó el lugar de Gran Bretaña a los pies de Estados Unidos y, en palabras de un funcionario británico: “Ahora los franceses saben cómo funciona eso”.

Incluso algunos de los asesores de Obama resultaron sorprendidos por esta vuelta en “U”. No obstante, hasta a los defensores más sólidos de la administración les quedaría difícil argumentar que Washington a menudo tiene la misma visión de Europa, de que consultar las decisiones significa, bueno, consultar las decisiones.

 Pero los europeos jamás estarán satisfechos. Las guerras de Irak y de Afganistán revelaron un superpoder sobredimensionado. Obama dijo todo lo que debía decir sobre valores compartidos y multilateralismo tierno; pero la redistribución del poder mundial lo ha llevado a tomar una visión más estrecha de los intereses estadounidenses. Cumplirá el papel de policía mundial sólo cuando le convenga.

 ¿El resultado? Los europeos que criticaron a Washington por ser el matón del mundo ahora lamentan su reticencia para defender los valores comunes. Europa no quiere ser presionada por Estados Unidos, pero quiere que Estados Unidos presione a los demás en su lugar. ¿Qué es preferible, un Estados Unidos disparando revólveres o liderando desde las filas traseras?

El manojo de contradicciones en la relación habla tanto sobre una Europa insegura como de un Estados Unidos egoísta. Sacudidos por las tribulaciones económicas y con una profunda incertidumbre con respecto al futuro de su continente, los europeos han perdido confianza al tiempo que Estados Unidos ha perdido interés. Preferirían que el mundo se desvaneciera. Si no lo hace, sencillamente se quejan de los americanos.

Por Philip Stephens

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